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Romina A. España Paredes*
Foto: Colección de Alberto Zavala
La Jornada Maya

Lunes 10 de septiembre, 2018

Qué es el viaje. Imaginar que se está en otra parte, en un lugar lejano a la inmediatez de lo conocido. O tal vez es contemplar un mundo mejor, más allá de lo cotidiano y más acá de la utopía inalcanzable. Para la joven viajera y fotógrafa inglesa Alice Dixon Le Plongeon (1851-1910), quien visitó las remotas tierras de Yucatán a los 22 años acompañada de su esposo, el polémico explorador Augustus Le Plongeon, el viaje fue la oportunidad para conocer un universo radicalmente diferente al suyo, en el cual proyectó las inquietudes de una época y las añoranzas de un vida dedicada a imaginar a Yucatán, su desconocido universo maya y su mito.

Una soleada mañana de 1873, después de días de mar y una parada en Cuba, Alice y Augustus anclaron en el puerto de Progreso. Este sería el inicio de poco más de una década de viajes aquí y allá en Yucatán. Durante el primer año recorrieron varias zonas de la península y visitaron Uxmal, donde la autora inglesa escribió detallados relatos de las prácticas locales, muchos de los cuales publicó en periódicos y revistas. Pronto, los viajeros notaron que los “nativos” miraban las ceremonias de sus antepasados con mayor veneración que las ceremonias católicas, lo que los llevó a considerar que la mayoría de los habitantes de Yucatán eran directos descendientes de los antiguos mayas que habían construido los templos y pirámides. A partir de estas reflexiones, Alice criticó las representaciones realizadas por otros exploradores que habían escrito sobre Yucatán. Asimismo, su empatía por la población maya la llevó criticar la Colonia y la explotación indígena en las haciendas. En sus palabras:

“Los nativos no han perdido por completo las tradiciones de sus ancestros, como afirman algunos viajeros. Muchos todavía realizan ritos y ceremonias en las profundidades de las selvas o en cavernas inexploradas en las tinieblas de la noche, pero se guardan sus secretos para ellos, recordando las torturas infligidas a sus padres por los sacerdotes españoles para obligarlos abandonar las observancias religiosas que los de su raza habían conservado por incontables generaciones.”

Atravesando las conflictivas tierras de un Yucatán dividido por la Guerra de Castas, los viajeros se dirigieron a Chichén Itzá en la primavera de 1875. Una vez ahí, realizaron numerosas fotografías de sus templos. Especialmente, esta valiosa tarea fue llevada a cabo por Alice, quien había aprendido el oficio en Londres gracias a su padre, el célebre fotógrafo Herny Dixon. Rompiendo con las ataduras de las convenciones victorianas de su época, durante sus exploraciones Alice modificó su modo de vestir usando unos amplios pantalones, anchas blusas y botas que, en sus palabras, le permitían caminar, correr o montar, según lo requiriera la ocasión, así como escalar sitios peligrosos con seguridad de sus movimientos. De hecho, se lamentaba de que al regresar a la “civilización” tenía que adoptar el vestuario femenino convencional, lo que le generaba una gran depresión.

Fue durante sus excavaciones en Chichén Itzá cuando cobró vida la fantástica historia de la reina Moo que, además de que les valió la fuerte crítica de sus contemporáneos, los llevó al importante descubrimiento del “guerrero poderoso”, Chacmool. Alice narra que el día en que se sacó del monumento la estatua, “Súbitamente salió de la selva un grupo de indios hostiles [cruzob]. Uno de ellos, un anciano, dijo a sus compañeros: ‘Esto representa uno de nuestros grandes hombres de la antigüedad’. Entonces los jóvenes rindieron homenaje a la estatua doblando una rodilla en la forma peculiar de ese pueblo”.

Forzados a interrumpir sus trabajos en junio de 1876, escondieron al recién descubierto Chacmool en el monte y regresaron a Mérida. Nunca más recuperarían esta fascinante escultura, que pronto fue reclamada por el gobierno mexicano. Sin embargo, de las excavaciones en Chichén Itzá, Alice conservó una valiosa pieza de jade, la cual atesoró el resto de su vida, segura de que se trataba del talismán de la reina Moo.

Como resultado de sus viajes a Yucatán, Alice escribió diversos relatos de viajes y textos literarios sobre el universo maya. En su libro compilatorio de artículos y relatos, Here and there in Yucatan (Aquí y allá en Yucatán), publicado en 1886, la viajera dio a conocer románticas descripciones y narraciones sobre sus recorridos por la región. En la presentación esta obra, escribió: “Es en respuesta a solicitudes de amigos que algunos de estos artículos se han reunido en este pequeño volumen, que ahora arrojo a la deriva, para que se hunda o flote según sea su destino”.

A través de sus páginas nos adentramos en a la visión idealizada que Alice tenía de aquel mundo lejano, construida a partir de una representación doble: la de una arcadia primitiva del Yucatán decimonónico, donde observó a los descendientes de los antiguos mayas reproducir, aunque en una versión degradada, las creencias y cultura del pasado; y, por otro lado, la utopía de la antigua civilización maya, desaparecida antes de la llegada de los españoles. Mezclando narraciones etnográficas e históricas con relatos literarios, Alice logró ilustrar una cultura y sociedad guiada por valores superiores a los de las sociedades “modernas”, como llamó a las occidentales que habían devenido en un estado de decadencia a finales del siglo XIX.

La imaginación de Alice sobre la historia y cultura maya creció junto con las ideas difusionistas de Augustus acerca de los mayas como fundadores de la Atlántida. Según los Le Plongeon, en épocas muy remotas habitantes de Yucatán poblaron la Atlántida, tierra llamada “Mu”, y poco antes de la caída de esta gran civilización como resultado de su degradación, un grupo de colonizadores regresó a Yucatán, donde fundaron en nuevo imperio bajo el gobierno de los Can. Así, en su pieza de ficción en verso, Queen’s Moo Talisman, publicado en 1902 en Nueva York, Alice cuenta cómo la princesa Moo se convirtió en reina de Chichén Itzá. Los escritos poéticos de Alice adquirieron gran popularidad en los círculos literarios de la época. De hecho, en los últimos años de su vida, continuó su fascinación por la cultura maya y escribió A dream of Atlantis, extenso poema que apareció seriado en la revista The World, desde 1909 hasta después de su muerte en 1911.

El viaje poético de Alice unió la historia de la civilización maya con la de Atlántida, mito de origen platónico que inspiró las utopías modernas. Convencida del tiempo cíclico de las civilizaciones, la viajera inglesa idealizó Yucatán y su antigua cultura maya, al mismo tiempo que su visión utópica la condujo a criticar la decadencia de la sociedad moderna a la que pertenecía. En el relato “Filosofía de un sabio indio”, Alice da voz a un anciano maya que reflexiona sobre la esperanza y la utopía inalcanzable de la humanidad: “¡Fe! ¡Esperanza! ¡Ilusiones fascinantes, anticipaciones interminables que nunca se harán realidad! Vemos a lo lejos una luz brillante, suave y clara como la de las luciérnagas que ilumina las tinieblas de la noche. Está lejos, muy lejos: esa distancia es el futuro, desconocido, misterioso, siempre delante de nosotros, imposible de alcanzar”. Curiosamente, quien escucha atenta el relato del sabio maya es una mujer.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b]*Doctora en Letras. Becaria posdoctoral del CEPHCIS, UNAM.[/b]


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