de

del

Enrique Martín Briceño
Colección Museo de la Canción Yucateca
La Jornada Maya

6 de enero, 2016

Antes de continuar con mi relato sobre la canción popular de Yucatán en el concierto nacional, no puedo dejar de expresar mi principal deseo para este 2016: que la ola de indignación levantada por el torpe despido de cinco locutores de XEPET se traduzca en el fortalecimiento de esa radiodifusora indígena y en la ampliación de los espacios que en radio, televisión e internet tienen la lengua y la cultura mayas. Lo menos que puede esperarse de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y de las demás instituciones involucradas en la cultura es el cumplimiento de un derecho constitucional que asiste a más de 800 mil personas en la península.

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Los artistas e intelectuales yucatecos de los años veinte y treinta del siglo pasado no fueron ajenos a la corriente nacionalista en la canción, aunque esta no se manifestó en una sujeción estricta al modelo de la canción abajeña promovido por Manuel M. Ponce, sino en el apego a aquellos géneros más antiguos –y más melancólicos–, como la danza y la clave, y al género mestizo de jarana. En 1924, el trovador Cirilo Baqueiro García-Rejón, hijo de Chan Cil, se burlaba de “los modernistas”, quienes para serlo debían “mal cantar los bambucos y el bolero” y “despreciar lo que es de la región”. Y en 1928, al evocar la época en que Chan Cil creó sus composiciones, un articulista meridano escribe que “entonces los bambucos y boleros y demás cantos extranjeros no se habían connaturalizado”.

El rechazo al bambuco y al bolero es patente en el [i]Cancionero yucateco[/i] editado en Mérida en 1931 por Filiberto Romero, pianista egresado del Conservatorio Nacional, sempiterno director de la Escuela de Música del Estado y él mismo autor de canciones. Romero, quien había sido responsable de las partituras del [i]Cancionero[/i] de 1909 (el llamado “de Chan Cil”), reunió en esta compilación a trovadores populares como Ricardo Palmerín, Pepe Domínguez, Pepe Gómez, Chucho Herrera, Pepe Martínez y Lalo Santa María con músicos académicos como Amílcar Cetina, Fausto Pinelo y él mismo. Pero ninguna de las 20 canciones que recoge la publicación presenta un solo rasgo rítmico de aquellos géneros “extranjeros” que tan a gusto ya se hallaban en la península. Es más, no identifica los géneros de las canciones incluidas, como era lo usual, sino que se limita a indicar su tempo. La intención queda clara cuando se lee el prólogo de este cancionero significativamente apellidado “yucateco”: “La canción yucateca, en sus primeros tiempos fue algo híbrido: música influenciada por corrientes exóticas, melodías de Cuba, ritmos de Colombia y aun hasta en los ‘renglones cortos’ respectivos había también algo exótico. Ahora ya tenemos otra personalidad. De todo ese conjunto informe, nebulosa de arte, se va formando un carácter propio, una música popular que tiene ya acentos y frases de honda expresión nuestros.”

El colmo de esta postura fue el libro [i]Canciones de Palmerín[/i], aparecido en Mérida en 1934, el cual ¡no recoge uno solo de los bambucos del compositor!, con todo y que varios de ellos ya eran famosos en todo México e incluso en otros países. No debe sorprendernos, por tanto, que en el concierto organizado ese mismo año por el ayuntamiento de Mérida para celebrar la fundación de la ciudad, concebido como un repaso de la historia de la canción yucateca, los principales trovadores locales –Palmerín entre ellos– no cantaran bambucos ni boleros. Esquizofrénicos, políticos e intelectuales alababan la canción como manifestación del “alma popular yucateca”, pero se negaban a aceptar a dos de sus géneros centrales.

Para entonces, Guty Cárdenas –muerto en 1932– ya había creado con Antonio Mediz Bolio el género conocido como canto, evocación o danza maya y sus famosos [i]Caminante del Mayab[/i] y [i]Yucalpetén[/i], mientras que Pepe Domínguez y otros compositores daban nuevo impulso a la canción jarana. Ambos géneros, considerados auténticamente yucatecos, contaron enseguida con la bendición de intelectuales, artistas, académicos y políticos.

Pero, no obstante los esfuerzos de ese influyente sector, el bambuco y el bolero ya eran imparables, con mayor razón en la región mexicana donde habían arraigado antes que en ninguna otra y cuyos trovadores los paseaban por México y los Estados Unidos. Sin contar a Guty Cárdenas, la veintena de solistas, duetos y grupos yucatecos que grabaron canciones en el país del norte entre 1927 y 1932, incluyeron en su repertorio, en promedio, por lo menos un 20 por ciento de boleros –identificados muchas veces en los marbetes de los discos como “canción yucateca” o “canción criolla”– y un 25 por ciento de bambucos. Por dar un ejemplo, entre junio de 1929 y diciembre de 1930, el dueto formado por Eulogio Salas y Andrés Herrera grabó en San Antonio, Texas, 22 canciones, entre ellas [i]No me olvides, Para olvidarte [/i]y [i]Presentimiento[/i], “canciones yucatecas”, y Olvido, esa sí reconocida como “bolero”, obviamente por ser obra del cubano Miguel Matamoros. ¡Qué iba a preocuparles a aquellos músicos trashumantes, que también tocaban corridos y tangos, la obsesión de los artistas “cultos” por mantener a la canción de Yucatán ajena a las influencias “exóticas”!

Paradójicamente, Guty Cárdenas, el autor que creó al final de su fulgurante carrera la evocación maya, había contribuido a injertar al bolero en la canción peninsular con piezas como [i]Para olvidarte, A qué negar, Aléjate, Pasión, Quisiera[/i] y [i]Fondo azul[/i]. Ya encarrerado, no olvidó la orientación de Tata Nacho, pues compuso claves y grabó gran número de canciones mexicanas que él mismo recogía en sus giras por el país. Pero tampoco hizo a un lado al género creado en Santiago de Cuba por Pepe Sánchez y realizó grabaciones memorables de boleros yucatecos –de Enrique Galaz, Ricardo Palmerín, Rubén Darío Herrera y otros–, cubanos –de Ernesto Lecuona, Eusebio Delfín, Nilo Menéndez y Yayito Maldonado– y de un autor azteca que comenzaba a despuntar: Agustín Lara. Las cifras son elocuentes: de las más de 200 canciones que el trovador yucateco registró entre 1927 y 1932, por lo menos 40 son boleros.

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