José Ramón Enríquez
Foto: Portada de libro
La Jornada Maya
Miércoles 12 de septiembre, 2018
Antonio Machado subtituló su Juan de Mairena como “Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo”. Se trata de fragmentos siempre estimulantes de lo tratado en su cátedra por un profesor de gimnasia que se define como retórico. Machado los va citando en un desorden que es como la vida misma, aleatorio, más casual que causal, imprevisible.
Es irónico que pinte a Juan de Mairena como profesor de gimnasia cuando se dedica en sus clases a ir de la filosofía hasta la poesía, pero también permite recordar al gymnasium, como los alemanes llamaban a esa etapa de la escuela que correspondería en nuestro país a la secundaria, propiamente, aunque quizás podría abarcar todo el bachillerato.
Hegel había logrado constituir un sistema filosófico donde nada sobraba, como lo estaba comenzando a hacer Martin Heidegger, contemporáneo de Machado. Antes de ellos Nietzsche había renunciado a crear un sistema y había apostado por lo fragmentario y lo poético, como lo haría Machado. También Nietzsche había creado un personaje apócrifo, Zaratustra, para poner en su boca aforismos, poemas e imágenes. Juan de Mairena no gustaba de moverse por las sentencias inamovibles de Zaratustra, sino por la intuición que Henri Bergson, maestro de Machado, había elevado a forma válida de conocimiento.
Así, yo encuentro los fragmentos del Juan de Mairena machadiano como respuestas intuitivas a los diversos tiempos. Por ello pueden ser incluso contradictorios. Muchos años después, Roland Barthes utilizará también el fragmento como vía predilecta de expresión en Fragmentos de un discurso amoroso.
En España quien trataba de competir con Martin Heidegger y construir un sólido sistema filosófico era José Ortega y Gasset. Sin embargo, más que en el tratado abarcador y sistemático, Ortega y Gasset brilló en el artículo periodístico: otra manera válida de entregarse al fragmento. Así, entre el ensayo, también fragmentario por definición, y los decires de Machado queda el artículo periodístico en el cual el autor glosa la actualidad, sea en un nuevo libro comentado, sea en una remembranza o sea en una toma de partido ante los acontecimientos. Los artículos de Ortega en El Sol y los ensayos breves de El espectador no conforman un sistema pero sí dan cuenta amplia de un pensamiento que puede ser discutido pero nunca dejará de ser brillante.
Ambos, Machado y Ortega, coincidían en la voluntad de una pedagogía viva en una España, a principios del siglo XX, que necesitaba tanto maestros vitales como una reforma de la educación. La que traerá la República pero borrará el franquismo en su persecución feroz del magisterio. Pero Ortega y Gasset apuesta por una aristocracia de los espíritus y teme a [i]La rebelión de las masas[/i], como titula uno de sus libros. Machado, por el contrario busca la sabiduría en lo auténticamente popular y busca alejarse de lo alambicado. Ahí queda, como ejemplo, este fragmento ya clásico de su Juan de Mairena:
“—Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa.
“El alumno escribe lo que se le dicta.
“—Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
“El alumno, después de meditar, escribe: Lo que pasa en la calle.
“Mairena. —No está mal.”
Creo que volver una y otra vez al magisterio de Antonio Machado, de su maestro apócrifo Juan de Mairena y, a través de ellos, a la intuición como método privilegiado de su maestro auténtico Henri Bergson, es algo obligado para quien ha escogido el artículo periodístico como forma de expresión, y con la voluntad de estímulo pedagógico como vocación primordial al leer los tiempos.
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