La chaya gana cada día más adeptos de otras latitudes

Debería incluirse como parte de la soberanía alimentaria, opina productor
Foto: Juan Manuel Contreras

Especial: Chaya, rescate de su magia

La chaya es una planta que ancestralmente se ha colocado en el gusto del paladar yucateco; y pese a que entre la comunidad local se ha disminuido paulatinamente su uso, esta hoja cada día gana adeptos entre quienes la conocen al migrar o vacacionar en Yucatán. “Es generosa y guerrera de cara a la adversidad”, comentó José Leonardo Navarrete, productor de chaya yucateca.

Las lluvias causadas por los fenómenos meteorológicos del año pasado causaron gran afectación en diversos cultivos del estado, pero la chaya no se vio afectada. En el caso de Pepe -como se le conoce al agricultor- perdió únicamente dos plantas de las 20 de su huerto, pero en general “la lluvia les cayó re bien”. 

Con la llegada de la temporada otoñal, la chaya suele escasear. No es que no haya, sino que, si ya está podada, difícilmente retoñará durante esas épocas. Por eso en otros estados no se da. No son pocos quienes han intentado llevársela; y si bien no muere, no da ninguna hoja significativa, sino unas más chicas que la palma de una mano.

En cuanto al mercado de la chaya, Pepe comentó que tradicionalmente la emplean en algunos platillos y se consume bastante. Aunque puede que tal vez ya no todos los yucatecos tengan interés en su consumo ante la llegada de nuevas comidas, existe un mercado de nacionales e internacionales interesados en la hoja. 

“Se ha quedado en el olvido, únicamente las personas conscientes de su alimentación y el consumo local tienen interés, tanto en nacionales como internacionales, que la usan de igual forma que emplean la espinaca”, detalló.

 

Cuidados al consumirla

En muchos lados se acostumbra a consumir la chaya cruda, dijo, y no debe ser así porque tiene un veneno -ácido cianhídrico- que se libera al cocinarla o freírla. En cambio, cruda, en agua, hay que tener cuidado. Esto se puede detectar en el color verde fosforescente. 

Estos conocimientos el agricultor los ha venido acumulando desde su paso por la escuela de agricultura ecológica U Nek' Luum de Hunucmá, de la mano de la maestra Cecilia Uh, en donde les enseñan a sembrar bajo la premisa de que “son las semillas que tarde o temprano germinarán”.

“Ahí me contagié del amor de la maestra por sembrar cosas locales, porque realmente no se requiere un gran esfuerzo. Las condiciones climatológicas de Yucatán, que son muy particulares en comparación de otros estados, benefician la siembra”, explicó.

Pepe Navarrete consideró que la chaya debería incluirse como parte de la soberanía alimentaria, por su fácil acceso, aunque lamentó que a últimas fechas se ha perdido la costumbre de contar con la planta en los solares yucatecos.

 

Una planta generosa

“La chaya es una planta generosa, da abundantes cosechas. Es tan noble que, en incluso en terracería, en donde la tierra es compacta y de mala calidad, pueden desarrollar hasta dos metros de altura y una fronda de tres metros, procurando hasta dos kilos de chaya semanales a sus productores”, acotó el sembrador.

La temporada de la chaya coincide con la del calor, es decir, cuando el fresco invernal baje y de paso a la primavera, comenzarán a brotar las chayas. Irónicamente, la llegada de la sequía cunde las matas de hojas de gran tamaño, apuntó con base en su experiencia.

Es en junio cuando se dispara el crecimiento de la chaya, es por eso que, según Pepe, es importante enraizar antes de verano. Enero, febrero y -cuando mucho- marzo son los meses idóneos para sembrarla y cosecharla luego de tres o cuatro meses.

“Durante las lluvias de verano, una planta ya desarrollada, de unos 70 u 80 centímetros (cm) no debe ser afectada, siempre y cuando se tenga un buen drenaje la tierra. Al contrario, la lluvia le va a ‘caer’ mejor. Esa es la diferencia con las hortalizas”.

 

Consejos para sembrarla

Para quien quiera una mata de chaya en su jardín, lo primero que tiene que hacer es tener un esqueje de la hoja, cortar una rama gruesa -no un tallo verde- y amarrarla a una estaca no mayor a los 20 cm, enterrarla dos cm para que así, comience a enraizar. Siempre es mejor hacerlo cuando hay luna nueva. 

“Al cabo de tres semanas, ya se podrá trasladar a un macetero. La chaya es una planta de mucho sol, la cual está completamente adaptada al rústico suelo yucateco. También requiere crecer en un lugar muy soleado, con luz directa durante 10 horas, o un mínimo de seis”, advirtió.

De igual modo hay que tomar en cuenta la inclinación de la luz solar que varía según la estación del año en la que estemos, es por eso que se recomienda no plantar la chaya en la cercanía de bardas o cualquier estructura -como árboles- que pueda obstruir los rayos del sol.

En cuanto al riego, Pepe aseguró que no es una especie exigente, aunque es deseable suministrarle agua diariamente, por el calor excesivo de la región. Pese a las recomendaciones, puede sobrevivir largas temporadas de sequía.

 

Las plagas de la chaya

Uno de los problemas que puede presentar la chaya yucateca, radica en el exceso de humedad que también caracteriza la entidad, ya que cuando esta se presenta, propicia la aparición de plagas debajo de las hojas.

“Por eso les digo a mis conocidos, amigos y clientes, que se fijen debajo de las hojas; y no solo hablando de la chaya, sino de las plantas en general, porque pueden verse muy bien por arriba, pero abajo tienen bichitos”.

Para combatir la plaga de la chaya, Pepe emplea un método ecológico que incluye ingredientes como neem, higuerilla, tabaco. Esos tres los va intercalando con ajo y chile habanero, esto a fin de que las plagas no generen resistencia. 

“Al poner lo mismo se tiene un efecto similar al del insecticida sobre las cucarachas, desarrollan tolerancia y ya no les afecta”.

Pepe Navarrete vende sus chayas -y otros productos de su huerto- en el Slow Food que se coloca cada sábado en las inmediaciones del ex Cine Colón. También se le puede contactar mediante Pepino Kat, su página de Facebook para conocer más sobre esta y otras plantas.

 

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Edición: Laura Espejo


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