Debe ser hermoso morir como los pájaros: con las alas abiertas, afirmaba Pedro Infante

Y así, entre las nubes, en pleno vuelo, se despidió de esta vida en Mérida
Foto: Ernesto Medina / Ilustración

Tania Medina

La última vez que oí su voz fue el domingo pasado. Pedro me dijo: “Amor mío, nos veremos mañana; si tú no quieres venir, yo voy a verte” fueron las palabras que expresó Irma Dorantes, recordando el periplo que llevaría al ídolo mexicano al final de sus días. Así fue citada la declaración de la viuda del ídolo mexicano en El Diario del Sureste, el día en que murió Pedro Infante.

Después de colgar el teléfono y despedirse de su esposa, Pedro se dispuso a preparar las cosas para el viaje. Sintió el calor abrasante de los días de abril que le dictaban un cambio de aires: el rencuentro con un pasado amoroso que no conseguía olvidar del todo: la prometedora y siempre caótica Ciudad de México. Ese mismo lunes por la mañana, Pedro, con sus 39 años, figura esbelta, de manos pletóricas, ojos castaños y poco más de un metro setenta, caminaba por los hangares del último vuelo que tomaría del aeropuerto de la ciudad de Mérida.

Era la mañana del 15 de abril de 1957 y los vericuetos del destino dibujados en el cielo denso, azul y lejano recibían una tripulación de tres personas entre las que se encontraba el actor y cantante Pedro Infante, quien con su habitual entusiasmo tarareaba aquella canción que dice: “Ando volando bajo, mi amor está por los suelos/ y tú tan alto, tan alto/ mirando mi desconsuelo/ sabiendo que soy un hombre que está muy lejos del cielo”, y abordaba un avión que no habría de permanecer mucho tiempo en las nubes. 

El aeroplano de cuatro motores, con matrícula XA-KUN, comandado por el capitán Víctor Manuel Vidal, daba la indicación para despegar en punto de las 7:30 am, y así se elevó de la pista 10 del aeropuerto de Mérida, Yucatán. La nave -que tenía en su carga varias toneladas de pescado pertenecientes a la compañía Mariscos del Golfo- había entrado apenas en el espectro de la tropósfera, 15 minutos después de haber levantado el vuelo, en dirección al poniente, cuando se desplomó en los predios ubicados en los números 642 y 642-A en la calle 54, al costado norte de la calle 87 centro, en la misma ciudad de Mérida; la avioneta explotó, y sus partes y cargamento fueron expulsados a más de cien metros del lugar donde ocurrió el accidente.

De los tripulantes, no hubo sobrevivientes; los cuerpos del capitán Víctor Vidal, el mecánico Mauricio Bautista Escárraga y Pedro Infante quedaron calcinados en el accidente. El reconocimiento de este último se dio gracias a una esclava de oro que llevaba puesta en la muñeca izquierda.

Pedro Infante Cruz, nació en Mazatlán, Sinaloa, el 18 de noviembre de 1917. Los primeros años los vivió en el municipio de Guamúchil, Sinaloa, a donde su familia se había trasladado al poco tiempo de que naciera. La voz de Pedro destacó pronto en el ámbito local, pues su padre, que era músico y encargado de instruir al niño en el manejo de diversos instrumentoss, le dejó una impronta que el mundo no olvidaría jamás.

A los 17 años ya contaba con cierta fama en Guamúchil, la cual se extendería a lo ancho del país; así como las canciones y los papeles que llegó a interpretar. Las mujeres cambiaron su vida en diversos momentos; fue así como el intérprete, convencido por María Luisa León —la primera de sus dos esposas— viajó a la Ciudad de México, en busca de consolidar el sueño que lo llevó a ser uno de los más grandes íconos del cine de oro mexicano y un ídolo indiscutible de la música ranchera. Teniendo en su haber más de 300 canciones y múltiples cintas mexicanas que rápidamente lo llevaron al pináculo de una carrera que una mañana de un 15 de abril en pleno vuelo se desplomó, ante la incredulidad de sus seguidores.
 

Las motos y los aviones

Además de la actuación y el canto, Pedro tenía una gran pasión por las motocicletas, con las que se le pudo ver en dos ocasiones en cintas cinematográficas; después de estas películas, el actor adquirió una Harley Davidson, modelo 1955, motor 55-FLT-5402.

También se consolidó como piloto de aviones, su más grande pasión. La vigencia de su licencia llegaba hasta el 10 de octubre de 1957, sumando 2 mil 989 horas de vuelo con su compañía de aviación; entre sus rutas frecuentes se encontraban Chetumal, Cozumel y Belice.

