Chuburná y la música de sus laberintos

Historias para tomar el fresco
Foto: Katia Rejón

Vivo aquí desde hace ocho años, pero cuando Carlos dice: “A Chuburná se la tragó la ciudad pero no la ha digerido”, siento que me estoy mudando de nuevo. La primera vez que dormí en esta colonia, mi hamaca daba a la pequeña selva nocturna del patio. Escuchaba a las zarigüeyas hacer su nido al mismo tiempo que yo hacía el mío. Por primera vez compartí espacio con tanta vida. Nada dejaba de moverse. Nada dejaba de sonar. 

Chuburná de Hidalgo es un pueblo que terminó rodeado de una ciudad. Es paisaje de albarradas y árboles de fruta, un mercado remozado y tardes frescas. Es laberinto. Y —antes de todo eso— Chuburná es música. La misma orquesta de pájaros y hojas de ramón que hacen a las voces de Carlos y doña Munda perderse en la grabadora.

Son pasadas las cinco de la tarde y, como todos los días a esta hora, María Raymunda toma el fresco en la barda de la casa de Carlos Ramírez, que antes era la casa de la familia de Munda. Es una barda compartida, esta tarde les pertenece a los dos. Ella tiene 74 años y cada uno de ellos los ha vivido aquí; él tiene 33, y se conocen desde que Carlos llegó a la colonia cuando tenía 12 años. 

“Era travieso. Más travieso que su hermano. Se trepaba a las matas, no se estaba quieto”, dice Munda. 

El aire barre nuestras risas. ¿Cómo se llamará el pájaro que sale como a estas horas y que chifla al cielo? Me estoy mudando de nuevo: quiero nombrar las cosas que escucho.

Foto: Katia Rejón

 

Hace 30 años, Chuburná de Hidalgo era considerada una población indígena rural y de a poco terminó incorporándose al mapa del norte de la ciudad de Mérida. En su artículo Etnicidad y conurbación: lo maya en Chuburná, la investigadora Cecilia Lara Cebada explica que: “Pese a que Chuburná se encuentra enclavado en el corazón de la zona henequenera, no sucumbió ante la expansión de la hacienda, mantuvo su categoría de pueblo, conservando sus tierras y su propio gobierno”. 

Aún así, dependía de Mérida en términos políticos, administrativos y económicos pues la producción agrícola de Chuburná se vendía en el mercado de la ciudad. La principal actividad económica de la población eran las hortalizas y la milpa, complementario al trabajo en las haciendas.

Entre 1936 y 1937 se repartieron tierras cultivadas de henequén y se privilegió la organización ejidal pero “el paulatino empobrecimiento de las tierras y el creciente aumento de población llevó a que la producción milpera tuviera un papel menos importante en la economía familiar”.

El papá y los hermanos de Munda eran ejidatarios, y ella recuerda esa época como muy ocupada. Tenía que tortear más de 10 kilos para ganar algo de dinero, su mamá tomaba el tren sobre la 60 norte y se iba a vender a Progreso muy temprano. Eran días en los que Munda y sus hermanos le ponían montura a su caballo y se iban a recorrer el monte. 

 

Foto: Katia Rejón

 

“Ahora todo es fácil. Qué íbamos a estar acostados viendo tele, nosotros de chicos nos trepábamos a bajar mata de ramón para dar de comer a los caballos, nos metíamos a dar comida a los ganados. Cuando te descuidabas, se escapaban y ahí tenías que ir a buscarlo hasta las vías del tren. Le digo a mis hijas que ahora hay de todo: si no quieres cocinar, lo compras. Ya hay lavadoras y secadoras, no que antes estás rompiendo tus pulmones en la batea”, dice Munda.

Le pregunto a qué se dedica ahora, y hace un silencio lleno de cantos y brisas, un silencio frondoso, antes de responder que nada. A veces, escucha música. Saca su radio pequeña al patio cuando tiende ropa. Una vez, un vecino nuevo de la colonia le pidió que apagara su radio y ella hizo como que no lo oyó. Al menos en esta cuadra, dice Carlos, todos los vecinos respetan la música y las fiestas ajenas, es una regla implícita de convivencia que solo los colonos recientes parecen desconocer. 

Munda ahora vive en la casa de enfrente, la que le dejó su hermano, un fragmento del terreno enorme que era de su familia. Prácticamente toda esta cuadra era suya.

La antropóloga Cecilia Lara dice que “ante la especulación de terrenos ejidales, se perdió el cultivo de la tierra y las familias antiguas vendieron parte o la totalidad del terreno de sus casas”. Muchas de ellas tenían espacio “libre” en comparación con las casas de interés social, mismo que utilizaban para la siembra de árboles frutales y hortalizas, la cría de animales domésticos y quema de basura. Actividades todavía presentes en la zona, aunque con menos frecuencia. 

