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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Tomada de la Web
La Jornada Maya

23 de marzo, 2016

Se triplican feminicidios en Jalisco. Son violencia de género los casos de las “Juanitas”.. Somos racistas en México. Subirá el gas 15 por ciento. Presumen hackers la caída de web del SAT. Es temporal la tranquilidad financiera de México: Banxico… Todos, titulares de la prensa capitalina de ayer, martes 22 de marzo.

México, en estos tiempos, es una película en blanco y negro, salpicada de vez en vez por el rojo de la sangre y las vísceras. La violencia ocasionada por el narcotráfico es nuestra carta de presentación. Los escándalos de corrupción también han trascendido nuestras fronteras, siendo los políticos ladrones los principales y más conocidos embajadores. En estos tiempos, ser mexicano es un estigma, un prejuicio. Ingenuos, creímos en supuestos milagros que nunca se registraron, recuperaciones que se quedaron a medio cuajar; esperamos aún con ansias, como dócil rebaño, alguien que coloree este triste lienzo monocromático.

Hubo un tiempo, vale la pena recordar, que en el país brillaron los colores, cuando México deslumbraba y hacía soñar a personas en todo el mundo. Un vasto territorio que llamaba a la ventura y a la libertad; hospitalario y generoso, con las fronteras abiertas para todos aquellos que quisieran construir fantasías, incluso excentricidades. ¿En qué fomento mandamos al exilio la alegría y la belleza? ¿Cuándo, en desbandada, se escaparon los arcoíris de nuestra nación? En estos días santos te recomiendo la lectura de una novela que nos hace soñar de nuevo en [i]mexicolor[/i]. Se trata de [i]Viva[/i], escrita por el francés Patrick Deville. Los protagonistas de esta hermosísima historia son León Trotski y Malcolm Lowry, que ambos encontraron en nuestro país su destino. Exiliados ambos, uno del mundo y otro de su alma; errantes, peregrinos que se empañaron, cada uno con su propio estilo, a cambiar el mundo.

Trotski, víctima de una persecución implacable, arribó a esta tierra, que fue su último refugio, su morada final. Coloreada con la vitalidad que no encontró en el [i]gulag[/i], llegó aquí de la mano de Diego Rivera, quien convenció al presidente Lázaro Cárdenas de abrirle las puertas al objeto de la furia de Stalin. El muralista y su esposa, Frida Kalho —una mujer espectacular, con un mirlo anidando entre las cejas, describió el ruso— fueron los anfitriones en este singularísimo país, único e irrepetible; una nación que le trajo a la vida, y en donde, paradójicamente, encontró la muerte, cuando Ramón Mercader le clavó un pico en la cabeza.

“Existe una extraña cofradía: la de los amigos de [i]Bajo el volcán[/i]. No se sabe quiénes son todos sus miembros y éstos tampoco se conocen todos entre sí. Pero en cuanto en una reunión alguien pronuncia el nombre de Malcolm Lowry y cita [i]Bajo el volcán[/i], comienzan a juntarse, se aíslan y comulgan en su culto”. La paradigmática novela del británico Lawry cambió en muchos aspectos la literatura actual; revolucionario como Trotsky, sólo fue capaz de dicho legado inspirado en nuestro país, aspirando el mismo aire que nosotros; viendo, escuchando, sintiendo lo que nosotros. Lawry, en su delirio escrito, creó una secta de intoxicados de letras, que aún encuentran en sus páginas Dameron sin fecha de caducidad, como esos que ingería Frida para mitigar los dolores de su cuerpo y alma.

En la novela Viva igual desfilan otros apátridas que eligieron a nuestro México. Entre ellos un antiguo miembro de los Consejos Revolucionarios de Múnich que se convierte en una estrella invisible de Hollywood durante el rodaje de la novela [i]El tesoro de la Sierra Madre[/i], basada en una de sus novelas. Se trata del anarquista Ret Marut, que encontró refugio en el seudónimo de Bruno Traven y en la espesura de la selva chiapaneca. O Arthur Cravan, el poeta con el cabello más corto; un boxeador gigante de cejas rotas, cuyos últimos y más gloriosos [i]raunds[/i] los enfrentó ante una Olivetti oxidada por la brisa marina de los puertos mexicanos.

Deville incluye igual en este aquelarre de libertad a Sandino, Augusto Nicolás Calderón Sandino, quien antes de encabezar la resistencia nicaragüense contra el ejército de ocupación estadounidense fue un anónimo empleado de la Huasteca Petroleum de Tampico. Precisamente en ese puerto fue iniciado en los arcanos del anarcosindicalismo por un evasivo Marut, a veces Traven.

El [i]Viva[/i] de Deville es un autodepresivo, un chute de autoestima, de felicidad, un terso trago de mezcal, recomendado especialmente a nosotros, los mexicanos, que con el paso de los años y con el entierro de nuestros muertos, con el incesable y cínico paso de políticos que se han llevado todo hemos comenzado a avergonzarnos de nuestra nacionalidad, a responder que somos mexicanos murmurándolo. Nos recuerda que en nuestro país coincidieron inmensos personajes y que aquí tomaron las fuerzas necesarias para cambiar el mundo. El mismo autor, Deville, ha encontrado en este país y en sus historias la inspiración necesaria para convertirse en uno de los más serios candidatos del momento a conseguir el premio Nóbel de Literatura. Encontró el bellísimo lienzo multicolor que en alguna ocasión le dio vida a este país agónico en sentimientos.

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