Foto: Steffany Tec Tabasco

Cuando a los siete años Steffany Tec Tabasco sufrió, junto a su madre, un accidente automovilístico que le costó un mes en terapia intensiva y tres cirugías reconstructivas en el rostro, supo que su destino estaba en la enfermería.

“Cuando empecé a despertar, después de la sedación a que había sido sometida, comencé a ver el amor y cariño con el que me trataban los enfermeros y enfermeras. De ahí nació mi amor por querer convertirme en una”, cuenta esta novel profesional, quien hace un mes fue galardonada con la condecoración “Miguel Hidalgo 2020” Grado Collar, la más alta distinción por actos heroicos, otorgada por el Estado mexicano para reconocer al personal de salud ante la contingencia del coronavirus COVID-19, con lo que se convirtió en uno de los 58 trabajadores del sector salud de todo el país en recibir este reconocimiento.

Steffany “corre con ventaja”, ya que proviene de una larga generación de enfermeras por parte de su línea materna. Su bisabuela Carmen se desempeñó 50 años en el Centro Materno Infantil; su abuela Luisa hizo lo propio en el Centro de Salud de Mérida, durante 35 años, y su madre Flor -con 28 años de servicio- continúa laborando en el Hospital O’Horán.

Steffany, de 26 años y madre soltera de dos varones de nueve y cuatro años, es la cara visible de esa legión blanca que día a día enfrenta la batalla contra el COVID-19, dando lo mejor de sí para reconfortar y contener a esos pacientes que están solos y aterrados, alejados de sus familias, ante la incertidumbre de su destino final.

La enfermera, oriunda de Mérida, trabaja de lunes a viernes de 13 a 20:30 horas en el Instituto del Seguro Social (IMSS) de La Ceiba; pero los viernes por la noche viaja hacia Valladolid a donde llega de madrugada y luego de un breve descanso inicia su jornada en el Hospital Provisional de esa ciudad, dedicado exclusivamente para pacientes COVID. Ahí labora los sábados, domingos y feriados, de las 8 a las 20 horas.

Emotiva correspondencia

Steffany acostumbra a presentarse ante sus pacientes, “platico mucho con ellos, trato de proporcionarles un poco de calor humano, de confianza, que sepan que no están solos. Les digo que estén tranquilos, que van a salir adelante, que no piensen que se van a morir, todo eso es muy importante para ellos”.

Para la licenciada en enfermería, que egresó hace sólo tres años del Centro Educativo Rodríguez Tamayo de Caucel, leer a los pacientes las cartas de sus familiares le provoca un sabor agridulce.

“Es muy triste leerle a los pacientes cartas de sus familiares porque no pueden verlos, pero hay cosas bonitas; si en algún momento han estado distanciados como familia, cuando saben que su familiar está ingresado en un área que no lo pueden ver y que lo están atendiendo personas extrañas, en sus cartas les dicen cosas como, ‘te estamos esperando en casa, te queremos, échale ganas, tú puedes, vas a salir adelante, te amamos’. Los pacientes lloran y cuando una está leyendo esas cartas te llegan al corazón, no importa si eres hombre o mujer. Yo he visto médicos que han agachado la cabeza cuando han hecho alguna videollamada del paciente a sus familiares”, detalla.

Narra que cuando se llegó al pico máximo de la pandemia, “estábamos en Valladolid a todo lo que daba, entonces, aunque saliera a comer a las 4:30 de la tarde, no me importaba, repartía las pertenencias de los pacientes y si ahí había cartas, aprovechaba y se las leía”.

 

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Recuerda una muy significativa de un hijo que le escribía a su madre: ‘mamá Silvia, no te preocupes, yo voy a titularme, el dinero es lo menos importante en este momento, tu salud es más valiosa, mi estudio puede esperar’. “Era un joven que le expresaba su amor a su madre; su mamá era madre soltera e iba a pagar la titulación de su hijo, pero le dio COVID y desgraciadamente a los dos días debieron ventilarla. Gracias a Dios superó esa etapa y cuando despertó, recibió otra carta de su hijo que decía, “mami no te preocupes, la escuela me dio una prórroga para pagar mi titulación”, y desde ese día la señora le empezó a echar más ganas, era un peso que tenía encima además de la enfermedad, y salió adelante”, precisa.

Steffany también recibe cartas en maya, “y aunque yo no leo maya les digo que en la carta viene expresado el amor hacia ellos, que su familia le envía los mejores deseos para que salgan adelante, y muchos mejoran luego de sentir el amor de la familia; en cambio otros sienten confort y se preparan para irse. “Muchos dicen, yo ya estoy listo, ya estoy cansado, ya sé que me voy a morir, ya sé que voy a ir al cielo”, dice mientras se le quiebra la voz.

“Que un paciente te diga eso es algo muy fuerte, considero que hoy por hoy la salud mental de todos los trabajadores de la salud es un desafío, creo que a muchos esta situación les ha llegado al corazón, porque lo han vivido en carne propia”, reflexiona.

