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Texto y foto: Felipe Escalante Ceballos
La Jornada Maya

Viernes 2 de noviembre, 2018

Cuando yo era un estudiante de la escuela primaria, don Felipe Escalante Ruz me aconsejaba: “Hijo, estudia y prepárate, o acabarás sembrando maíz”. Esta cantinela fue repetitiva durante el tiempo en que cursé la enseñanza secundaria y también en los dorados años de la escuela preparatoria. Constantemente me decía mi padre: “Hijo, estudia o terminarás sembrando maíz”.

En 1970, ante el temible sínodo de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Yucatán, sustenté el correspondiente examen de grado. Días después, al entregarle a don Felipe mi título de abogado, la exclamación de mi orgulloso papá fue: “Hijo, tienes un futuro promisorio. No tendrás necesidad de sembrar maíz”.

Entiendo que esa expresión de mi padre se refería al cultivo de las milpas, la actividad principal en el campo yucateco en épocas pretéritas. Nuestros humildes campesinos, sin oportunidades de superación, tenían que dedicarse a la siembra de ese cereal para subsistir.

Al inicio de mi vida profesional, durante algunos años me desempeñé en el servicio público, habiendo ocupado distintos puestos en el Poder Judicial del Estado; luego, al dedicarme al ejercicio privado del derecho, me establecí como asociado o integrante del bufete del letrado, fedatario público y litigante Julio Mejía Salazar.

Doce años permanecí en ese despacho, a la sombra del abogado Mejía, y luego, durante algún tiempo más, seguí colaborando con él, a pesar de que yo ya había establecido mi propia oficina.

Don Julio era famoso por su sapiencia y sus triunfos en los tribunales. Los éxitos de Mejía como abogado postulante eran constantes, sobre todo en los casos más difíciles.

Sin embargo, no hay dicha completa. Ocasiones hubo que en el célebre jurista recibió con desagrado resoluciones contrarias a sus intereses, cuando él daba por seguro el éxito en el asunto que se le había encomendado. Prontamente adquiría una copia del auto o de la sentencia para estudiarlos detenidamente y luego los comentaba conmigo, con el fin de preparar el recurso correspondiente.

Recuerdo que al finalizar la década de 1980, en un corto plazo el licenciado Mejía recibió de los juzgados civiles tres resoluciones en contra de sus demandas de justicia. Con la frustración reflejada en el rostro, el celebrado jurista se quejó:

-“Pilo, ya no sirvo como litigante. Las autoridades no me dan la razón. Ya no sé nada. ¡Vámonos a Tekax a sembrar maíz!” (El jurisperito era propietario de un rancho a la entrada de esa población, donde pasaba los fines de semana entre cultivos de cítricos, gramíneas y aguacates).

Mi respuesta fue inmediata:

-No, licenciado, por consejos de mi padre, yo tengo aversión al cultivo del maíz. Si ya estudié para ser abogado, ir a sembrar maíz significaría para mí un fracaso.

Mejía sólo se sonrió y alcanzó a farfullar:

-De eso se trata, Pilo. Litigar ahora es un fracaso. Por lo menos el maíz es útil, produciremos comida.

Las risas de ambos dieron por terminado el mal momento. Esa misma noche comenzó el estudio de los recursos con que contábamos para continuar la batalla legal.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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