de

del

Gonzalo León Robles
Foto: Marco Peláez
La Jornada Maya

Viernes 22 de septiembre, 2017

Me gustaría compartirles mi experiencia del sismo de hoy. Estaba en el salón 215 de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, tomando una clase muy interesante de filosofía de la mente.

Hubo un momento en el que la clase se paralizó por una falta de participación, pareció, casi casi, un instante de presagio literario, pues el edificio empezó a temblar y los instintos de supervivencia de todos entraron en acción.

Mi reacción inicial fue ignorar todo lo que en mi infancia me dijeron sobre dejar mis cosas en el salón y salirme: era tal mi pánico que dejar mi mochila con mi tablet me resultaba algo inconcebible. Por suerte no me tardé ni dos segundos en agarrarla y, mientras las ventanas retumbaban y sentía que el mundo se iba a acabar, salí del salón; caminando, seguí las flechas verdes que ahora entiendo perfectamente porqué existen. Las personas a mi alrededor se movían de la misma manera, viendo al frente, relativamente calmados y sin decir una palabra.

Por mi cabeza sólo pasaban tres pensamientos: no corro, no grito, no empujo. El polvo del concreto fragmentado inundó los pasillos.

Había mucha gente moviéndose rumbo a las escaleras. Demasiadas. Yo sabía que mi probabilidad de salir del edificio antes de que acabara el temblor era nula. Vi que muchas personas estaban pegadas a las paredes y viendo eso como una respuesta lógica, hice lo mismo. La pared frente a mi se empezó a cuartear lentamente y luego más rápido.

Acabó el temblor, con mi corazón palpitando y las manos temblando, salí del edificio a Las Islas; por fin, pude respirar. Puedo decir que esta ha sido una de las experiencias más aterrorizantes de mi vida. ¡Juré, (juré) que no iba a salir con vida! Sacando mi celular para contactar a mis conocidos, reparé en que mis manos por primera vez se rehusaban a obedecer mis mandamientos: estaban paralizadas; hasta que el mundo dio la vuelta, mi mente se percató de lo sucedido. Esto no era cualquier acontecimiento; no era como otros terremotos.

Siempre había oído hablar de la solidaridad mexicana del 85 y no me la creía por el bombardeo constante de la realidad de nuestro país.

Después de una tragedia como la de hoy, al verme llorar ante las noticias, y energizarme con las reacciones y acciones de la gente que vi, sé que incluso en las peores tragedias, siempre hay una luz dispuesta a iluminar la desgracia que la rodea.

Hoy, a las 11:21 de la noche, no puedo más que reírme de mi último y estúpido pensamiento al terminar el temblor, antes de contactar a mis seres queridos: "qué bueno que saqué mis cosas del edificio."

No esperen y ayuden.


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