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José Juan Cervera
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya

Jueves 26 de julio, 2018

Ralph Waldo Emerson, hijo cabal de Massachusetts, EU, legó enseñanzas de alcance universal. Éstas conservan su valor primario pese a la aguda deshumanización que él combatió con denuedo en su lejano siglo XIX, amenaza que, en vez de extinguirse, hoy se acrecienta con alardes de intolerancia dirigidos contra grupos vulnerables de filiación étnica definida.

Este hombre de ideas luminosas y sentimientos profundos llevó su palabra a diversos foros, produjo discursos y ensayos memorables, cautivó a muchos oyentes y lectores. Las antologías y ediciones populares disponibles favorecen un provechoso acercamiento al conjunto de su obra. En su tiempo ya era un autor muy leído en otros idiomas, como lo demuestran, por ejemplo, las traducciones de sus libros que circularon en los países de Hispanoamérica. Por la claridad con que los formuló, sus razonamientos merecen la atención fresca de las generaciones actuales.

Emerson distinguió muy bien los límites convencionales que separan el trabajo manual del intelectual, y aceptó la necesidad de su integración en una misma unidad para enriquecerlos de manera efectiva y combinada. Reconoció el mérito del pensamiento que, con talento y esfuerzo continuo, escala cumbres para cosechar ingentes frutos. Al mismo tiempo, sugirió compenetrarse con los hechos del día a día para saborear su sustancia; en su incidencia práctica, ayudan a depurar la perspectiva ordinaria impulsando obras de mayor aliento.

Es visible su afinidad con pensadores de distintos tiempos y lugares que postularon los valores éticos de la sencillez y de la austeridad para mejorar las relaciones sociales, por considerar que la opulencia material y el lujo constituyen factores de debilitamiento, aunque con suficiente poder para atraer espíritus mezquinos, más dispuestos a arrebatar y a acumular que a compartir bienes cuya diseminación otorga un rango superior a las tendencias que equilibran la satisfacción de las necesidades individuales.

Estas ideas exhiben la familiaridad de Emerson con la sabiduría oriental, que se solaza en evocar en numerosas alusiones y citas de lectura. Su aceptación del orden natural como modelo de conducta sugiere, en coloridos enunciados, una percepción clara de la belleza del mundo, confiriéndole un sentido de responsabilidad a la conciencia y a la acción fecunda.

Siguió de cerca el papel de la inteligencia en la consolidación de los valores de la Unión Americana, y así atendió el estudio de los procesos del intelecto como fenómeno cultural. A su juicio, el erudito empleó sus saberes para obtener beneficios egoístas acomodándose con astucia a los intereses del mercado, en una actitud que lo llevó a perder de vista la importancia del desarrollo comunitario; de este modo, el cultivo de la mente le permitió explotar cualidades aisladas que lo apartaron tanto de la acción fundada en principio de verdad como del sentimiento volcado en fuerza de expresión auténtica.

Emerson dedicó un examen cuidadoso a los tipos sociales que acogen, por una parte, el espíritu de innovación, y por otra el talante conservador, polos ideales a los que juzga imbricados en actos y expresiones que son habituales en todas las personas. Halló un notable paralelismo entre la reforma social y los ciclos de la naturaleza, por medio de los cuales ésta se renueva. Al reseñar las iniciativas de los reformadores de la Nueva Inglaterra, observó cómo algunos de ellos imitaron los pasos de los socialistas utópicos, y sólo en algunos casos los superaron. Describió la atmósfera prevalente en esa región de su país cuando varios ciudadanos propusieron nuevas formas de organización colectiva, diseñadas a partir de intensos debates y de la búsqueda de consensos entre grupos reducidos, pero dotados de grandes expectativas y de espíritu solidario para infundir un renovado impulso a las instituciones y creencias que dominaban sobre ellos.

Otros documentos que exponen aspectos representativos de la concepción filosófica de Emerson son sus cartas y las semblanzas con que recordó a contemporáneos suyos, como David Henry Thoreau, Robert Burns y Thomas Carlyle. Es elocuente el testimonio en que enaltece la firmeza de carácter de su tía Mary Moody Emerson, quien enfrentó momentos de angustia al eclipsarse las costumbres de su generación, lo que no le impidió comunicar a su sobrino, contra borrascas y apuros, el ejemplo hermoso de emprender búsquedas íntimas del ser en plenitud.

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