Ocupaciones impropias

Jhonny Brea
Foto: Archivo familia Escalante Tió
La Jornada Maya

Mérida, Yuc.
31 de marzo, 2016

Hay días en que las llamadas telefónicas rompen el delicado equilibrio de las actividades cotidianas. Ahí estaba, desliendo la polegia en agua caliente para evitar que el polvo se atore en la lavadora –ya saben, concentrado en las labores propias de mi sexo– cuando sonó mi celular. Ya me habían advertido, y el motivo era invitarme al desayuno para anunciar a los candidatos al Salón de la Fama del Deporte Yucateco.

“Tu abuelo está entre los nominados”, me dijo Gaspar López Poveda por mensaje. Y acudí a la cita. Todo fue llegar y recordar aquellos domingos de 1985 y 1986. Era sólo un niño, saliendo de los entonces nuevos campos de la Liga Yucatán; todavía con el uniforme, asoleado, cubierto de polvo, y sonriente porque iba a visitar a mis abuelos.

En esa mesa, junto a la maestra Socorro Cerón Herrera, Gerardo Tato Torres, José Lino Montes, estaba Jesús [i]Choláin[/i] Rivero diciéndome “fui muy amigo de tu abuelo, salúdame a tu papá”. Mientras venía a mi mente la imagen de [i]Chichí[/i] Rita diciéndome “estás deshidratado, tómate esto; no te va a pasar nada si comes bien”, mientras destapaba una cerveza, esos domingos en que me tocaba el temible segundo turno para jugar. Era para reponer sales, decía.

Todo era un regaderazo, comer, y entonces la voz de don Juan Brea se escuchaba con seriedad: “¿ya estás listo?” Era la señal para subir a su Atlantic para dirigirnos al edificio del [i]Diario de Yucatán[/i], a recoger los pases de prensa. Minutos después nos encontrábamos en compañía de los cronistas del [i]Diario del Sureste[/i] y [i]Novedades de Yucatán[/i], pues existía camaradería entre ellos.

Después, subir a la caseta de prensa y radio. Ahí ya estaban don Carlos Castillo Barrio y don Rodrigo Rodríguez Berzunza; voz y anotador oficiales. En el terreno, el propio Gaspar López Poveda. Jorge [i]Primo[/i] Abraham y Jorge Blanco Martínez, [i]George White[/i] ya transmitían desde las instalaciones para radio. Alguna vez me llamaron para que dijera algo al aire. Nunca entré… me sentía sólo un niño, frente a todos los que estaban ahí.

Y eso que para mí era una jaula, porque no podía salir a correr por los pasillos, o por unos polcanes… pero a cambio me tocaba un pastel de [i]Miguelito[/i], o tener un punto privilegiado para ver las acrobacias de Leoncio en el jardín central, como cuando realizó un salto en motocicleta. Después modificaron el reglamento y ya no se pudieron hacer esas cosas. Pero entonces empezaba la magia:

“Distinguida concurrencia, muy buenas noches. Bienvenidos al parque Kukulcán…”, se oía la voz de don Carlos, y ahí estaba yo, un niño entre las leyendas de la crónica del deporte. Y luego el orden al bate: Blas Santana, Arturo Defreites, Genner Rivero, Juan José Pacho, Fernando Villaescusa, Pedro Bazán...

Fue ocasión para volver a ver y poder abrazar a don Carlos y a don Rodrigo, cuyas enseñanzas en la anotación dejé de aplicar. Ya pasaron 30 años de cuando los conocí. ¿Cuántas historias podrán contarnos aún?

Luego era regresar, luego de una Coca Cola para mantenerme en pie mientras atravesábamos de nuevo la ciudad con rumbo a la redacción. Entonces se veía a Juan Brea frente a una maciza Underwood o Remington. Terminaba su crónica y me la daba a leer.

Una noche de derrota, los bateadores habían estado “con la vista más extraviada que Clarence, el león bizco de Daktari”. Era ya tarde, pero me quedaba la emoción de saber que había visto el periódico del día siguiente, y el lunes estaba alegre de haber sido sólo ese niño.

Vamos, pues, al Salón de la Fama del Deporte Yucateco. No sé si Juan Brea quede, porque está con todos los que conocí entonces. Votarán los periodistas de hoy. Sólo sé que entonces un niño se enamoró del beisbol gracias a su abuelo.

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