Una de las cosas más difíciles que ha vivido es cuando hay que avisarle a un familiar que un paciente ha fallecido. “Se avisa vía telefónica y yo he estado ahí cuando un médico llama para dar la noticia, es impresionante escuchar los gritos y llantos de dolor del otro lado. El médico, y todos nos sentimos caídos porque, aunque una entiende que luchó y dio lo mejor de sí, nada más Dios sabe cuándo te llega la hora”, expresa.

Momentos tristes

Pese a lo complicado de esta reciente enfermedad, muchos parecen no darse cuenta de la gravedad que implica no cuidarse y no respetar las medidas sanitarias implementadas por el gobierno. “De todos los pacientes que han estado ventilados en el área COVID, muy pocos han salido, desde mayo que ingresé al Hospital Temporal de Valladolid, de 30 cuando mucho seis han superado la enfermedad, el resto ha fallecido”, advierte.

“Cuando llega un paciente grave en ese momento tienes que demostrar que de verdad quieres tu profesión y que lo que realmente deseas es salvarle la vida, el paciente tiene que vivir y tienes que correr y dar lo mejor de ti”, puntualiza.

Cuenta que durante un fin de semana fallecieron en su área cuatro pacientes, “recuerdo que me tomé de la mano y me abracé con una compañera enfermera porque decíamos, no puede ser que se estén muriendo tantas personas, pero cuando el COVID se presenta y estás mal te ataca el pulmón, te lo colapsa, y aunque al paciente le pongan oxígeno muchas veces no sale”.

Otra de las situaciones más difíciles que ha atravesado es cuando una persona muere. “Hay que ser consciente que la muerte te va a llegar, cuando veía morir a las personas al principio me costaba mucho soportarlo, lloraba, y me decían que no lo hiciera porque la vida es un ciclo, pero para mí lo más difícil sigue siendo ver morir a una persona”.

“He tenido que cerrarle los ojos a más de uno, taparles la carita; he atendido a varios adultos mayores y les tomaba su mano y les decía: aguántese un poquito más, luche, va a salir adelante; una le habla al paciente y hasta haces oración con él o ella, cuando ya veía que los pacientes desaturaban el 36 por ciento de oxígeno, lo que les hacía era darles la bendición en la frente y les rezaba una oración, luego ellos solitos cerraban sus ojos y se iban”, dice con tristeza.

Por eso agradece el premio y a la gente que la postuló, que asegura no saber quiénes fueron, “creo que Dios sabe por qué me llegó este premio; el esfuerzo que he hecho desde que comencé a trabajar, porque desde abril yo lloraba porque decía, por qué a mí no me dan la oportunidad para trabajar, si tengo título y cédula”.

Ahora tiene dos empleos, pero contrato hasta diciembre en Valladolid y desconoce lo que vaya a ocurrir, por eso dice que el dinero del premio (100 mil pesos), que aún no ha recibido, lo va a ahorrar para sus hijos Alan y Alonzo, porque además no sabe si tendrá trabajo.

Ecos del galardón

Steffany cuenta que desde que recibió la distinción mucha gente, cuyos familiares han fallecido por COVID-19, la ha buscado para preguntarle si recuerda a su familiar, si sabe cómo murió, si sufrió y, además, para agradecerle. “Yo recuerdo a muchos, pero no sólo por el código de ética, sino porque podría tener problemas legales no puedo darles esa información. Así que les doy consuelo para que se sientan tranquilos”, refiere. 

La contactó una señora que le dijo que hacía mucho tiempo que no hablaba con su mamá, que no la pudo ver y que no se pudo despedir de ella, por lo que quería saber cómo había fallecido, “entonces le dije que su mamá solita cerró sus ojos y que antes de morir dijo que quería mucho a su familia y a sus hijos, para llevarle un poco de consuelo espiritual”.

El covidario

“Trabajar en el área COVID es difícil porque con el traje una no está cómoda, porque te lastima, estás sudada, tienes calor, tienes frío porque cuando estás toda mojada el clima está fuerte”, manifiesta.

Los pacientes que pueden hablar dicen cosas como, “ay señorita si yo me hubiera cuidado; si no hubiera salido a la calle; si hubiera creído en esta bendita enfermedad no estaría aquí ingresada; algunos reconocen que se enfermaron únicamente por culpa de ellos, por querer ir a una fiesta, por ejemplo, en cambio otros aseguran que fue por la necesidad económica de salir a trabajar para sostener a su familia”.

Por último, confiesa que cuando comenzó a trabajar en el área COVID le daba mucho miedo y se aislaba en su propia casa para no estar en contacto con sus hijos, “pero mis niños son muy cariñosos, así que cuando llego a mi casa me saco la ropa, la pongo en una cubeta y mi mamá y yo tenemos un pasillo exclusivo para nosotras desde donde vamos directo a bañarnos, para luego ya convivir con la familia”.

“Mi trabajo habla de mí y yo hago lo mejor, pero está el resto del personal, es un trabajo de equipo”, concluye. 

Sin dudas, esta inesperada pandemia ha hecho visible a este ejército blanco que batalla a diario contra un enemigo invisible, que a través de sus acciones heroicas y desinteresadas nos recuerdan la frase de una canción del argentino Charly García, que solía cantar la ya fallecida Mercedes Sosa: “¿Quién dijo que todo está perdido?, yo vengo a ofrecer mi corazón”.

Edición: Elsa Torres


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