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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Raúl Angulo
La Jornada Maya

28 de marzo, 2016

Tienen edad para secuestrar pero aún no pueden votar. Se les acusa de matar y violar, y la ley les prohíbe comprar cervezas o cigarros. Estos son dos casos de los que todo México habla en estos momentos, y que están generando muchas interrogantes sobre nuestro presente y futuro. Sucesos que indignan, que dan de qué hablar; crímenes que nos quitan el sueño, pero que todavía no nos mueven a despertarnos y a plantearnos los porqués. Ciñámonos, ahora, a los hechos puros y duros: Unos jóvenes secuestran a una anciana, la trasladan a un motel y ahí piden un rescate a sus familiares. Una serie de errores permite a la policía dar con ellos en menos de doce horas. Ellos declaran, y ahora están a la espera de juicio. Según un boletín enviado por la Fiscalía General del Estado, los jóvenes permanecerán bajo detención como medida cautelar en el Centro Especializado en la Aplicación de Medidas para Adolescentes (CEAMA). Se les acusa de los delitos de privación ilegal de la libertad, robo simple y robo de vehículo automotor. Los pocos meses que los separan de la mayoría de edad los salvarán de una condena larga. Aún culpables, estos jóvenes saldrán en libertad muy pronto. Y esa situación, aunque está claramente normada, causa cierto escozor a muchos.

Al igual que la sociedad de Mérida, la de Xalapa, Veracruz, está consternada por otro caso de “mirreyes” delincuentes. En ese estado, un grupo de jovenzuelos es acusado de varios delitos, entre ellos un asesinato y una violación. Por su edad y por sus influencias —varios de ellos son hijos de funcionarios—, han evadido la justicia, causando una indignación que ya sobrepasó las fronteras veracruzanas. El proceso judicial, en ese caso, ha sido tardado y obtuso, aún más que lo normal. Después de estar sepultado varios meses en los cuestionados medios veracruzanos, resucitó ante el clamor de justicia del padre de una de las víctimas. La llama de la indignación arde ahora en una pira virtual.

En ambos casos, en el de aquí y el de allá, ninguna sentencia será satisfactoria. A muchos se les quedará clavada una espina, de esas que te levantan a medianoche y hacen que te sientas inseguro, que te obligan a revisar de nuevo si cerraste bien la puerta, si la alarma está conectada. Y es que, aunque no se quiera, estos crímenes provocan una insana generalización: No se le teme a los autores de los delitos, sino a toda su generación. Aunque la paradoja es evidente, y ya todos saben quiénes son R.V.G. y A.C.A., los supuestos secuestradores, las otras víctimas de ese delito son sus compañeros, los jóvenes que coincidieron con ellos.

Escribo estas líneas recordando un artículo que Mario Vargas Llosa publicó hace ya muchos años —en 1993— titulado [i]Fieras en libertad[/i]. En esa columna, publicada en [i]El País[/i], el autor analizaba un crimen que conmocionó a Gran Bretaña: la historia de los niños asesinos de Walton, un modesto suburbio de Liverpool. Entonces y ahí, dos adolescentes de once años deciden irse de pinta —“mataperrear”, apunta Vargas Llosa.

En su vagabundeo encuentran a un pequeño de dos años, que su mamá descuida un instante. Los jóvenes se llevan al niño y “lo embadurnan de pintura, lo patean, lo golpean con ladrillos y una barra de metal, y cuando está sin conocimiento, lo dejan sobre los raíles, donde, poco después, un tren lo secciona”.

Estos hechos ocurren en febrero, y Vargas Llosa los analiza en diciembre. En su columna incluye el trauma y catarsis social causadas por esta tragedia, que te remonta a [i]El señor de las moscas[/i], de Golding. Habla de los posibles detonantes, de los supuestos orígenes; de la raíz de la maldad que germinó en esos jóvenes. Las películas y los videojuegos, el papel de la escuela, los padres ausentes, la ausencia de opciones de entretenimiento…

La sociedad británica se conmocionó con este suceso, que aún causa escalofríos relatarlo. Supo, sin embargo, canalizar ese miedo y hacer algo al respecto. Varios sectores de la sociedad se unieron para crear programas que eviten sucesos de ese tipo. Claro, estos no se han erradicado, y de vez en vez las páginas de sucesos policiales saltan a la primera en los periódicos ingleses.

Aquí, en donde hay un claro problema, advertido en libros como ·[i]El Mirreynato[/i], de Ricardo Raphael, y en los sucesos que se registraron en Mérida y en Xalapa… ¿Qué se está haciendo al respecto? Las fieras están en libertad, y temblamos ante ellas. Incapaces somos de reconocer que, al fin y al cabo, son producto de nuestra sociedad, de nuestros errores u omisiones; de nuestros gritos y silencios. Los jóvenes que con una pistola de diábolos obligaron a una anciana a subirse a un automóvil no surgieron por generación espontánea. El camino fácil, la vacuna contra el miedo, es negarlos, tratarlos como una anomalía, inventarles pasaportes falsos, etiquetarlos. Lo difícil, entre otras cosas, sería encontrar la respuesta a preguntas cómo: ¿Ayudaría en algo que se les juzgue como adultos? El debate está servido.
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