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Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Más allá de las llamadas “instituciones gubernamentales” existe algo que los sociólogos y antropólogos suelen llamar “instituciones sociales”. Las más evidentes y conocidas son la familia, la educación, la cultura. Las instituciones sociales dan estabilidad y estructura a nuestras vidas, lo cual nos permite vivir en sociedad junto a otros. Peter Berger y Thomas Luckmann lo explican magistralmente en su texto titulado La construcción social de la realidad (1966). Pero si bien las instituciones sociales nos permiten “mantener” la sociedad, también es cierto que dichas instituciones son dinámicas, cambian con el tiempo y la gente las va adaptando a las realidades que va encontrando o construyendo. Las instituciones sociales influyen en la personalidad de los individuos, determinan sus gustos y valores, su forma de pensar, de actuar, moldean el comportamiento humano. 

En esa lógica, la pandemia de COVID-19 está obligando a un cambio acelerado en el conjunto de todas las sociedades del orbe. Cada país, estado y/o región está viviendo una mutación impresionante en sus instituciones sociales. Normalmente los cambios suelen ser graduales y pausados, el individuo va “institucionalizando” sus conductas poco a poco y no de tajo. Por ello, la pandemia ha impactado a muchas instituciones sociales. 

Desde el ORGA hemos podido observar la evolución de varias de estas instituciones sociales. Una que está presentando resistencia, pero que parece avanzar a pasos agigantados es aquella sobre las modalidades de movilidad personal. 

En días recientes, el Inegi informó que Mérida era la ciudad donde más hogares reportaban tener al menos una bicicleta (57 de cada 100 hogares). El colectivo Cicloturixes celebró la noticia y la difundió mediante sus redes sociales. Este Colectivo en verdad se ha preocupado en los últimos años en “institucionalizar” el uso de la bicicleta como medio de movilidad y no como mera práctica lúdica.  Desde 2010 impulsa una agenda social que promueve opciones de movilidad distinta a las motorizadas en Mérida.

El dato, aunque impresionante, en realidad es poco representativo en términos de movilidad para el grueso de la población meridense. Es evidente que el auto es rey en Mérida, que la metrópoli creció teniendo como modelo al transporte motorizado individual y no al transporte colectivo.

El ciclismo se fue asimilando más como actividad recreativa, deportiva y lúdica, que como medio de movilidad y transporte. La llamada Biciruta que, previo a la pandemia el Ayuntamiento de Mérida impulsó cada fin de semana, contenía más un carácter social y turístico que de verdadera conciencia sobre la posibilidad de utilizar la bicicleta como medio de transporte.

Pero como hemos dicho, la pandemia vino a trastocarlo todo. Entre abril y mayo de 2020 se evidenció el atraso en el sistema de transporte colectivo; en junio y julio el sistema prácticamente colapsó, lo que agravó el número de contagios e hizo notoria la falta de alternativas para la movilidad. Hay avances:  bici-estacionamientos en varios puntos de la ciudad, tratando de incentivar el uso de dicho transporte; puesta en marcha de un Plan de Infraestructura de Ciclovías en Mérida y su zona conurbada. 

Sin embargo, las ciclovías han presentado resistencias fuertes de automovilistas, comerciantes y vecinos que se dicen afectados. En este contexto, un colectivo como Cicloturixes adquiere su verdadera relevancia. 

El ayuntamiento de Mérida debería acudir a la experiencia de Cicloturixes, no sólo para promover el uso de la bicicleta, sino para “institucionalizar” su utilización dentro de una ciudad donde, al día de hoy, el auto continúa siendo rey. Ello implica un discurso claro y directo sobre la importancia de la bicicleta como medio de transporte. La promoción del uso de la bicicleta como medio debe pasar por un proceso de educación y sensibilización ciudadana hacia otros medios de transporte distintos a los motorizados.

Cicloturixes podría aportar mediante cursos que permitan mostrar las ventajas de usar vehículos no motorizados y crear una estructura para lograr una sana convivencia entre peatones y conductores. El reto no es sencillo, pero es posible. Se trata, sobre todo, de un cambio cultural que nos permita regresar a la sociabilidad que será muy necesaria en la post-pandemia.

*Profesor-Investigador del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales de la UNAM (CEPHCIS) y Colaborador del Observatorio Regional de Gobernanza y Acción Social ante el COVID-19 (ORGA).

http://orga.enesmerida.unam.mx/

Edición: Ana Ordaz


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