de

del

Ricardo Sigala

14 de marzo, 2016

I. En el Sur de Jalisco
Estamos en la laguna de Zapotlán, en un palafito que hace las veces de restaurante, es septiembre de 2009, en una mesa íntima la voz de Hugo Gutiérrez Vega asume su papel seductor y encantador, voz de patriarca amable, la voz profunda, pausada que se fue construyendo en su pasión por la poesía y el teatro, en su paso por la radio, en su condición de conferencista y admirable conversador. Estamos frente al valle de Zapotlán, en la sobremesa; desde el vértice de los volcanes, un sol oblicuo ilumina su barba blanca, entonces Gutiérrez Vega recuerda al Juan José Arreola de “De memoria y olvido”, y desde su voz emanada de una caverna ancestral, recita: “Es un valle redondo de maíz, un circo de montañas sin más adorno que su buen temperamento, un cielo azul y una laguna que viene y se va como un delgado sueño.” La charla entonces gira hacia la obra de Arreola y se detiene en el cuento “Tres días y un cenicero”, en el que unos cazadores de patos encuentran una escultura de Venus en el fondo fangoso de la laguna.
-¿Es esta la laguna del cuento?
-Si, maestro, le respondo.
y continúa hablando del significado misterioso del hallazgo, de cómo es posible la existencia de una escultura clásica en un lejano pueblo del sur de Jalisco. La Venus del cuento es una representación de la cultura y la obra de Arreola, aseguró, y coincidimos en esa ocasión que la metáfora también aplicaba para Juan Rulfo, José Luis Martínez, Antonio Alatorre, todos originarios de la misma zona. Sabemos que también podemos aplicar dicha metáfora a la vida y obra de Hugo Gutiérrez Vega, él que, aunque nacido en Guadalajara, siempre se consideró un alteño, porque su familia era de Lagos de Moreno y ahí vivió sus primeros años. Sus poemas, algunas de sus crónicas y en especial sus charlas evocaban al lejano y entrañable pueblo de los altos de Jalisco, ya en la forma del recuerdo de su casa familiar; ya en la memoria de Francisco González León, el poeta y boticario del pueblo; o bien en la vieja abuela que “hablaba con los pájaros creyéndolos ángeles”.

Esa tarde también Gutiérrez Vega habló con entusiasmo de la cátedra que lleva su nombre. Se había afincado en Ciudad Guzmán, es decir en el Zapotlán el Grande de Juan José Arreola en el Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara. Él había dado la primera conferencia y el primer seminario sobre escritores mexicanos, y prometió que el primer invitado para la cátedra en Zapotlán sería Fernando del Paso.

Un viento fresco nos sacó del embrujo de su conversación. Bajo el piso de maderas sonaba el clap-clap pausado de las aguas de la laguna. El sol ya se ocultaba.

II. El hombre
Podemos hablar de Hugo Gutiérrez Vega como de un hombre del Renacimiento, un individuo universal. Nos encontramos ante un abogado (por la UNAM) que estudió letras inglesas (en Estados Unidos) e italianas (en Roma), además de comunicación (en Londres); ejercició la docencia en la UNAM y fue profesor visitante en España, Portugal, Grecia, Brasil, Argentina y Noruega; desarrolló una importante trayectoria en el servicio exterior mexicano, como consejero cultural en Roma, Madrid, Londres y Washington; fue embajador en Grecia, concurrente en Líbano, Chipre, Rumanía y Moldavia, además realizó trabajos para la UNESCO en Irán y la Unión Soviética; como promotor cultural fue director de la Casa del lago, de la Revista de la Universidad de México, y finalmente de La Jornada Semanal del periódico La Jornada; fue miembro del Seminario de Cultura Mexicana y de las academias de la lengua en México y en Puerto Rico, además de haber sido rector de la Universidad Autónoma de Querétaro; como periodista cultural colaboró en revistas de todo el mundo y escribió una quincena de libros con ensayos y artículos sobre literatura, cine, pintura, arte, política, viajes, entre otros. Fue autor de más de una docena de libros de poesía que a su vez han sido traducidos al inglés, francés, italiano, ruso, rumano, portugués y griego. Tuvo en su haber premios nacionales e internacionales de poesía y periodismo, condecoraciones en Italia, España y Grecia; fue doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Querétaro, la Autónoma Metropolitana y la Universidad de Guadalajara, entre muchos otros méritos.

III. El hombre: su elegante sabiduría, su clara conversación
Pero la figura de Hugo Gutiérrez Vega está lejos de ser una ficha de diccionario, por el contrario era íntima y emblemática. Aparecía y comenzaba a compartirnos su elegante sabiduría y su clara conversación marcadas por el sentido del humor y la crítica, por la oposición a los males de nuestro tiempo, por la justicia social y por un profundo sentimiento humano. Los que lo conocimos reconocemos y agradecemos el privilegio de haber compartido su entrañable presencia universal. Y en este caso conocerlo no significaba compartir la mesa o los amigos, bastaba escucharlo hablar en la radio o la televisión, en una ponencia o conferencia, en un diálogo entre escritores. Siempre que tenía oportunidad declaraba que la poesía, el pensamiento crítico, las humanidades, son un arma contra los males de nuestro tiempo, una de las claves para salir del laberinto de inhumanidad en que nos han metido el consumismo despiadado y el capitalismo voraz e irresponsable, y pueden ser una respuesta “al fundamentalismo de la tecnociencia y a ese nuevo orden mundial que atrofia el espíritu, destruye la biósfera, saquea los recursos limitados del orbe, perfecciona las armas mortíferas y oprime a continentes enteros con la insignificancia asoladora de su presunta estatura moral” (para decirlo con las palabras de Juan Goytisolo).

