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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

3 de marzo, 2016

Se llamaba Jorge Gallareta Gamboa, y le decían [i]El Ecoloco[/i]. Todos los años, el Ayuntamiento realizaba un operativo para limpiar su casa, ubicada cerca de los juzgados civiles. En julio 2004, según se reportó, las autoridades sacaron cien toneladas de basura de la vivienda.

Gallareta Gamboa fue detenido y sus hijos, unos gemelos de entonces once años, fueron entregados al DIF. Él y sus pequeños vivían en un insalubre reino de desechos, que más tardaba en llenarse de nuevo que en limpiarse. En octubre de ese mismo año, los empleados de la Comuna regresaron a la casa de Gallareta y sacaron otras tres toneladas.

Indignado, el acumulador contraatacó, denunciando abuso de autoridad. El Ayuntamiento, aducía, le debía trescientos mil pesos, ya que no se había llevado basura sino objetos de gran valor económico. Con eco incluso en medios capitalinos, Gallareta se mostró como un adelantado, al señalar que lo que hacía era benéfico: “Yo hago un trabajo noble, ecológico, porque ayudo para que esos desechos que recojo no contaminen la ciudad”.

Gallareta Gamboa, a quien el término pepenador le enfurecía, se formó en escuelas privadas; incluso jugó futbol americano colegial en Estados Unidos. Se graduó en la Universidad de Chapingo, se casó y tuvo cuatro hijos; los gemelos, los más pequeños, lo ayudaban a recolectar la basura antes de que le quitaran su custodia.

Clínicamente, [i]El Ecoloco[/i] sufría el síndrome de Diógenes, un trastorno que mueve a acumular demasiados objetos, sin capacidad para desprenderse de ellos. Diógenes fue discípulo de Antístenes, que a la vez fue pupilo de Sócrates. En realidad, el griego con el que se bautizó el trastorno, no fue un gran acumulador, ya que sus únicas pertenencias eran un manto, una bolsa de piel, un báculo y un cuenco. Deambulaba por las noches en las calles de Atenas portando una lamparita, no buscando basura, sino “hombres honestos”; encontró pocos, nos imaginamos. Murió a causa de un cólico provocado por comer un pulpo vivo.

Y así, Diógenes más que pasar a la historia por su pensamiento, lo hizo por su extraña forma de vivir, encontrando postrer refugio en los manuales de psiquiatría, junto con sus compatriotas Edipo, Electra, Narciso y Pigmaleón. Gallareta Gamboa estaba enfermo: sufría este trastorno, y no necesitamos ser el doctor House para llegar a ese diagnóstico. Tengo un tío que también lo sufre, ya que no se quiere deshacer de sus casetes de música, aún cuando ya se los grabaron en formato mp4. Sin embargo, mi tío es inofensivo, en tanto que Gallareta, en su afán por acumular, se convirtió en un peligro para la sociedad, en especial para sus hijos y vecinos.

Los gemelos, Cástor y Pólux de ese Diógenes yucateco, vivían en un sitio insalubre, expuestos a infecciones y otras enfermedades, como el tétanos; Mowglis en una selva de escoria. También la manía del [i]Ecoloco[/i] afectaba a las personas que vivían cerca de él, al tener un basurero, con su peste y faunas características, a lado, enfrente o detrás de sus casas.

Gallareta Gamboa fue noticia hace ya más de una década. En estos días de descacharrización, su fantasma recorre de nuevo las calles de la ciudad. Bien nos los podríamos imaginar en estas noches recorriendo esquinas, con una lamparita, él sí buscando desperdicios. Sin embargo, esta práctica, tanto o más que entonces, es un grave foco de insalubridad. El mosco que transmite los flagelos del dengue chikungunya y zika se reproduce en cacharros y desperdicios.

Al igual que hizo con [i]El Ecoloco[/i], el Ayuntamiento está verificando todos los sitios donde se amontonan estos desperdicios. También como Gallareta, los pepenadores afectados se están quejando, aduciendo que no es basura lo que acumulan sino tesoros, como el de Gollum, ese hobbit aberrado por el poder del anillo. Sin embargo, a diferencia con el original [i]Ecoloco[/i], a muchos de los actuales afectados no los mueve un trastorno psicológico sino una necesidad económica. En ambos casos, el físico como el material, aplica el bien común, la salud de la sociedad.

Veremos, en estos días, cómo los colegas de Gallareta protestarán por las medidas tomadas por las autoridades municipales. Hay que tener en cuenta, en la estridencia de sus quejas, que detrás de ellos funcionan verdaderas mafias, que se enriquecen manchándose las manos.

La basura es un negocio lucrativo, manejado por auténticos zares. Si nos remitimos a la cuna de la delincuencia organizada, en Sicilia, vemos cómo los clanes mafiosos son los encargados de la recolección y pepena, actividad que en muchas ocasiones les deja más que la trata de blancas o el contrabando de tabaco. [i]Porca miseria[/i].

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