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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Tomada de la web
La Jornada Maya

9 de marzo, 2016

Se llama Néstor Moreno, y era director de operaciones de la Comisión Federal de Electricidad. Si lo gogleas puedes ver una fotografía de él y coincidirás conmigo en que se parece a Alfredo Palacios, conductor de radio y estilista de las estrellas. El rostro de ambos, tal parece, fue moldeado por el mismo cirujano plástico; los dos, patéticos remedos de Dorian Grey, amasijos de carne, silicona y colágeno.

Palacios, en su descargo, pagó sus filias al bisturí con su trabajo; Moreno, en cambio, con el nuestro.

Este ex funcionario es quizás el ejemplo más vergonzoso de la corrupción en el servicio público mexicano. No sólo quiso rejuvenecer a golpe de cirugía, pagando con dinero ajeno, sino que se dio vida de magnate petrolero ruso, tipo Abramóvich, aprovechando su puesto en la paraestatal. Sin embargo, nos hizo un gran favor: los redactores de la iniciativa de ley 3 de 3 la hicieron pensando en él.

Néstor Moreno supo aprovechar todas las lagunas y omisiones de la actual ley de responsabilidades de servidores públicos. A las diversas empresas a las que él benefició mediante su puesto en la CFE les pidió que no se lo agradecieran en efectivo, sino que le pagaran sus favores por medio de una American Express Black. Con ese plástico, al que le sacó brillo lindo y bonito, viajaba a Miami y rentaba un departamento de lujo, ferraris y lamborghinis, yates; y se daba sus vueltecitas por el quirófano. Ahí le moldearon el mentón, para que pareciera que tuviera nalguitas; le pusieron pómulos, le quitaron las arrugas. Además, le inyectaron los labios, a lo Angelina Jolie, y le colocaron glúteos falsos, con los que su trasero quedó firme, respingón. Todo, con el poder de su firma.

Cuando su estilo de vida a lo Onassis trascendió y llamó la atención de periodistas, él, con un cinismo inaudito, señaló que no había incurrido en ningún ilícito, que no tenía nada a su nombre, que las empresas a las que había beneficiado no le habían ni pagado en efectivo ni con propiedades; la tarjeta American Express Black la pagaba una empresa fantasma, con sede en un paraíso fiscal. Sin embargo, y a pesar de los artilugios legales con los que se blindó, el descaro de Moreno fue condenado a una inhabilitación de 17 años para el servicio público y multa de 69 millones de pesos, impuesta por la Función Pública en 2012.

Lo inaudito en este caso no es la voracidad de este ex funcionario, sino que haya habido una sanción; la gran mayoría de los casos queda impune en esta corruptocracia, que, paradójicamente, no se atreve a pronunciar esa palabra prohibida. A ver, repite conmigo: co-rrup-ción. Otra vez: co-rrup-ción. Ya ves, no es tan difícil; tres sílabas como cualquier otras. Sin embargo, acabas de hacer algo que ningún político se atreve. El término corrupción brilla por su ausencia en nuestra actual legislación; como si no existiera, como si fuera un mito urbano. Sólo lo podemos hallar en las normas penales, cuando se describe el delito de corrupción de menores. En los casos en los que un político, un funcionario público o un líder sindical se enriquece con dinero público, el término se pronuncia con eufemismos.

Como esos amigos gordos a los que no les puedes mencionar su peso, nuestros políticos le huyen al término que en muchas ocasiones los define, como si erradicándolo del diccionario desaparecieran sus actos ilícitos; como si negándolo no existiera. Lo exorcizan con su silencio, lo sepultan con su negación. A las cosas hay que llamarlas por su nombre, y el primer paso es que se reconozcan corruptos. Con esta premisa, la iniciativa ciudadana de ley 3 de 3 clasifica la corrupción en diez rubros: soborno, desvío de recursos, abuso de funciones, colusión, conspiración para cometer actos de corrupción, tráfico de influencia, enriquecimiento oculto, obstrucción de la justicia, uso ilegal de información falsa o confidencial y nepotismo. De nuevo, las cabezas de la hidra son expuestas.

“Un político pobre, es un pobre político”. Esta frase es atribuida a Carlos Hank González, y con el paso de los años se ha convertido en una ley no escrita. Los puestos de servicio público se han convertido en ubres; entrar al gobierno es sinónimo de sacarse la lotería. Toda la maquinaria sirve para saquear, para explotar, para dejar sin recursos, y, ante la impunidad reinante, el ciudadano se resigna, como buen católico, a resistir en este valle de lágrimas, en este páramo en el que reinan ladrones. Ya es momento de poner un hasta aquí.

***

Primavera mexicana. Ese inspirador término rescató La Jornada Maya al titular del foro que se realizó anteayer en la Universidad Marista de Mérida, en la que Max Káiser Aranda, uno de los redactores de la iniciativa de ley 3 de 3 explicó el origen y el alcance de la misma, la primera que tiene su génesis en la sociedad. Mucho de lo escrito en este artículo fue explicado, de una manera más completa y amena, en ese foro. Esta simplemente es mi humilde contribución.


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