En esta parte de Chuburná, la Felipe Carrillo Puerto, todavía hay terrenos inmensos y monofamiliares. La irregularidad del paisaje de este pueblo-colonia es, en parte, la razón de que te engulla y te pierdas. Al lado de una casa con bardas de dos metros y cables de alta tensión, hay una albarrada que rodea una casa pequeña en medio de un solar. Detrás de una privada, una hacienda abandonada y en disputa. Luego casas de interés social, cuadradas y de aspecto frío pero con matas comestibles que salen de la nada en el jardín, como diciendo: Esto es fértil pero tú nunca sabrás cómo sembrar. Esta última es la mía. 

Las personas que lo habitamos también somos distintas. Solo bajo este árbol de ramón que sembró el papá de Munda, estamos tres generaciones de habitantes. Carlos dice que la zona por donde yo vivo —alejada del centro de Chuburná— es la más gentrificada y llena de privadas. Miro el Google maps, y es cierto. Mi casa queda entre las tienditas de la esquina y el OXXO más cercano a la colonia. 

“La llegada de nuevos pobladores al lugar arrastró consigo gran cantidad de comercios y servicios urbanos destinados a su propio consumo, y que a los habitantes antiguos del lugar les eran totalmente ajenos”, apunta la antropóloga en su estudio.

El nombre de mi cuadra no aparece en los registros de códigos postales: vivo en una chop calle cuyo nombre nos corresponde a una decena de casas y nada más. La última vez que llamé al servicio de basura me dijeron: “Su fraccionamiento ya no existe. Ahora es simplemente Chuburná de Hidalgo”. 

En Mérida hay más de 30 colonias que tienen la palabra Chuburná y eso sin contar Juan B. Sosa y Felipe Carrillo Puerto que también son, técnicamente, Chuburná. Su cuadrícula es un crucigrama y Carlos piensa que es porque las privadas se erigieron sin planeación sobre los terrenos grandes, para que personas externas a la comunidad pudieran mudarse sin tener que convivir con los habitantes originales. 

“En la albarrada se nota clarísima la diferencia, es un límite visual, pero confías en tus vecinos. En otras propiedades puedes ver una barda de dos metros y picos arriba, claramente es un “no pases”, cortas la conexión con lo de afuera”, explica Carlos.

Él estudió diseño de productos pero siempre le interesó la arquitectura y cómo la ciudad mueve a la gente. Le gusta Chuburná porque sigue conservando dinámicas barriales de los pueblos yucatecos y me da un tour guiado por las calles de mi propia colonia.  

“Nunca voy a olvidar una vez, llegando de una fiesta que los vecinos estaban al fondo de mi casa con un palo. Un señor estaba robando y se metieron a sacarlo. La seguridad privada son tus vecinos. En esta zona y la parte céntrica de Chuburná, hay todavía un tejido social que en otros lugares está más corado. De aquí hasta el mercado, todavía está el alma del pueblo”, dice. 

 

Foto: Katia Rejón

 

Antes se hacían gremios en la zona céntrica, la fiesta del pueblo incluía tablado, jarana, desfile y corridas, pero se suspendieron porque siempre había pleitos. Otras cosas siguen igual: la iglesia, el mercado y el parque de Chuburná conservan su cuadrícula original. 

En casa de Carlos hay meliponas, nunca me había fijado que en la mía también. Estoy escribiendo esto mientras tomo el fresco en mi terraza, junto a mi mata de orégano. La persona con la que vivo me pregunta “¿Estás tomando el fresco?” con la sorpresa alegre de alguien que preguntaría “¿Estás hablando esperanto?”. Le respondo que sí y que estoy pensando seriamente en ponerle albarrada y sembrar más cosas en nuestra casa de Infonavit.

Pero no hace falta fingir que nos hemos mimetizado. En este tiempo he aprendido que mi casa respira mejor con las puertas siempre abiertas, a mostrarle gentilmente la salida a los toloks de un metro, a decirle a las zarigüeyas “Hoy no tengo fruta”, a no podar las matas de papaya que irrumpen en agosto y, sobre todo, a domesticar el oído para nunca acostumbrarse al silencio.

 

Edición: Laura Espejo


Lo más reciente

A tres años del desplome de la L12 del metro de la CDMX, acusan explotación política sin escrúpulos

Abogado señala que las víctimas siguen esperando resolución a la reclamación patrimonial

La Jornada

A tres años del desplome de la L12 del metro de la CDMX, acusan explotación política sin escrúpulos

PAN sustituye candidatura de García Cabeza de Vaca; el 'Truko' Verástegui ocupará el lugar

La diligencia del partido aseguró que respetará la resolución del TEPJF

La Jornada

PAN sustituye candidatura de García Cabeza de Vaca; el 'Truko' Verástegui ocupará el lugar

Empresarios turísticos tienen la fuerza para unirse y salvar a Tulum: Jorge Portilla

Los cuerpos de seguridad no seguirán siendo parte del problema, aseguró el candidato de MC

La Jornada Maya

Empresarios turísticos tienen la fuerza para unirse y salvar a Tulum: Jorge Portilla

Diego Castañón propone movilidad segura y sostenible para Tulum

La propuesta del nuevo libramiento permitirá desahogar el tráfico generado por el aeropuerto

La Jornada Maya

Diego Castañón propone movilidad segura y sostenible para Tulum