Luis Sergio Rodríguez, medio siglo como encantador de pianos

En plena era tecnológica los afinadores han desaparecido, pero Campeche aún conserva uno
Foto: Hubert Carrera Palí

Hubert Carrera Palí

¿Cómo concebir a Beethoven, Schubert, Bach o ya en los tiempos actuales a Richard Clayderman sin el acompañamiento de un piano?

Este instrumento musical consiste en una serie de cuerdas metálicas de diferente longitud y diámetro, ordenadas de mayor a menor en una caja de resonancia, y una serie de teclas que al golpearlas accionan unos pequeños mazos de madera que golpean la cuerdas y las hacen sonar de manera melodiosa, cuando están bien afinadas.

Antes de salir al escenario, un piano debe de lucir hermoso y perfectamente afinado, para lo cual se requiere de la experiencia, paciencia y manos de un verdadero experto restaurador y afinador. Lamentablemente, en plena era tecnológica, estos personajes literalmente han desaparecido, o están en el más profundo y olvidado recoveco del baúl de los recuerdos, pese a que en el paisaje cultural de la fortificada San Francisco de Campeche y sus principales suburbios existen 140 de estos instrumentos, que datan de los siglos XVIII y XIX.

De manera inaudita, sólo existe un reparador y afinador de pianos en todo Campeche; un hombre de 79 años, sencillo, con contadas amistades, de origen campechano: don Luis Sergio Rodríguez Pérez, quien llegó al oficio por azares del destino, de la mano de otro campechano del que aprendió a mirar y tocar los pianos como muy pocos lo hacen; Antonio Vagundo. 

 

Músico, maestro y afinador

En el interior de su morada, sentado en la esquina de su sofá favorito, don Sergio de pronto fija su mente en lo que fue su adolescencia, cuando inició como aprendiz de reparador relojes de pared en un negocio que tenía su padre, don Roberto Rodríguez Vidal, en la calle 10 entre 59 y 61 del Centro Histórico de esta capital. Fue precisamente en ese momento cuando tuvo su primer contacto con lo que poco tiempo después marcaría la ruta de su vida: “Precisamente a lado de la relojería vivía una maestra. No recuerdo su nombre, pero tenía un piano que mi padre le afinaba cada determinado tiempo y fue entonces en ese momento cuando tuve mi primer contacto con ese instrumento”, recuerda.

El destino incierto, aunado a la falta de trabajo, lo obligó a emigrar al vecino estado de Yucatán a la edad de 22 años. Ahí, además de iniciarse como reparador y afinador de pianos, incursionó en la cantada acompañado de su guitarra, logrando el primer lugar en un concurso de boleros a nivel estatal; también fue boletero durante la temporada de ópera, ahí por los años sesenta.

De la afición a la cantada pasó al profesionalismo. Luego de 10 años de vivir en Mérida pasó a formar parte del elenco bohemio del bar y centro nocturno Yanal Luum, que recibía su nombre por estar bajo tierra. Ahí su paga por noche era de 120 pesos. También fue maestro de piano y llegó a tener hasta cinco de estos instrumentos. Sin embargo, la misma necesidad lo obligó a venderlos tras regresar a Campeche.

El retorno a la tierra natal, luego de 15 años en Yucatán, lo motivó una causa universal, llamada Socorrito Sosa Avilés. De su matrimonio nacieron cinco hijos: cuatro hombres y una mujer. Dos de los varones tratan de heredarle el oficio.

Durante la década y media que vivió en Yucatán, don Sergio conoció a mucha gente de Campeche, en su mayoría de clase burguesa, quienes solían solicitar los servicios de su maestro Antonio Vagundo para reparar, dar mantenimiento o afinar sus pianos.

Recuerda algunos nombres y apellidos y uno que otro campechano pianista que destacó a nivel nacional e internacional, como Lázaro Azar y la familia Zavala.

“Casi todas las casas y los jardines de niños del Centro Histórico contaban con un piano; eran decenas de ellos. Todos llegaban por barco, provenientes del Viejo Continente y el Caribe”, recuerda, e inmediatamente indica por lo bajo que para él los japoneses Yamaha son los mejores.

En los años 90 y 2000 hubo un “boom” muy importante porque trabajo sobraba por todos lados, recuerda: “Había escuelas de piano. Los jardines de niños contaban cuando menos con uno y la alta sociedad también tenía un piano en sus casas”.

Sin embargo, la galopante modernidad, la migración, la difícil situación económica allá por 2004, motivó que paulatinamente los pianos fueran desapareciendo del contexto urbano, a grado tal que varios de ellos quedaron en el más completo abandono, y con ello, inevitablemente, la debacle en el trabajo tocó a su puerta.

“Comenzaron a llegar pianos eléctricos más modernos, compactos y menos costosos, lo que provocó también que mucha gente vendiera esa parte de su tesoro, incluyendo los jardines de niños”, subraya.

 

Entre cuerdas y teclas

Don Sergio lleva 55 años reparando y afinando pianos. En Campeche los más comunes son los de cuarto y media cola, seguidos de los llamados verticales. No existe alguno de cola completa.

Regularmente, un piano consta de 88 teclas: 52 blancas que van de Do a Si en número de dos de manera consecutiva, y 36 negras o bemoles y sostenidos que al armonizarse dejan sentir la composición del acompañamiento de la música.

Un piano es muy frágil a la exposición del medio ambiente. Por lo general son presa del comején y la polilla, de ahí que el conocedor recomiende un ensamble con palo de rosa o cedro y darles mantenimiento por lo menos cada seis meses, lo mismo que la afinación.

El costo del trabajo de ensamblaje, comenta don Sergio, llega a superar los 7 mil pesos, dependiendo del deterioro del instrumento; en tanto que una buena afinada cuesta 700 pesos, y le lleva por lo menos dos horas para armonizar teclas blancas con negras.

Reconoce que la modernidad ha desplazado al piano de todos los siglos por los eléctricos, pero la música nunca será comparada a las armoniosas notas que nacen de los instrumentos clásicos.

 

El mejor de los pianos

Haciendo un repaso por 55 años de experiencia como único reconstructor y afinador de pianos en San Francisco de Campeche, don Sergio indica que sólo dos de los 140 que contabiliza tienen la calidad y la elegancia para armonizar teclado con los dedos del más exigente y refinado concertista. Uno de ellos se encuentra en el desayunador de céntrico hotel y el otro en la parte inferior de la rectoría de la Universidad Autónoma de Campeche (UAC), el cual es propiedad del benemérito Instituto Campechano (IC).

Asegura que si Ludwig van Beethoven viviera, no dudaría en sentarse en cualquiera de ellos a tocar sus sinfonías.

 

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