Aída María López Sosa
Sonora voz, paso resuelto, mirada de intenso azul, tez rubicunda, guayabera blanca, paliacate al cuello, así recuerdo al tío Ricardo desde mi infancia. Sus visitas a la apacible Mérida eran frecuentes -uno siempre retorna una y otra vez al terruño-, lo que significaba un acontecimiento en casa. Su personalidad era capaz de llenar un salón de eventos, un teatro. Las tertulias familiares se prolongaban, yo, simple espectadora a mis escasos siete años. El volumen de su voz me impresionaba a la par de su sapiencia; fechas, anécdotas, nombres, sucesos históricos, estaban contenidos en su memoria inagotable.
– ¿Lo de siempre, don Ricardo? -, preguntaba el capitán de meseros del extinto Patio Español, refiriéndose al puchero y al agua de chaya que tanto le gustaban. Mi hermano – dinastía de los Ricardos incluyendo padre y sobrino- y yo, nos terminábamos el pan con mantequilla que servían previo al humeante manjar, lo que nos resultaba una novedad a la hora de la comida cuando era parte del desayuno cotidiano en casa.
Las noches terminaban en la Flor de Santiago, la crema española y las cremitas de coco rociadas de canela en polvo acompañaban las memorias de la estirpe. La primera vez que supe del yogurt, fue en la añeja casona del barrio de Santiago, donde recibían a los comensales con panes hechos en casa y aromático café. Los parroquianos preguntaban por la novedad de los búlgaros, prometían salud y bienestar no solo digestivo, sino a todo el organismo.
Guty Cárdenas y Agustín Lara, formaban parte de sus vivencias en el México de principios de siglo XX. Fundador de la XEW en 1930, produjo y condujo La Hora Azul para “El flaco de oro” y en mancuerna con “El ruiseñor”, crearon “Nunca”, canción compuesta para un amor de Guty que emprendería un viaje para nunca volver. Vaticinio cumplido.
En ocasión del poema “Credo” (1939), el poeta Antonio Mediz Bolio le dio el sobrenombre de “Vate”, “porque vaticina, conoce la memoria de su pueblo y la canta. Comprende de cerca y de lejos lo que significa la patria”. Pablo Neruda afirmó que el poema era el prólogo de todo lo que se iba a escribir sobre México. Alfonso Reyes aseguró que: “sus palabras tienen autoridad de excepción”. Carlos Monsiváis apuntó que: “La retórica de Ricardo López Méndez funciona admirablemente, porque complace y forma un público, aun ligado a la poesía, capaz de ver en el sentimentalismo su refugio ante las incomprensiones de la modernidad”. Emilio Abreu Gómez coligió que es un poema épico por excelencia, cumbre de la poesía mexicana dedicada a la patria, “la lectura del poema de López Méndez eleva la conciencia moral de la belleza de México”.
Creativo, fue el primer productor y realizador de las radio biografías con el título “Radio de viaje de un cantante”. Entabló un “Diálogo con la muerte” desde la tumba del presidente Benito Juárez en el Panteón de San Fernando, entre otros ilustres. Inventor de frases y slogans fue pionero en esta actividad como: “El lápiz labial Tangie no ha revelado jamás el secreto de un beso”. “Si un vaso de vino quita la pena, un vaso de Sal de Uvas Picot quita la pena del vino”.
Con motivo del Cuarto Centenario de la Fundación de Mérida, escribió el poema épico “Voz en la piedra” (1942), canto a la fundación de la nueva nación mexicana, la nación mestiza, prologado por Mediz Bolio.
A 118 años de su natalicio el 7 de febrero, el tío, el amigo, el poeta, pervive en la memoria de México.
Edición: Elsa Torres
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