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Pablo A. Cicero Alonzo
La Jornada Maya

22 de marzo, 2016

En las pasadas elecciones fue detenido, en Chichimilá, un operador del PAN. Las autoridades policiales señalaban que estaba ofreciendo alcohol en ese día seco. El panista fue trasladado al Palacio Municipal, donde fue encerrado en un calabozo. Al conocer la noticia, un diputado federal de su partido llegó a auxiliarlo. Las cosas estaban candentes; recuerda que en ese día de guardar se registraron varios muertos. A gritos, el diputado solicitó a los agentes verlo. “¿No sabes quién soy?”, decía. “¿No lo sabes? ¡Soy el jefe de tu jefe!”, y le explicó aquello de las instancias federales, estatales y municipales. “Calmado, jefe”, le respondió un policía. “Calmado, lo último que necesitamos es que alguien venga a gritar; si no se calma, me lo llevo igual al tambo”. “¿No sabes quién soy?”, repetía. “¡Soy diputado federal y vengo con fuero”.

Los policías, entonces, fueron con “el licenciado”, quien estaba realizando el papeleo necesario para turnar a otras instancias al detenido. “Que es diputado, lic. Y que viene con fuero”, le informaron. “Y tú viste a ese tal fuero?”, le reviró “el licenciado”, medio en broma medio en serio. “Pues no, no lo vi”, confesó inmediatamente el policía. El lic no dijo nada, e hizo una seña para que lo dejaran continuar con su trabajo. El policía, creo, debió asumir que esa era una instrucción, y fue de regreso a encararse con el panista. “Pues me dice mi lic que si no te calmas tú y ese tal fuero se van directo al tambo”. El diputado, entonces, vio que en esa tierra de nadie no le servía ese abstracto jurídico que esgrimía como poción secreta; se calmó y se fue.

El fuero, cuando debe servir para algo, no se aplica, y sí en cambio es sumamente eficaz como antídoto a la rendición de cuentas. En estos momentos en los que la iniciativa de ley 3 de 3 está por tener su prueba de fuego, considero oportuno recordar que hay otra propuesta que busca borrar esa prerrogativa, tan inútil, tan anacrónica. Pongo un poco de contexto: el fuero consiste en que servidores públicos de alto rango no pueden ser procesados judicialmente por la comisión de un delito durante el periodo de su encargo. De acuerdo al artículo 111 Constitucional, los funcionarios protegidos por esta figura sólo pueden ser llevados ante la justicia civil mediante un proceso de “desafuero”, mientras que al presidente de la República únicamente el Senado puede destituirle de esta garantía y bajo circunstancias específicas como “traición a la patria”. ¿Quiénes lo tienen? El presidente, diputados y senadores del Congreso de la Unión, ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, magistrados de la Sala Superior del Tribunal Electoral, consejeros de la Judicatura Federal, gobernadores, diputados de legislaturas locales… Esa figura se implementó en los años de plata o plomo de nuestra democracia, cuando a los rivales políticos se les hacía a un lado de muchas maneras, entre ellas las instancias judiciales.

Afortunadamente, desde esas épocas oscuras hemos avanzado, y hoy el fuero sirve de coartada, de kriptonita a la fiscalización y rendición de cuentas; gracias a él, tenemos a funcionarios envueltos en un aura de impunidad. Y no sólo se puede erradicarlo a nivel federal, ya que en San Luis Potosí nos están demostrando que igual se le puede poner un freno a nivel estatal. Este marzo, se presentó una iniciativa en el congreso de esa entidad para que sea eliminado el fuero constitucional en el ámbito penal. Esta propuesta ha sido recibida con un aplauso por la sociedad potosina, que reconoce en sus legisladores el valor y la honestidad que se requieren en estos nuevos tiempos. ¿Aquí sucedería lo mismo?

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El título anzuelo surtió efecto, y muchísimos picaron Supersaidén salva a abuela ludópata de mirreyes malvados. El interés de la lectura también despertó reconocimientos y críticas; abrió un interesante debate. Aprovecho este espacio para contestar algunos de los comentarios vertidos en la página electrónica de [i]La Jornada Maya[/i]: Alfonso Alonzo Castillo, tienes razón: el casino donde comenzó la tragedia fue el Golden Island ¡Saludos, Poncho! (es mi tío, por cierto). César Ortegón: no escribí la columna para enaltecer a Luis Felipe Saidén Ojeda; incluso, varios consideran que lo ataco o critico. Ni lo primero ni lo segundo, sólo pretendí hablar de una realidad social; tendré que ser menos irónico y sutil en lo sucesivo. Emulando tímidamente a Carlos Escoffié y a Álvaro Quiñones, cuyos escritos han marcado récord en estas páginas, el mío despertó un interés al que no estoy acostumbrado. Agradezco la lectura, y guardo sus comentarios para mejorar. No todos, claro. Desecho, por lo menos, uno: el que me acusa de defender —e incluso halagar— a los “fuereños” porque, entre otras cosas, escribo en un medio “no yucateco”; casi casi me dice “colaboracionista”. Sin embargo, hay ocasiones que una crítica así es el mejor elogio que alguien puede recibir; por lo que dice y por quien viene.

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