“Yo nací para ser aviador. Debe ser hermoso morir como los pájaros, con las alas abiertas”, dijo en alguna ocasión el ídolo mexicano. Y así, entre las nubes, en pleno vuelo, de despidió de esta vida en un avión bombardero de la Segunda Guerra mundial, el cual ya había sido sometido a una inspección mecánica el 10 de febrero de ese mismo año.

 

Foto: Fondo Raúl Rosado Espínola/ProHispen

 

En Mérida, la cabeza de primera plana de El Diario del Sureste del 16 de abril de 1957, rezaba: “Gran conmoción por la muerte de Pedro Infante”. En ese medio presentaron un amplio reportaje del accidente. Junto a este, en la parte inferior, el Gobierno del Estado de Yucatán daba sus condolencias para los fallecidos, un total de cinco personas, incluido el cantante.

El accidente no sólo dejó daños materiales, también hubo otros decesos, además de los tripulantes. La señorita Ruth Rosel Chan, de 18 años, murió a causa de las graves quemaduras que sufrió mientras se encontraba lavando ropa en el patio de su vivienda, ubicado a un lado en donde ocurrieron los hechos. 

La escena se tornó trágica cuando los vecinos corrieron despavoridos hacia la calle, pues algunos de ellos habían sufrido quemaduras en el cuerpo; aun siendo presas del pavor, ante las explosiones que todavía seguían ocurriendo en el lugar.

El 360 Batallón de Infantería se presentó en el lugar; sin complicaciones se llevaron a cabo los trabajos de rescate, ante la multitud que se encontraba en el sitio.

Durante la tarde, el cuerpo del intérprete fue trasladado de la funeraria Pérez Rodríguez a la que fuera la casa del fallecido actor, el domicilio marcado con el número 587 de la avenida Itzáes.

El traslado del cuerpo a la capital del país, estuvo acompañado por su hermano Ángel Infante, a bordo de un avión de dos motores, una aeronave HA-HEY de Transportes Aéreos Mexicanos que alzó el vuelo a las 6:50 horas.

Al llegar a la Ciudad de México, la multitud ya estaba esperando los restos del ídolo de mexicano; los granaderos fueron insuficientes para resguardar la seguridad de los presentes: unas 25 mil personas. El ataúd gris que resguardaba el cuerpo de Pedro se trasladó hasta el edificio de la Asociación Nacional de Actores, en donde en el escenario del teatro “Jorge Negrete” se acondicionó para recibirlo.

Al sepelio del intérprete de música ranchera acudieron más de 100 mil personas que se dieron cita en el Panteón Jardín para darle el último adiós; ahí, al pie de la fosa, estaban los hermanos del difunto, Pepe y Ángel, asimismo, en llanto incontenible se encontraba Irma Dorantes, su última pareja, quien al ver que el féretro, que únicamente fue abierto en el cementerio, se despojó de un crucifijo de oro que portaba en el cuello para depositarlo dentro. 

A eso de las 12 del mediodía los restos descendían lentamente, mientras que el mariachi entonaba Despacito, muy despacito y Ángel Infante dio un grito “Adiós, hermanito”, para despedirse de él.

La mañana del lunes 15 de abril en Mérida

Eran las 7:45 de la mañana cuando la gente decía “se cayó el avión de Pedro Infante, está muerto”. Yo para esa época iba a cumplir 17 años, relata para La Jornada Maya, Raymundo Medina.

“Me dirigía a mi primer día de trabajo, y los camiones estaban llevando a la gente gratis al lugar, ahí por La Socorrito, cambié mi dirección y fui. Los policías que custodiaban no permitían que la multitud pasase, y tampoco se podía apreciar mucho; me presenté a trabajar hasta el mediodía”, precisó don Raymundo, con nostalgia en la mirada.

“Para la noche, la fila para entrar a su casa, donde lo estaban velando, era ya muy larga; razón por la que no esperé a pasar y me retiré”, recuerda, pensando en su adolescencia, ese hombre que para el momento de ese relato contaba con 75 años y que forma parte de una de las generaciones marcadas para siempre por la presencia y la ausencia definitiva del gran cantante mexicano, quien con su carismático, alegre y enamorado estilo se ganó la admiración del público, que no deja de recordarlo. 

Queda claro que el accidente en el que pereció el artista hizo nacer a una de las leyendas más representativas del cine de oro mexicano, de la canción vernácula y del imaginario de la sociedad mexicana. ¡Verdad de Dios!

 

Lee: Pedro Infante no murió solo


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