Eduardo Lliteras Sentíes
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya
Lunes 12 de marzo, 2018
Ayer, en la Feria Internacional de la Lectura (Filey), tuvo lugar un curioso acontecimiento que se les fue a los acuciosos cronistas de nota roja de los diarios y portales de noticias locales, que suelen, además, realizar interminables guardias apostados en los retenes a la espera de que caiga algún pez gordo, beodo y casquivano, para ventanearlo, y de ser posible, bajarlo de su candidatura.
En efecto. En el área de restaurantes, mientras amasaban el pan para una pizza, descubrieron una nariz.
Cabe señalar, sin exagerar, que el susto del pizzero fue mayúsculo cuando sintió en sus dedos algo duro pero a su vez cartilaginoso.
-¡Una nariz!- gritó y casi cayó desvanecido entre las salsas y potes llenos de queso parmesano –el de imitación, claro está-.
De inmediato, el suceso fue comunicado, no sin algo de estruendo y algún convulsionado en las cocinas de la Filey, al director de la feria, don Rodolfo Cobos, quien decidió vocear el hecho, para que el propietario de la nariz acudiera a reclamarla a la brevedad posible.
Debemos decir, para que quede claro al lector, que se trataba de una nariz ni ancha ni larga. Ni flaca ni gorda. Quizá algo roma, hay que reconocerlo, pero también algo aguileña, de tonalidad un tanto pálida. Es decir, había la clara sospecha de que fuera una nariz rusa, según los peritos de la fiscalía que acudieron al lugar para dar con el paradero del infortunado propietario del probóscide.
En otro punto de la Filey, allí donde se encuentra la exposición de la Federación Rusa, el asesor colegiado Kovaliov apenas se había dado cuenta de la pérdida de tan importante órgano, tras sentir el estímulo de un estornudo que no pudo consumar.
-¡Su nariz, se había esfumado!-
Sí, había desaparecido, por segunda ocasión en su vida, pero ahora en Yucatán, ya que la primera vez, como recordarán los estimados lectores, el sorprendente hecho tuvo lugar en la entonces San Petersburgo. Y apareció, inexplicablemente, en la barbería del barbero, un tanto borrachín por cierto, Iván Yákovlevich, en un pedazo de pan.
El misterio de cómo la nariz llegó al pan que el barbero pretendía desayunar con una cebolla nunca fue revelado, pero la historia tuvo un final feliz. Pero no nos adelantemos.
Todos sabemos que los seres humanos necesitamos la nariz para el fundamental menester que es respirar. Sin el cual moriríamos ahogados, como peces arrojados fuera del agua.
Sin embargo, hay personas –no cualquier hijo de vecino, se entiende- que tienen en la nariz su principal instrumento de mando. Y claro, también instrumento para demostrar desdén hacia sus “inferiores”.
Pero no divaguemos. Como nos narra Nikolai Gogol en sus Cuentos Peterburgueses, escenificados en la vieja San Petersburgo del río Neva, “este mundo está lleno de despropósitos”.
Y “a veces ocurren cosas difíciles de creer: esa misma nariz que paseó disfrazada de consejero de Estado y levantó tanta polvareda en la ciudad (de San Petersburgo), de pronto, y como si tal cosa, retornó a su lugar, es decir, entre los dos carrillos del mayor Kovaliov”.
Así también ocurrió en la Filey, no sin que antes el mayor Kovaliov pasara unos amargos momentos de angustia, buscando y rebuscando entre el gentío, los estantes repletos de libros, e inclusive en los luminosos platós de alguna de las televisoras locales.
Pero se dio el afortunado caso que alguien en [i]La Jornada Maya[/i] había visto pasar su nariz, rumbo a la cocina, y bueno, el resto, se los dejamos a la imaginación de cada quien.
La historia del cuento de [i]La Nariz[/i], del escritor ruso Nikolai Gogol, me vino a la mente durante la inauguración de la Feria Internacional de la Lectura. No porque viera muchas narices alzadas, ni mucho menos, sino porque escuché a la directora del Centro Knórosov-, la doctora Galina Ershova, hablar de su alegría de ver por fin concretada la presencia de Rusia en Mérida con una exposición que busca romper los estereotipos culturales en Yucatán de su patria; para poder mostrar a los visitantes y yucatecos, un poco de lo mucho que es la vasta Rusia.
Galina recordó esas imágenes que les vienen a muchos cuando les hablan de Rusia, y que de inmediato piensan en un mujik ruso enrojecido por el vodka, con su sempiterno sombrero cubriéndole las orejas.
Habló de la diversidad cultural, lingüística y religiosa de Rusia y de las naciones que formaban la ex URRS (Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas). De su colapso y del empobrecimiento generalizado que significó la desaparición de dicho régimen que casi llevó a la hoy Federación Rusa a estar cerca de desaparecer fragmentada en una multitud de naciones.
Las palabras de Galina me hicieron pensar que es una gran oportunidad acudir a la exposición del gobierno ruso en la Filey. No cabe duda. Pero también me acordé de la manera en que recorrí campos y ciudades de Rusia, y que me hizo adentrarme en el alma rusa, a través, precisamente, de sus escritores. Nikolai Gogol, León Tolstói, Anton Chejov, Alekándr Pushkin, Fiódor Dostoievsky, Máximo Gorki.
Muchos de ellos se encuentran entre los estantes de la Filey. Hay que buscarlos.
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