En 1663, cuando la ciencia todavía no tenía los avances para describir las distintas especies que existieron durante la prehistoria, un científico halló un conjunto de huesos que dio origen a una reconstrucción de un falso unicornio, que al momento se exhibe como una divertida anécdota de la escasa investigación.
Se trata del Unicornio de Magdeburg, también conocido como Guericke Einhorn, en honor a su descubridor, el científico Otto von Geuricke, quien consideró que los restos hallados eran suficientes para confirmar la existencia de una criatura con cuerno.
Estos fósiles en realidad pertenecían a un rinoceronte lanudo, una especie extinta que habitó el norte de Eurasia hasta el final de la última Edad de Hielo.
Los huesos fueron desenterrados en 1663 en Seweckenberge, Alemania, y tras su descubrimiento, Otto von Geuricke los “acomodó” para armar a una criatura con un cuerno, costillas y dos patas.
La teoría del hallazgo de un unicornio fue reforzada por Gottfried Leibniz, un científico de la época que solía promover ideas de criaturas fantásticas, como perros que hablan y, obviamente, los unicornios.
Leibniz describe en su obra Protogaea a una criatura con aspecto monstruoso poseedora de un cuerno, costillas y otros huesos.
En su obra El rinoceronte lanudo de Seweckenberge cerca de Quedlinburg (Alemania), Thijs van Kolfschoten y Angelika Hesse rescatan los dibujos del unicornio hechos por Michael Bernhard Valentini con base en bocetos de von Guericke.
Actualmente, el esqueleto del falso unicornio es exhibido en el Museo de Historia Natural de Magdeburgo como un recordatorio de la capacidad de los científicos de crear seres inexistentes ante la escasez de información.
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La Jornada
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