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Giovana Jaspersen
Foto: OSY
La Jornada Maya

Viernes 8 de septiembre, 2017

La primera vez que escuché una orquesta en vivo fue interpretando [i]La consagración de la primavera[/i] de Igor Stravinski; no sólo no sabía nada de la pieza, del compositor, ni de su época. Ignoraba también por completo que en aquel momento cambiaría mi relación con la música para siempre. Nunca había escuchado algo parecido, su revolución -sin premeditación-, escupió en disonancias y cambios una locura de músicos, vibraciones, movimientos y luces; demencia de ensueño que tambaleaba en el límite de lo bueno y lo malo. Así, comprendí lo que este compositor ruso sostuvo por años: “no basta con oír la música; además hay que verla”.

Y sí, hay que verla para saber que la experiencia y el ámbito que se construye donde coexisten una orquesta tocando y el público, va más allá de la música en sí misma. Ahí se comprende la relación del músico con su instrumento y la simbiosis para la comunicación de las notas que logran, ambos son extensión expresiva del otro; los músicos son tanto pieza, como artífices. Es necesario ir a “ver” a la orquesta para que nos envuelva la seducción de lo efímero, sabiendo que no importa la perfección, sino la unicidad, pues el concierto jamás vuelve a escucharse de la misma forma; nace y muere al momento, lo que queda de él es sólo nuestro: sensaciones y memoria. Hay que verla, porque la experiencia no es sólo auditiva y frente a una orquesta descubrimos que la música embriaga e intoxica; y que “ver” la música es, además del disfrute de la danza que se forma observando a los ejecutantes en un mismo compás, todo lo que transita en nuestro imaginario durante una pieza. Cuando una orquesta surte efecto, nos desarraigamos del espacio en el que estamos inmersos y también de nosotros mismos; nos dejamos.

Por eso hay que ver la música y celebrar, con cada inicio de temporada, que en Yucatán tenemos una orquesta ya consolidada, que ha formado públicos y que con cada concierto nos permite que todo lo previo siga sucediendo.

Esta noche, la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY), en su casa, el teatro Peón Contreras, presentará su Gala mexicana; un concierto completo y equilibrado que muestra lo más afamado y popular de nuestra música orquestal, sin dejar de lado lo menos conocido pero meritorio y lo más reciente.

Será difícil distinguir si se abrirá concierto o pista cuando comiencen las primeras notas del Danzón No. 2 de Arturo Márquez. Pieza que, en palabras del propio compositor, “trata de acercarse lo más posible a la danza, a sus melodías nostálgicas, a sus ritmos montunos” y que desde que se estrenó en 1994 ha sido pretexto para que las salas de concierto se impregnen de la atmósfera cadenciosa y sensual de los salones de baile. De este viaje en el tiempo saldremos a encontrarnos con los Pueblos Mágicos del joven y galardonado compositor yucateco Alejandro Basulto, quien logra llevar lo tradicional a lo contemporáneo, sin anacronismos ni confusiones, y cuya carrera despunta y merece no perderse de vista; no dejemos de lado que los compositores contemporáneos, de hoy, serán también los clásicos del futuro. Siguiendo el programa, volveremos a tierras conocidas de la mano de Carlos Chávez y su Sinfonía N° 2 “India”, recordando que fue él quien dio entrada a la modernidad en la música mexicana y que con su obra México trascendió fronteras geográficas para despertar escuchas en otros continentes. La noche cerrará con dos piezas del famoso jalisciense José Pablo Moncayo; primero, nos podremos adentrar en su menos conocida pero magnífica Sinfonía, para después concluir en la cúspide festiva de la música mexicana con el Huapango, conocido también como nuestro segundo himno nacional y que seguramente demostrará una vez más que la música clásica también se tararea.

La noche y el programa no tendrán desperdicio, como no lo tienen tampoco las fechas posteriores que inundarán el teatro semana con semana hasta el mes de diciembre.

En las diferentes galas podremos ver programas variados y equilibrados como el de esta noche que continúan formando públicos, pero también dejando satisfechos a los melómanos consolidados. Además, se tendrán solistas y directores invitados de distintas nacionalidades, con lo que se nutre no sólo la oferta cultural del sureste, sino también a los músicos, a la orquesta y su labor; pues los intercambios son alimento creativo y técnico en el campo musical, como en tantos otros. En suma, en el caso de la OSY, por su modelo participativo de recaudación de fondos, la calidad de los programas e invitados son también causal de orgullo y motivación, pues dependen de aquellos donantes que temporada tras temporada deciden invertir en consolidar el proyecto y la escena musical de la región.

Así, como ya vimos, “no basta con oír la música; además hay que verla” y no sólo eso, es necesario involucrarnos con nuestra orquesta y su patronato; pues en ella descansa un proyecto distinto a cualquier otro que tengamos en el estado y que merece ser sostenido y disfrutado por todos, pues también es para todos.

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