Un hotel con alma y corazón: Rosita, de las primeras huéspedes en el Holiday Inn

Una frase recurrente entre quienes frecuentan el hotel Holiday Inn es que “se trata de una verdadera familia”. Para doña Rosita, quien ha sido asidua desde hace más de 48 años, el paradero posee alma, corazón; y sobre todo una tremenda humanidad. Mientras caminamos por el pasillo, la gente la saluda con júbilo. 

Rosa Margarita Solís Quintal -mejor conocida como doña Rosita- conoció el hotel Holiday Inn desde que colocaron su primera piedra. Ella trabajaba en una empresa salinera cercana a donde se ubica y solía pasar por el terreno a diario, durante camino a su empleo. Ese andar coincidió con la agonía de la década de los 80.

“Era mi paso y veía cómo se estaba armando; nos dijeron que iba a ser un hotel. Siempre me llamó la atención por esa imagen de hacienda que atrae a todo mundo, una de las cosas que más llaman a la gente a Yucatán son sus haciendas” asintió en el vestíbulo del Holiday, sobre un cómodo sillón color verde.

“¿Quién no quiere hospedarse en una hacienda?; ¿quién no quiere que le atiendan como a un hacendado?”, cuestionó la entrevistada ataviada con un tradicional y colorido hipil, apresurando sorbos de agua, presta a contar su historia.

Para doña Rosita, el Holiday Inn merece su quinta estrella a razón de la atención personalizada que recibe quien ahí se hospeda. Es una cuestión casi familiar, asegura. 

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Fue en 1979 cuando la mujer transitaba sobre la avenida Colón para ir a su trabajo; y en 1980 se inauguró el complejo. Al poco tiempo, una de las hijas de los socios de la empresa en la que laboraba estaba próxima a casarse. 

“Todos querían estar en el mejor lugar. Comenzaron a buscar haciendas, pero yo sabía que la querían cerca de Mérida para que sus hijos y las personas de la tercera edad estuvieran a gusto y bien cuidadas, pero no menos que los otros invitados”, aclaró.

Además, recordó, la persona que le encargó buscar el recinto para la fiesta solicitó que fuera un sitio que ella conociera por la confianza que le tenían. Entonces, para doña Rosita, la única manera de comprobarlo fue hospedándose en el Holiday Inn.

Así es como se convirtió en una de las primeras huéspedes del hotel; y recuerda aquella estancia con enorme cariño: quedó feliz y encantada con lo que, casi por accidente, fue su luna de miel. “Mi primera hija Rosilauri es de acá del hotel”, compartió entre risas.

Llegó el día de la fiesta y acudieron más de 20 personas: “el papá, la mamá, la chichí, las hijas, las nanas. Todos quedaron encantados y felices. Fue ese día que comenzó mi relación con el Holiday Inn, con fanfarreas y todo lo demás”, sentenció nostálgica.

Asiduidad compartida

Desde aquel día, doña Rosita se hizo asidua al recinto. Aniversarios, cumpleaños y cualquier otro pretexto era suficiente para visitar de nueva cuenta las habitaciones tipo hacienda del Holiday; e incluso su familia se volvió comensal regular de La Veranda. 

“Los sábados venimos a desayunar; nos encantan las noches en La Arboleda, hermosísimas con los tríos viendo la luna y las estrellas en un ambiente super bonito y agradable. Me gusta el hecho de que el hotel es como si fuera una gran familia”, subrayó.

Luego de 48 años fiel a sus empleos en la salinera y Kekén, doña Rosita conoció a todo el personal del hotel. Esto debido a que, en ambas, parte de su trabajo consistía en organizar los convivios; primero familiares, y luego empresariales para los consorcios.

“Les encantaba este lugar por su estilo tipo hacienda, con todos los lujos; y cerca de una de las avenidas principales de Mérida. También a pocos kilómetros de la catedral, Santa Ana, Tercera Orden, eso les encantaba”, apuntó.

Desde la perspectiva de doña Rosa Solís, el Holiday Inn ha cambiado, en los últimos 48 años, únicamente en lo que respecta a sus habitaciones, que se han modernizado. No obstante, no ha perdido su esencia que se asemeja a la de las haciendas del siglo XIX.

“Tu entras al hotel y en cada uno de sus rincones hay algo que te hace sentir en cualquiera de las haciendas de Yucatán. ¿Quién no quisiera estar en una hacienda cómodamente sentado?”, reiteró apresurando su botella de agua Cristal.

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Enemiga de la frialdad

En cuanto al personal de hotel, aseguró que han hecho un buen equipo. Ella ha tenido el gusto de conocer a los líderes de la empresa y reconoce el compromiso que han tenido, pues de una u otra forma se han esmerado en formar una familia que haga sentir al huésped en casa.

“Cuando empieza la frialdad en un hotel, en ese momento se vuelve un hotel y nada más: un lugar a donde vas a comer y descansar. Pero cuando te dan ese plus de familia, es cuando todo cambia y deja de ser tan monótono”, advirtió.

Son numerosas las anécdotas que doña Rosita guarda en su haber: reuniones anuales; entregas de premios; presentaciones de niños cantores y aniversarios de boda. Una que destaca sucedió en su cena de aniversario, cuando el personal le preparó la habitación para la ocasión.

“De eso nunca me voy a olvidar, la habitación era hermosísima. Comimos pechugas cordon bleu con verduras y frutos rojos -de los que había escuchado muy poco- fresas con chocolate; no tienes idea”, rememoró mientras se le hacía agua la boca, de nueva cuenta.

La pandemia fue dolorosa por la incertidumbre generada entre el personal del Holiday, que no es un negocio que pueda cerrarse “de la noche a la mañana”. Cuando permitieron su reapertura, su felicidad fue inconmensurable: “Aquí me hospedo hasta que me muera”, sentenció.

Edición: Laura Espejo