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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

20 de marzo, 2016

Los extraños hechos que se registraron esta semana nos describen a la perfección como sociedad. Antes de que se conociera la identidad de los presuntos secuestradores, la gran mayoría creía que se trataba de fuereños, forasteros, huaches, provenientes de otros estados, donde los secuestros son el pan de cada día. “Ya llegaron”, se decía, mientras se cerraban las puertas y las ventanas. “Ya están aquí”. El echarle la culpa al otro, al extraño, no duró mucho, ya que pronto se supo quiénes habían sido los autores materiales del secuestro. Al final, y cuando aún hay muchos cabos sueltos, se puede asegurar que este episodio fue cien por ciento yucateco.

[h2]El héroe discreto[/h2]

Cuando se dio a conocer que la secuestrada fue liberada sana y salva y sus captores, aprehendidos, muchos suspiraron aliviados y de sus bocas salieron palabras de elogio a Luis Felipe Saidén Ojeda, secretario estatal de Seguridad Pública. Este superpolicía lleva ya quince años en su puesto, que ocupó también en las administraciones de Víctor Cervera Pacheco e Ivonne Ortega Pacheco. Se le pueden echar en cara muchas cosas; por ejemplo, desempolvar los reportes periodísticos de su caótico paso por Cancún. Sin embargo, estoy seguro que en momentos álgidos como los que se vivieron hace unos días, incluso sus más recalcitrantes críticos suspiran aliviados al saber que él está al frente de la policía estatal.

Tal vez uno de los secretos de Saidén es su discreción: pocas veces lo vemos en actos oficiales, rehuyendo de los reflectores y de los medios. Él no quiere figurar, no tiene más aspiraciones que la de estar a cargo del cuerpo policial; así lo han entendido los gobernadores con los que ha trabajado, que le dan luz verde y delegan, en él, el trabajo sucio. Sin demeritar la labor del comandante Saidén Ojeda, hay que destacar que en el paréntesis durante el cual no estuvo al frente, tampoco se registraron hechos qué lamentar: el papel realizado por Javier Medina Torre en la administración de Patricio Patrón Laviada fue igual o mejor incluso que el del héroe que hoy protagoniza esta columna. En el caso de que este secuestro hubiera sido realizado por profesionales, con armas verdaderas y no de diábolos ¿Cuál hubiera sido el desenlace?

[h2]La abuela ludópata[/h2]

En la crónica de los hechos publicada el viernes en La Jornada Maya, se narraba que “Margarita Oramas Jiménez, de 72 años, viuda y madre de seis hijos, acudió, como muchas mujeres de su edad y estado civil, al establecimiento denominado Casino Life…”. Antes de ser privada de su libertad, diversos reportes periodísticos señalaban que la dama llevaba treinta mil pesos en efectivo. Uniendo esos cabos, y conociendo los altos índices de ludopatía en el estado, no sería descabellado pensar que esa cantidad iba a parar directo a la caja de esa casa de juegos.

Según la Encuesta Estatal de Adicciones Yucatán 2014-2015, en Mérida hay unos 30 mil ludópatas, que equivalen al 1.8 por ciento de la población de 12 a 65 años de edad. Asimismo, en esta capital el 2 por ciento de los jugadores gasta de mil a diez mil pesos en un solo día; un jugador de las máquinas tragamonedas puede perder en un solo día el sueldo de toda una quincena. Desde 2014, las autoridades de salud en Yucatán han incluido en la Encuesta Estatal de Adicciones Yucatán un apartado para intentar comprender el porqué de los altos índices de ludopatía en las mujeres. Normalmente el índice que se encuentra en otras partes del mundo es que de por cada tres hombres hay una mujer, o de cuatro a uno, y en el estado encontramos, inclusive, menos de dos a uno. “Queremos saber a qué se debe, porque anecdóticamente sabemos que hay mucha gente que se jubila, es viuda y tienen una tendencia a ir a los casinos, pero en esa parte no es claro”, explicó entonces Miguel Ángel Viveros Erosa, coordinador de Programas Especiales de la subdirección de Salud Mental del Estado.

[h2]Los juniors criminales[/h2]

Quizás la mayor sorpresa de este suceso fue la identidad de sus autores. Como ya mencioné, la gran mayoría pensó que el delito fue obra de personas provenientes de otros estados, así que cuando se presentó a los verdaderos —y presuntos aún— responsables, se desató una explosión en cadena de rumorología. ¿Quiénes eran esos adolescentes? ¿En qué colegio estudiaban? ¿Quiénes eran sus padres? ¿Eran amigos de los nietos de su víctima? ¿Ejercían la prostitución juvenil? El morbo explotó y salpicó todo. Lo único que tenemos aquí es el prototipo de mirreyes que tan bien define Ricardo Raphael: para ellos “no importa de dónde venga el dinero —trabajo, herencia, hurto, corrupción o lotería—, la clave está en el poder de compra del que se ufana el mirrey”. El mirrey, nos dice igual Raphael, “desprecia la cultura del esfuerzo. Si lo único relevante es la fortuna y no importa el método para su obtención, el mérito y el denuedo terminan siendo arrojados por la escalera”. Los chavitos que ahora están en el ojo de la opinión pública meridana son productos de su familia, de sus escuelas, de la sociedad misma, incapaz, por lo visto, de promover o fomentar valores. Y lo grave es que en lugar de analizar las causas de esas conductas criminales muchos desean que Saidén les rompa la madre “para que sirvan de ejemplo y escarmiento” —así lo escuché de varias personas y así lo transcribo—. Y nos quitamos el susto que representó este episodio yendo al casino —“hoy, sí ganaré”— y reconfortando con regalos a nuestros hijos —“¡Pobrecitos, están muy asustados! ¡Ellos estudiaron con esos chamacos traviesos!”.

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El título que elegí para esta columna dominical tiene dos objetivos: primero, delimitar protagonistas y escenarios del intento de secuestro, y segundo, llamar tu atención respecto a cómo una noticia puede fácilmente atraer por su contenido alarmista. Este episodio nos dio varias lecciones como sociedad, entre ellas la forma en la que nuestros medios manejaron —y en muchos casos caricaturizaron— un hecho que merecía algo más que titulares anzuelo para morbosos —que, por naturaleza, somos todos.


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