Una calavera monumental con sombrero de copa y acompañada por un xoloescuincle de luz recibe a los viandantes: es la entrada al paseo deambulatorio de Míxquic, uno de los barrios tradicionales de Tláhuac, en el sureste de la Ciudad de México.
Luego de que en 2020 la pandemia de coronavirus impidiera los festejos tradicionales de Día de Muertos en este pequeño recinto, en esta ocasión a la calavera gigante, también con corbata y saco negros, la envuelven las cumbias y salsas del rencuentro con la alegría del semáforo verde dictado por las autoridades de la capital del país.
Un paseo por la tradición
El Guasón saca a bailar a la Llorona y dos Catrinas guían y se dejan guiar al ritmo de No le pegue a la negra, tema emblema del colombiano Joe Arroyo, cuyo nombre oficial es La rebelión, y al baile lo acompañan las voluntades de sabor del recorrido mexicano, de la noche borracha.
Todo a espaldas de la calavera y su sombrero de copa, que ha autorizado a los viajeros el ingreso a un espacio ritual.
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A las orillas del camino abundan las micheladas escarchadas en ajonjolí, los pulques curados, las calaveritas de mazapán, el mole rojo, las papas adobadas, los chicharrones, las quesadillas, los pozoles, las enchiladas, la barbacoa, los frijoles charros, las gringas, los burritos, el pan de muerto, las roscas azucaradas en rosa, las abundancias porque, antes de morir, hay que llenarse la tripa con los sabores tradicionales y mestizos de una de las culturas más complejas del mundo.
Y los juegos de feria para los niños desvelados que atraviesan la noche junto a sus padres en la víspera del arribo de los muertos, guiados por el copal y el cempasúchil, en una ceremonia al mismo tiempo cristiana e indígena donde los mexicanos supieron conservar sus tradiciones, adaptarlas, integrarlas al rito católico sin adoptar su aplomo, sino prefiriendo el baile de la luz de la vela, las canciones y la borrachera.
Aunque el evento fuerte, tradicional, de este barrio rural en la Ciudad de México es el 2 de noviembre, ya en el último fin de semana de octubre abundan en las calles de Míxquic las voluntades de feria: niños pescan juguetes de plásticos en una pileta para ganarse un premio, jóvenes entrenan la escopeta en el tiro al blanco, las canicas esperan a los audaces, el hockey de mesa, el futbolito, las maquinitas concentran a los adolescentes.
Y aunque lo más intenso está por venir, la voluntad festiva tras más de un año de confinamiento, de restricciones ante la pandemia inesperada y padecida en todo el mundo, ya se permite atravesar las calles con familias enteras, brigadas de ciclistas con ropa reflejante para prevenirse de las ocultaciones de la noche, disfrazados, vendedores de artesanías, curiosos, turistas, nativos. El cubrebocas convive con la curiosidad.
El mundo ritual y la violencia real conviven
En el país de la violencia feminicida, la desigualdad y la crisis de sangre desatada por el despliegue del crimen organizado en prácticamente todo el territorio nacional, la festividad obligadamente convive con la conmemoración de las víctimas mexicanas.
Así, el kiosco de la Plaza Juárez se convierte en una ofrenda en homenaje a Cesiah Chirinos, quien a los 37 años fue asesinada en Míxquic, con pancartas que condenan la violencia machista.
"No nací mujer para morir sólo por serlo", abunda una cartulina al costado de la escalinata que conduce al centro del kiosco, donde cempasúchil y veladoras envuelven el homenaje a la mujer asesinada.
"Qué recanija calaca"
La famosa alambrada de Míxquic, cuando los deudos de los difuntos sepultados en el cementerio atiborran sus tumbas de flores y acompañan el deambular por el recinto con veladoras que desafían la noche, se celebra el 2 de noviembre, un evento tradicional que se acompañará este año de espectáculos musicales convocados por la alcaldía de Tláhuac.
Desde el mediodía se llevarán a cabo talleres comunitarios organizados por la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de México, y los eventos musicales comienzan a partir de las 17 horas, con el trío Los Reyes de Veracruz, para continuar hasta las 22 horas con el ensamble vocal Memorias del viento, ofrenda musical, la Banda Mixe y un concierto de La Rumorosa.
Así, con cautela, cubrebocas, acceso controlado al panteón, promesas de ley seca desafiadas por los puestos abundantes de cerveza y pulque, uno de los barrios tradicionales de la zona rural de la Ciudad de México, perteneciente al perímetro chinampero reconocido como patrimonio cultural por la Unesco, recupera sus maniobras rituales y turísticas, tras el desafío de confinamiento que impuso el Covid-19.
Un cráneo de piedra adherido a la pared de una de las casas de Míxquic lo contempla todo.
Edición: Laura Espejo
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