Romina A. España Paredes
La Jornada Maya
Viernes 28 de septiembre, 2018
¿Hemos olvidado que Yucatán fue “el niño mimado del Imperio”? Las memorias del Segundo Imperio, remembranzas de la imaginación o de la veracidad, de lo íntimo o de lo colectivo, contemplaron entre sus añoranzas convertir a Yucatán en el centro de gravitación de América Central.
“El niño mimado del Imperio” fue como Maximiliano de Habsburgo, emperador de México, llamó a esta remota región del país. Y convencido del papel fundamental de la península, llegó a prometer que, en caso de tener descendencia, el heredero al trono se llamaría “príncipe de Yucatán”. Promesa que, recordamos, jamás alcanzaría a cumplir y que quedaría como un anhelo más en la memoria de la Historia.
Resulta comprensible la decepción de Maximiliano cuando, en noviembre de 1865, tuvo que renunciar a la posibilidad de visitar Yucatán personalmente, debido a que su visita era interpretada por sus enemigos como una ruta de huida de México.
Su anhelada misión viajera, así como sus “instrucciones secretas”, terminaron por recaer en las confiables manos de la emperatriz Carlota de Bélgica. Junto a ella, también viajaría una selecta comitiva de notables, entre los que destacaba el reconocido historiador mexicano, liberal moderado y ministro de Relaciones, a quien Maximiliano encomendaría escribir las memorias del imperio: José Fernando Ramírez.
Después de una larga trayectoria política en defensa de la República, la participación de Ramírez en el gabinete de Maximiliano fue motivo de numerosas críticas en su tiempo. Algunos años antes, había expresado su rechazo al régimen monárquico, en plena intervención norteamericana.
Esta inesperada transformación en la posición política del historiador ha sido explicada por sus biógrafos, no sin algunos eufemismos, como una respuesta lógica a la desesperación que debió sentir frente a la gravada anarquía del país y las continuas desilusiones políticas que vivió.
Lo cierto es que su diario, en el que dialoga la honestidad de lo íntimo con la discreción de lo público, revela las continuas tensiones y contradicciones que Ramírez experimentó durante su viaje a Yucatán.
“Noviembre 7 de diciembre de 1865. Salí de México en una diligencia particular […]”, escribe Ramírez en la primera página de su diario. Al día siguiente, en Puebla, anota con caligrafía perfecta: “Aquí encontré a la Emperatriz, que se había detenido por la fatiga y contingencias de carruajes del día anterior. Hablé con Su Majestad, quien me recibió con su acostumbrada bondad, disponiendo que yo permaneciera hoy aquí, para continuar el viaje bajo el programa trazado por el Emperador.”
Las dificultades del clima los retuvo en esta ciudad hasta el día 20, cuando finalmente se dirigieron a Yucatán, Ramírez a bordo del majestuoso vapor austriaco Dándalo y Carlota en el mexicano Tabasco, “pequeño e incómodo vapor mercante, y que se prefiere por la sola razón de que lleva la bandera mexicana”, explica Ramírez en un tono crítico. Llegaron al puerto de Sisal el 22 de noviembre y, esa misma tarde, la emperatriz salió rumbo a Mérida.
La mañana del día 23, el cañón de la fortaleza de San Benito y los repiques de las campanas al vuelo anunciaron a los meridanos la llegada de Carlota a la capital: “Entró Su majestad en Mérida hacia las once de la mañana, entre festejos y aclamaciones que no dejaban duda sobre la sinceridad del entusiasmo que las inspiraba. Jamás hubo ovación más completa ni lisonjera. Imposible era distinguir cuál de las clases superaba, si la alta o el pueblo, si el sexo masculino o femenino”. Detrás del júbilo de la capital, se ocultaba la conflictiva lucha de facciones políticas que vivía Yucatán en el momento.
Durante los escasos días que estuvieron en Mérida, mientras Carlota participaba en varios actos protocolarios, Ramírez visitó dos veces las ruinas del convento de San Francisco.
El 3 de diciembre, el historiador mexicano adelantó su viaje a Uxmal, donde se hospedó acompañado de un dibujante y don Pedro Regil. Inspirado por los libros de viajes del alemán Alexander von Humboldt -a quien conoció personalmente años antes en Potsdam- y del estadounidense John L. Stephens, se detuvo a describir con gran detalle las fachadas y estructuras, e intercaló entre sus notas varias ilustraciones que, lejos de reflejar una habilidad artística, dejan ver el profundo interés que tenía por estudiar la historia de México.
Sin embargo, el diario de Ramírez dista de ser un documento meramente arqueológico. Atendiendo a su mirada de historiador, que lo acompañaría hasta el final de su vida, el diario es un ejercicio de memoria de valor personal, histórico y documental sobre el pasado de México y su presente decimonónico.
Con una visión cada vez menos optimista, señaló entre sus páginas las condiciones del Segundo Imperio y su cada vez más inminente caída.
El viaje a Yucatán debió ser para Ramírez un punto culminante. Poco tiempo después de su regreso, cansado de las constantes intrigas de la política imperial, así como de las tensiones de su cargo, solicitó su renuncia, misma que fue aceptada por el emperador el 3 de marzo de 1866.
Advirtiendo el fin del Imperio, el historiador mexicano decidió expatriarse y el 3 de enero de 1867 se despidió de Maximiliano en la Hacienda de la Teja.
En los apuntes de sus Memorias para el Segundo Imperio, Ramírez incluyó una extensa nota sobre las últimas visitas que hizo al emperador a manera de despedida:
“Le anuncié mi intención de salir del país; preguntóme el motivo, y le contesté porque él saldría también. // ‘¿Quién se lo dijo a usted?’, me replicó; ‘téngolo por seguro’, le respondí. Díjome entonces que tal era su intención, pues no quería mantener una guerra para conservar el trono; que la sostendría solamente para llegar a un avenimiento, y concluido, se retiraría a la Isla de Croma, para vivir aislado con sus libros e instrumentos,npues no conservaría la categoría de príncipe, ni aún la de archiduque…”
Pero la Historia contaría otra historia. El 19 de junio de 1867, Maximiliano fue fusilado en el Cerro de las Campanas y, poco tiempo después, sin éxito en los archivos de Viena, Ramírez llegó a su último destino en la ciudad de Bonn en Alemania, donde fallecería enfermo el 4 de marzo de 1871, sin haber logrado concluir las deseadas Memorias del Imperio.
¿Y el diario? El diario que se mueve entre lo íntimo y lo público, que se admira por la benevolencia de los emperadores y desprecia los abusos de los franceses hacia el pueblo mexicano, que se maravilla por México y sus culturas antiguas pero que rechaza su presente y la república.
Es difícil saber si Ramírez pretendía publicar tal entramado de opiniones e impresiones; lo cierto es que después de su muerte en el exilio, su diario debió formar parte de los documentos personales que viajaron de regreso a México.
En 1894, el historiador mexicano Alfredo Chavero publicó los anexos del diario y algunos de sus pasajes más selectos. Fue hasta 1926 que el yucateco Carlos R. Menéndez publicó el manuscrito completo, bajo el título de Viaje a Yucatán del licenciado José Fernando Ramírez, 1865.
En contraste con los anhelos políticos de los emperadores proyectados en Yucatán, el niño mimado, la mirada crítica y personal del viajero mexicano presente en su diario hace de esta obra una memoria íntima sobre las añoranzas del último imperio en México.
*Doctora en Letras. Becaria posdoctoral del CEPHCIS, UNAM.
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