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24/10/2025 | Metepec, México
La primera vez que conoció a un papa, el artesano mexicano Hilario Hernández no podía creer su suerte. No viajó al Vaticano como invitado, sino como guardián de la frágil pieza de cerámica que había creado como regalo para Benedicto XVI.
“Nadie tenía pensado llevarme”, declaró Hernández. “Pero un Árbol de la Vida se rompe fácilmente, así que tuve la oportunidad de traerlo yo mismo”.
La obra que le encargaron crear para el papa en 2008 es una expresión célebre de la artesanía mexicana.
Conocido como Árbol de la Vida, pertenece a una tradición que floreció en manos de artesanos a mediados del siglo XX y es considerado un símbolo de identidad en el pueblo natal de Hernández.
En Metepec, donde vive y dirige un taller familiar a unos 65 kilómetros al suroeste de la Ciudad de México, decenas de artesanos se dedican a crear Árboles de la Vida. Sus diseños varían, pero la mayoría comparte un motivo común: la escena bíblica del Génesis, con Adán y Eva en el centro, separados por el tronco del árbol y una serpiente enroscada.
“El árbol te permite expresar lo que quieras”, declaró Carolina Ramírez, guía del Museo de Barro de Metepec. “Es un orgullo para nosotros, ya que se ha convertido en parte de la identidad y el encanto del pueblo”.
El museo organiza un concurso anual que invita a artesanos de todo México a presentar sus versiones del árbol. Actualmente, alberga más de 300 piezas y exhibe una selección permanente.
Además de Adán y Eva, los árboles muestran una variedad de figuras como Catrinas (figuras femeninas esqueléticas que se han convertido en un símbolo de las celebraciones del Día de Muertos en México y Xoloitzcuintles, perros sin pelo y sagrados para el antiguo pueblo nahua.
“La temática de un árbol se inspira en nuestra cultura y tradiciones”, dijo Ramírez. “Y para quienes los compran, se han convertido en una fuente de identidad”.
Foto: Ap
Patrimonio en arcilla
Los antepasados de Hernández han elaborado piezas de barro desde tiempos inmemoriales. Su abuelo, que ahora tiene 103 años, aún elabora vasijas en Metepec.
“Somos la quinta generación de alfareros y artesanos”, dijo Felipe Hernández, uno de los hermanos menores de Hilario. “Nuestros conocimientos se transmiten de boca en boca”.
Los cinco hermanos se formaron para carreras técnicas. Ninguno las ejerció, sino que optó por dedicarse por completo a la artesanía.
Hilario Hernández, el mayor, se convirtió en el mentor de sus hermanos. Ahora sus tareas se rotan entre ellos. Mientras uno da forma a las hojas para los árboles, otro las pega o las pinta. Todos se enorgullecen del legado familiar.
Luis Hernández, ahora de 34 años, señaló que ha creado Árboles de la Vida desde los 12. "Este taller era mi patio de recreo", recordó. "Lo que al principio pensé que era un juego, luego se convirtió en mi trabajo".
Otro artesano local, Cecilio Sánchez, también heredó las habilidades de su padre y fundó su propio taller. Ahora, su esposa, sus dos hijos y otros familiares trabajan juntos para crear una tradición propia.
Foto: Ap
Su técnica se conoce como arcilla pigmentada y consiste en mezclar arcilla con óxidos. "Algunos artesanos añaden pigmentos industriales a sus piezas, pero nuestro trabajo se centra en preservar lo que la tierra misma nos da", comentó.
Donde la tradición se encuentra con el mito
Al realizar su primer árbol para un papa, Hilario Hernández superó sus propios límites como artesano.
Inspirándose en la sabiduría ancestral de su padre, coció la pieza de arcilla de 2 metros de altura (.,6 pies) a la temperatura ideal. Para transportarla, la envolvió como una momia gigante con 200 rollos de papel higiénico para amortiguar y sellar cada hueco.
Luego estaba el diseño. Durante seis meses, él y su familia elaboraron con paciencia figuras de ambos lados, un reto poco común en el oficio. Una cara contaba la historia de los santos más venerados de México; la otra, los orígenes del Árbol de la Vida de Metepec.
Los detalles de esa historia no están claros. Sin embargo, los expertos coinciden en que estos árboles podrían haber desempeñado un papel en la evangelización tras la conquista española en el siglo XVI.
Según Ramírez, los primeros artesanos que los reinterpretaron en la época moderna incorporaron elementos característicos de Metepec. Uno de ellos es conocido como la Tlanchana, una figura mitad mujer, mitad serpiente que, según la leyenda, antaño gobernaba las aguas que rodeaban el pueblo.
“Se creía que su salida del agua traía abundancia”, comentó Ramírez. “Para nuestros antepasados, las deidades estaban ligadas al fuego, el agua y la naturaleza”.
Sin embargo, las figuras de Tlanchana en los Árboles de la Vida de Hernández ya no se asemejan a serpientes. Dado que el reptil se considera una representación del mal, la tentación y la muerte en la cosmovisión católica, se le reemplazó la cola. En su forma actual de sirena, es quizás el símbolo más emblemático de Metepec, junto con el Árbol de la Vida.
La fe en sus manos
Hilario Hernández conserva un marco especial en su mesa de trabajo: una fotografía del día en que conoció a un papa por segunda vez.
En esa ocasión no viajó al Vaticano. En 2015, un desconocido llamó a su puerta y le pidió que creara otro Árbol de la Vida, esta vez para otro papa. Francisco pronto visitaría México y el presidente quería que el artesano le obsequiara una obra maestra.
El nuevo encargo de Hilario Hernández le implicó tres meses de arduo trabajo familiar. El árbol de Francisco no sería tan alto como el de Benedicto XVI. Pero el diseño presentaba sus propios desafíos, ya que debía representar la vida del papa.
El artesano visitó capillas cercanas, habló con sacerdotes y leyó todo lo que pudo. En febrero de 2016, cuando se reunió con el papa en el Palacio Presidencial de México, se dio cuenta de que aún le quedaba mucho por aprender.
“Terminó explicándome su propio árbol”, dijo. “Y añadió: 'Sé que no hiciste esto solo, así que Dios bendiga a tu familia y tus manos'”.
El encuentro tuvo un efecto transformador en él. Le hizo reflexionar sobre su propósito en la vida y reafirmó su vocación por el oficio.
“Hacer Árboles de la Vida es un compromiso”, comentó. “Es nuestra forma de ganarnos la vida, pero también es nuestra forma de mantener viva nuestra cultura”.
Edición: Estefanía Cardeña