Proyectos perdidos y alumnos sin aprender

Jóvenes serán más afectados al no poder realizar prácticas profesionales y tesis: Dalila Aldana
Foto: Graciela H. Ortiz

“Con la pandemia tuvimos dos grandes impactos. Primero, como no podemos entrar a los laboratorios, toda la parte práctica de nuestra investigación está detenida; eso le pega al investigador, pero a quien más le impacta es al estudiante, al joven tesista porque se capacita en una técnica, en una metodología, en diferentes tipos de análisis”, afirma la investigadora del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (Cinvestav), Unidad Mérida, Dalila Aldana Aranda, al referirse a las consecuencias que está dejando la contingencia sanitaria del COVID-19 en investigadores y científicos. 

Indica que esta generación de jóvenes que realizan su servicio social, prácticas profesionales, tesis de licenciatura, maestría o doctorado, “a ellos sí les va a impactar porque no están aprendiendo nada. Incluso hay prácticas profesionales que arrancan de septiembre a diciembre y que los muchachos tienen que llevarlas a cabo a distancia, entonces ¿qué se les puede enseñar?, sólo darle datos o solicitarles que vayan a buscar un tipo de información para luego analizarla”.

El segundo impacto se traslada al trabajo de campo, “que se trata también de diferentes técnicas y métodos para realizar un muestreo, un perfil de sedimentos, un perfil de playas para estudiar la erosión; todo eso tampoco se está llevando a cabo”.

La bióloga, especialista en oceanografía biológica, acuacultura y pesca, agrega que muchas veces esos análisis, técnicas y metodologías aprendidas es lo que le va a dar oportunidad al alumno de encontrar un trabajo. “Entonces eso sí está pegando en la formación de los jóvenes”, asegura la científica, quien posee dos doctorados realizados en Brest, Francia.

Precisa que en las áreas sociales no es tan complicado, pero en las llamadas ciencias STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), “ahí sí, sin la presencia práctica, tanto de laboratorio como de campo el estudiante está perdido y ello va impactar a esa generación”.

“Van a tener una tesis, un diploma, pero no van a aprender a hacer nada, ninguna técnica, ningún análisis, ningún método, ni van a aprender a manejar ningún aparato”, sentencia.

Proyectos muertos

Comenta que ella como investigadora tenía planificada una investigación de contaminación por microplásticos en organismos marinos y asociado al sargazo, pero la misma no pudo llevarse a cabo.

“En esa investigación tengo una tesista que no ha podido avanzar, porque las muestras se quedaron en stand by. Obviamente no es dramático, nadie está perdiendo la vida por eso, pero es algo que está ahí en el cajón”, lamenta.

Asegura que donde realmente les pegó muy fuerte fue en un proyecto de acuacultura del gobierno de Yucatán, que ya había sido aprobado y estaban en la recta final cuando el gobierno ya no les transfirió el recurso y lo cerró, aun con un convenio firmado.

“Era un proyecto muy bonito de acuacultura, muy necesario porque la pesca ya no da para más y estaba vinculado al cultivo de caracoles chivita, un caracol muy típico del estado, donde el recurso está cada vez más impactado”, puntualiza. El cierre los golpeó bastante porque había personas ya comprometidas, algunas de las cuales ya estaban laborando para ese proyecto y que cuando llegara el dinero se les iba a pagar.

La parte positiva

No obstante, vislumbra la parte positiva, “porque hemos aprendido que no necesitamos reunirnos de forma presencial para hacer algo; creo que eso se va a aplicar cada vez más y va a hacer más eficiente el tiempo y el costo”. 

“Creo que la gran capacidad que tenemos los investigadores es la estructura mental: somos ordenados, no perdemos la brújula y nos reestructuramos para seguir trabajando, otra es que tenemos mucha disciplina, no necesitamos del jefe, del directivo para recibir órdenes porque trabajamos con autonomía, independencia y creatividad desde siempre”.

