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Pablo A. Cicero Alonzo
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La Jornada Maya

4 de marzo, 2016

En estos días aciagos, dos de las cabezas de la hidra se asoman en Yucatán. Es en ese monstruo mitológico con el que comparamos al crimen organizado, que se manifiesta con distintos rostros, todos temibles. Mientras que en otras latitudes de nuestro país el peligro se manifiesta en el contrabando y en el trasiego de drogas, aquí es en los juegos de azar y en el agio.

Hace apenas unas horas, leímos los reportes de un intento de secuestro en Mérida. La versión oficial señalaba que los criminales retuvieron a una señora mayor por una deuda que había contraído una persona cercana a ella. Como oráculo, Álvaro Quiñones Aguilar, en una interesante colaboración publicada ayer en La Jornada Maya, comenzó su columna describiendo un perfil: “Juanita, mujer que en la cúspide de su madurez, entrada ya en la década de los 60, está a punto de perder su humilde vivienda tras contraer una deuda con una microfinanciera; empeñó sus escrituras para saldar la deuda que se hacía cada vez menos pagable. Los refrendos se acabaron, y al borde de la desesperación no sabe si recurrir a un agiotista que le prolongue unos meses más la incertidumbre o sucumbir ante el implacable vencimiento”.

En su artículo, Quiñones Aguilar alertaba sobre el boom de las casas de empeño, originado, entre otros factores, por la ludopatía que se ha arraigado en los yucatecos ante la llegada de los casinos. En la misma sintonía, Juan José Abraham Dáguer, en su toma de protesta como presidente de la Canacome, nos advirtió sobre los juegos de azar, destacando que los más afectados son, precisamente, los jubilados. Como la Juanita que describe Quiñones.

Ese personaje ficticio que nos imaginamos en la lectura de esa columna se tornó en realidad, y fue secuestrada hace dos días por una deuda de su ex-yerno. Si no hubiera sido por la llamada ciudadana que alertó a los policías, la víctima estaría aún en manos de los delincuentes, obligando así a sus familiares a saldar una deuda de un millón de pesos.

El origen y la causa de la deuda los desconocemos; pudo o no ser para saldar una obligación de juegos de azar. Sin embargo, en el mismo caso de la víctima del intento de secuestro se encuentran innumerables yucatecos, a los que los bancos les han cerrado las puertas y tienen que recurrir, por una u otra razón, a microfinancieras, casas de empeño y, en el peor de los casos, con agiotistas. Estos últimos operan al margen de la ley, brindando préstamos a condiciones totalmente adversas a quien los solicita.

El agobio económico nubla la razón, y de eso se valen estos prestamistas; aves de rapiña que se alimentan de la tragedia ajena.

Sus métodos de cobro son igual de reprochables, ya que por lo general ejecutan las obligaciones de manera implacable, arrebatando las garantías que el desesperado dio al acudir con ellos. En los casos como los que leímos hace pocas horas, la cobranza se transforma en delito, en crimen. Acudir a un agiotista, como en este caso, puede costarte la libertad o incluso la vida. Suerte tuvo la Juanita real.

El crimen se abre camino. Absortos construyendo murallas en la periferia de nuestro estado, con el objetivo de blindarlo del narcotráfico, no nos percatamos de las mafias que ya operan dentro, quintacolumnistas de nuestra seguridad. Centros nocturnos, casinos y casas de empeño, todos con papeles en regla, nos demuestran ahora que la invasión que esperábamos ya se realizó, de una manera tan silenciosa que ni nos percatamos. El enemigo tan temido opera desde hace tiempo entre nosotros.

Piratería, robo de chatarra, llamadas de extorsión, prostitución, trata de personas, pesca furtiva. La hidra yucateca tiene muchísimas otras cabezas más, que poco a poco se van a ir revelando, mostrándonos que la etiqueta de “estado más seguro del país” era sólo un espejismo, un eslogan. Le temíamos a un concepto abstracto que englobamos en la palabra «narcotráfico», sin percatarnos que el crimen es una bestia multicéfala.

Ante esta situación, ya huérfanos de la inocencia con la que vivíamos hace apenas unos meses, sólo nos queda asumir cada quien nuestra parte. Como ciudadanos, denunciar, tal y como lo hizo la persona que llamó a la policía, siendo pieza clave de su liberación. A las autoridades, informar de manera oportuna, clara y directa a una ciudadanía que está entumida aún, despreocupada y sin una cultura de seguridad.

Asimismo, de las autoridades depende brindar una mayor vigilancia a esos giros que pueden convertirse en génesis de delitos, donde se opera al margen de la ley. Los focos rojos de esta ciudad que, de manera sorpresiva, se topa frente a frente con esas horribles caras de la hidra.


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