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José Juan Cervera
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Martes 3 de mayo, 2016

Las grandes insuficiencias que se advierten en el estudio de la literatura mexicana, en la revisión sistemática de su historia y, de manera especial, en la apreciación de sus valores estéticos, imponen severas restricciones al desarrollo de una conciencia humanística que pudiese contrarrestar el deslumbramiento por lo trivial y lo efímero que obra sobre amplios sectores de la sociedad, dominados por una cultura de masas, de sello predominantemente comercial, que promueve la enajenación.

Por ello es deseable trasponer la distancia que separa los estrechos círculos académicos de la realidad cotidiana de aquellos hombres y mujeres que prefieren hacerse a un lado de la pompa y la solemnidad que tienden a ensombrecer los campos del conocimiento especializado. La difusión sobria y juiciosa, paciente y empática, de contenidos y enfoques potencialmente atractivos podría constituir un medio que invite a la apertura de las puertas reacias a admitir desplantes de insensibilidad con pizcas de arrogancia y elitismo.

Una reflexión como la que se esboza en estas líneas puede abrazar múltiples alternativas, orientada a fines prácticos y objetos de atención diversificados. Y en lo que atañe a alguno de los temas dignos de abordarse, ¿cuántos son los ámbitos de la experiencia humana que pudieran disputarle al goce de los sentidos la titularidad genuina de nuestra estancia terrenal?
Si la literatura universal ofrece ejemplos de esta índole tan variados como el Cantar de los Cantares, los cuartetos de Omar Khayyam o las sugestivas páginas de Pierre Louÿs, las letras nacionales e hispanoamericanas aportan, entre otras variantes, la poesía modernista, plena de cadencias acariciadoras y evocativas. En lo que atañe a la patria chica, José Inés Novelo, Ricardo Mimenza Castillo, José María Covián Zavala y Eliézer Trejo Cámara son algunos de los que podrían nombrarse en atención a la exquisita sensibilidad que envuelve sus creaciones.

En Yucatán, Carlos Duarte Moreno (1900-1969) fue otro gran cantor de la voluptuosidad unida a nociones espirituales y enseñanzas de vida, aunque se le recuerda más por sus letras de canciones que engalanan la trova vernácula. Escribió novela, crónica y dramaturgia. Su poesía adquiere variados tonos y despliegues temáticos, pero el amor sensual está firmemente implantado en ella, como testigo e inspirador de subyugantes deleites líricos.

Este poeta de apasionado acento publicó en el periódico El Popular, en septiembre de 1922, “El poema de los senos”, constituido de tres sonetos: Senos de madre, Senos de novia y Senos de meretriz. Cada uno de ellos teñido de una carga semántica que refleja la modalidad de la condición femenina que lo define singularmente.

Así, el primer soneto exalta la abnegación y la entrega de quien acoge en su vientre a un nuevo ser: “Rocas mosaicas de piedad. Esencia / de las entrañas mismas de la vida / que dan calladamente a la inocencia / su savia más fecunda y más florida”. El segundo lo dedica a la novia inocente que hace pensar en los retozos futuros y en el encuentro profundo con la pareja elegida, y expresa en uno de sus tercetos: “Senos que tiemblan como tiembla un trino / cuando la mano se desliza, suave, / para palpar la redondez sagrada”. El soneto final evita estigmatizar a las mujeres que ocupan su cuerpo en el comercio carnal, reconociendo, en cambio, su dignidad en el contexto social a que las contrae su oficio: “Senos de meretriz, senos benditos / con una tenue palidez de cera, / que son como dos tréboles marchitos / en la desolación de una pradera”.

Entre los conocedores de la lírica regional circula una versión, a manera de conjetura, que plantea la posibilidad de que la canción Manos de armiño (1929), de Duarte Moreno y Pepe Domínguez, aluda en realidad a los senos y no a las manos, si bien el autor de la letra tuvo que velar el contenido original de ella para no transgredir el espíritu de comedimiento que el género evoca. Y esta idea parece clara desde los primeros versos: “Beso en las noches las pomas / de tus manos virginales”, porque las pomas o manzanas se aproximan a la forma redondeada del busto femenino, cuya pureza ratifica la castidad del noviazgo, totalmente aceptable en el universo de la canción popular de Yucatán.

“El poema de los senos” conserva su íntima frescura a pesar de los años transcurridos desde que vio la luz. No faltarán voces intransigentes que, extrapolando su trasfondo simbólico, condenarán este poema al atribuirle un sentido misógino y fetichista, tanto como de reforzar estereotipos patriarcales. Una reducción de tal naturaleza sólo podría desprenderse de un juicio superficial. El arte tiene una dinámica propia y una marca temporal que lo hacen sobreponerse a todo prejuicio externo a él y a cualquier disputa ideológica.

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Mérida, Yucatán


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