Afirma que han tenido que aprender a dar clases a distancia, “aunque eso no ha sido tan fácil, porque tener una comunicación entre tres o cuatro colegas es diferente, dar clases es mucho más complicado porque se necesita una interacción permanente”.

Reconoce que aún falta mucho por desarrollar en esa parte, “ahí todos nos dimos cuenta que tanto las instituciones como los académicos y los estudiantes no estamos preparados, ni con la infraestructura física, ni con las herramientas de conocimiento, para enseñar a distancia”.

Opina que las instituciones necesitan desarrollar esa parte para poder trabajar a distancia, no porque vaya a venir otra epidemia, sino porque ello ofrece grandes posibilidades, “pero la institución tiene que tener infraestructura y capacitar a la gente con tiempo”.

Temores futuros

“A mí me da por momentos temor, a veces hasta escalofríos, pensar que a partir de esta situación el gobierno se aleje aún más de su responsabilidad logística y financiera hacia el sector educación, diciendo ‘si puede esta institución trabajar a distancia, pues que sigan trabajando así’, y entonces en lugar de tener una universidad con 100 salones de clases, pues haces la universidad con 20, el 80 por ciento ahora ya labora a distancia y puedes ir a las instalaciones del centro educativo cuando tengas que hacer algo en el laboratorio”.

De ese modo se ahorrarían gastos fijos como: luz, teléfono, Internet, agua, vigilancia, pero eso conllevaría una baja de calidad, “la formación es completamente diferente, en las grandes escuelas de Estados Unidos todo es presencial porque obviamente es enseñanza de calidad y tiene un precio más alto”.

Magro presupuesto

La cantidad destinada a ciencia representa el .27 por ciento del Producto Interno Bruto, “de esas cantidades, que son muy pequeñas, entre el 70 y 80 por ciento van para cubrir los gastos fijos de la institución”.

Ese 20 o 30 por ciento es lo que queda para investigación y “de ese pedacito a cada científico nos toca unos 60 mil pesos al año, es decir 5 mil pesos al mes; tenemos en promedio cinco estudiantes por investigador, por lo que a cada tesista le correspondería mil pesos al mes. Si esos mil pesos se dividen en 30 días, se tienen 30 pesos por día por tesista”.

“Sin embargo con esos 60 mil pesos, que no son nada, logras más o menos que funcione la institución, porque ya tienes un equipo, un microscopio, como en las casas tenemos nuestra alacenita de reactivos y si te hace falta algo siempre habrá un colega que te regale 10 mililitros de lo que necesites y con eso puedes hacer cosas”, manifiesta la académica.

Comenta que en el presupuesto 2020 se había anunciado un recorte del 75 por ciento, pero al final la institución logró gestionar que sólo le recortaran un 25 por ciento.

“Sin embargo, ese dinero ya no fue transferido al Cinvestav. El otro gran problema es el de los fideicomisos, debido a que existía uno específico para ciencia, el SEP Ciencia, que ya se anunció que se va a quitar”, agrega.

“El gobierno federal está eliminando todos los fideicomisos, lo ha anunciado públicamente, y dicen que de ahí saldría el dinero para las vacunas, entonces obviamente nadie se va a oponer, tiene una lógica”, afirma.

Pero se pregunta qué pasará luego de las vacunas, “entonces sí hay un desmantelamiento de recursos, que estaban muy bien organizados, con muchos candados, muy fiscalizados, eran fideicomisos sanos por la manera en qué estaban armados”.

Asegura que el 95 por ciento de los investigadores proviene del sector público, ya que fueron a escuelas y universidades públicas. “Entonces no puedes golpear a tus propios hijos, a los científicos que formó el país y no puedes ahora dejarlos en el abandono, cuando además somos muy productivos, y tenemos un papel muy importante en la educación, en la sociedad y en la formación de jóvenes”, concluye.

Edición: Emilio Gómez


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