El diplomático, el maestro, el periodista y el poeta, el catedrático elocuente, el hombre generoso y carismático se concentran en esa peregrinación del deseo que es la palabra de Hugo Gutiérrez Vega, un habitante de las más diversas geografías que ha dejado una estela por el mundo, para compartirnos su elegante sabiduría y su clara conversación.

IV. 25 de septiembre de 2015
Un día antes de su muerte lo esperábamos en Zapotlán, a él y a Fernando del Paso, ambos enfermaron al mismo tiempo, pero Don Hugo Gutiérrez Vega no regresó. En Zapotlán nos quedamos esperando su palabra sabia y cordial, el humor con que nos enseñó a amar la vida y la literatura, su mano frágil, temblorosa, que nos sabía sostener cuando parecía que se conjuraban todas las piedras del camino. Nos quedamos esperando su generosidad, con el corazón abierto y ávidos de su presencia.
Gutiérrez Vega nos había hablado mucho de Cavafis, y de que el objetivo no era llegar a Ítaca, sino recorrer el camino hacia ella, ahora el maestro arribaba a la isla griega, y nosotros nos quedamos como los caballos de Aquiles ante (otra vez es Cavafis) el “interminable desastre que es la muerte”.

Hace cuarenta y cinco años Gutiérrez Vega escribió una carta a su amigo el poeta José Carlos Becerra, muerto en la carretera de Brindisi. Quizás cada muerte es todas las muertes y un poeta muerto es todos los poetas muertos. Yo quiero regresarle las palabras que le ofrendó al autor de El otoño recorre las islas, porque nosotros también lo “conocimos ya muy tarde”, y también pronto “aprendimos con gozo a amar los ojos” con que veía el mundo. Porque también don Hugo tenía un compromiso “con la pureza extemporánea, con la más arriesgada de las honestidades”; por eso nos hablaba asombrado de las cosas que vio en Zapotlán el Grande, de la laguna, de los volcanes, de la casa de Juan José Arreola, de todos sus amigos, de su infancia en Lagos de Moreno, de sus encomiendas en las embajadas de México en el mundo, de los poetas que lo sostuvieron, y le ayudaron a entender que todo acaba cuando el placer termina; por eso nos hablaba de las mujeres, de la bella y amable Lucinda y “de las cosas de México” que tanto le dolían.

En esos días finales de septiembre del año pasado tomé entre mis manos los recuerdos que don Hugo me dejó, e hice una oración en mi condición de descreído y recé como él hiciera cuarenta y cinco años atrás por la muerte de su amigo:
“Ahora, con tu muerte, el río de las palabras ha disminuido su caudal.

No exagero, poeta. No hago tu elogio fúnebre. (La oratoria te daba desconfianza, bien lo sé.) Digo todo esto dando una cabriola de cine mudo, saludándote con mi vieja corbata.
La vida sigue sin ti, hermano, pero ya no es la misma ni lo será ya nunca para los que te amamos.
Nos hemos quedado con lo que nos dijiste. Gracias por tus asombros, por esa diminuta certeza de alegría que a todos repartiste.
Hablaremos de ti como se habla de esos ausentes dones que un día nos da la tierra y que nos quita con su inocente furia al día siguiente.”

V. Otra vez el sur de Jalisco
Un mes después de la muerte de Hugo Gutiérrez Vega regresé al restaurant de aquella tarde de septiembre de 2009. Fue imposible llegar, los estragos del huracán Patricia desbordaron la laguna, la carretera quedó bajo las aguas y el palafino inaccesible. Recordé la escultura del cuento de Arreola, y me puse a imaginar el tamaño de la Venus que Gutiérrez Vega ha hundido en la laguna de Zapotlán. Una laguna que fuera de sí se desbordó. Todo pasa, permanecen las aguas.

Aquella tarde en el restaurante de la laguna, Gutiérrez Vega nos anunció con alegría que el primer invitado a su cátedra en Zapotlán sería Fernando del Paso, así sucedió, no nos dijo que también sería su último invitado, la cita era el 24 de septiembre de 2015. Ninguno de los dos llegó entonces, pero hoy vino el mensajero a decirnos que sus amigos vinieron a Mérida a saludarle, Carmen Villoro y su voz poética, Fabrizio León y su experiencia periodística, Alejandro Sánchez, gestor de la cátedra junto con Viktor Boga, y por supuesto Fernando del Paso, que ya salió del hospital con el Premio Cervantes bajo e brazo, todos vinieron a saludarte, viejo poeta, amigo.


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