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José Juan Cervera
Foto: Raúl Angulo Hernández
La Jornada Maya

10 de marzo, 2016

La convivencia que se observa en bares y cantinas suele acarrear la reprobación de quienes prefieren estigmatizar los hechos ajenos a su realidad inmediata, porque los prejuicios han funcionado siempre como rígidos obstáculos para apreciar la diversidad de expresiones que asume el ser social. Los valores que llegan a hacerse presentes en estos establecimientos pueden ser tan dignos y honorables como los que relucen en el más diáfano recinto de comunión espiritual, tal como lo permite entrever el libro Anécdotas de las cantinas de Mérida. Para que amarre, de Sergio Grosjean.

Cada uno de estos puntos de reunión exhibe características que los proveen de signos de identidad: así como es posible referirse a las cantinas más pequeñas de una ciudad, a las vistosas y a las más austeras, también pueden enlistarse aquellas cuyo ruido indomeñable impide la conversación fluida, en tanto que otras se ganan la reputación de las más acogedoras.

Estos lugares se distinguen igualmente por los variados rasgos de personalidad que manifiestan quienes a ellos concurren, con matices que muchas veces reflejan su condición social. Entre sus mesas desfilan personajes extravagantes y pintorescos, bravucones y estoicos, charlatanes, fanfarrones y vates de alada palabra, cazadores de incautos y profesionales del acomodo ágil y redituable.

El libro de Grosjean tiene el mérito de reconstruir un importante ramal de la historia de nuestra región y de la cultura popular que con ella se vincula. Sus instructivos pasajes brindan claves de interpretación de un pasado pletórico de vetas legendarias y trazos heroicos, escenas tenebrosas y esplendentes, ambiguos designios que en ocasiones opacan la llaneza de la vida cotidiana tal como la perciben los ciudadanos excluidos de los pedestales y de las epopeyas. Y muchos acontecimientos memorables acaecieron en cantinas que han desaparecido, se transformaron con el soplo de los tiempos o ampliaron el cauce de sus servicios.

Ligada a la experiencia histórica que esta obra recupera, sobresale la nomenclatura de los bares actuales y de otras épocas, descrita en una lista que el autor extrajo de diversos registros documentales. Su denominación suele poner de manifiesto tanto el ingenio como la conformidad conceptual de sus fundadores, e incluso sus inclinaciones filosóficas, políticas y recreativas, cuando no sus aversiones. La Francia, La Libertad, el Bar Cinegético, La Chica Taurina, El Puritano, El Peligro Amarillo y El Cinco de Mayo son algunos ejemplos de ello. Llama la atención un ya extinto Salón Bach, gemelo nominal del que congregó a los modernistas mexicanos de la transición al siglo XX.

Las bebidas constituyen un ingrediente importante de estos centros de legítima recreación, y también han oscilado en las preferencias del público, del mismo modo que han brotado y fenecido en el curso de las décadas. Así se recuerda el licor Berreteaga, que dio nombre a un bar que aún sigue activo; el Pipperman, que en anuncios versificados invitaba a su consumo en los periódicos literarios de 1914; la cerveza Águila Nacional, que alrededor del mismo año alternaba con las yucatecas Carta Clara y León Negra. O la XX de Orizaba, que alguna vez recibió el arqueólogo Manuel Gamio al solicitar una cerveza extranjera en un expendio de Mérida.

Las anécdotas representan uno de los elementos fundamentales del más reciente vástago intelectual de Grosjean, y de la mayor parte de ellas se desprende un tono festivo que pone el acento en la abundante jovialidad que circula en esta tierra de coloridas tradiciones.

Pero además debe señalarse que el mundo de los bares y las cantinas se relaciona estrechamente con el campo de la creación artística y con sus circuitos de difusión, por más que algunas expresiones degradadas de la cultura de masas parezcan dominar sobre la inercia del consumo inducido en un ingente sector de la clientela que concurre a dichos establecimientos, sobre todo en lo que se refiere a la ambientación musical. Frente a este panorama, tiene sentido recordar que han cedido sus espacios –si bien no con la frecuencia deseable- a la realización de exposiciones pictóricas y fotográficas, presentaciones de libros e instalaciones artísticas, como algunas crónicas todavía dispersas lo documentan.

La seducción y el encanto de estos lugares dependerán del grado de receptividad de sus clientes potenciales o efectivos. Todo lo demás se concentra en esa sustancia líquida que llama a explorar nuevos horizontes o a sumergirse en nebulosas de menos apetecibles efectos. La elección de cada quien resonará en su conciencia como el tintineo del cristal con que se bebe.

*Texto leído en la presentación del libro escrito por Sergio Grosjean, Anécdotas de las cantinas de Mérida. Para que amarre. Mérida, Instituto Mexicano de Ecología, Ciencia y Cultura Expedición Grosjean, 2015, 167 pp.

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