de

del

Mario Campuzano
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 29 de junio, 2017


Una aproximación psicoanalítica sobre este tema requiere, como aclaración primera, que la comprensión de la vida amorosa fue prerrogativa exclusiva de poetas y literatos hasta fines del siglo xix, cuando Freud inició el esfurezo por su comprensión científica. En consecuencia, esta visión complementaria es de muy reciente data y en rigor poco conocida, de ahí la necesidad de su difusión.

La segunda aclaración importante es que la pareja humana y la familia son organizaciones sociohistóricas que han tenido una serie de cambios paralelos a los de la humanidad, por lo cual su conformación actual es una más y no la última de su devenir permanente en el tiempo. Por lo tanto, el psicoanálisis no es suficiente para su comprensión y requiere del complemento de la historia y otras ciencias sociales, que será el enfoque que utilizaremos en este artículo.

[b]La perspectiva histórica sobre los cambios en las parejas y las familias[/b]

Lo que está bien documentado en la historia occidental, especialmente en Francia e Inglaterra, es la evolución de la pareja y la familia en tres grandes etapas: la época medieval, con la modalidad de relaciones de pareja como alianza de linajes entre dos familias; la época moderna, con la revolución sentimental de las relaciones de pareja y familia en vez de las instrumentales propias de la época feudal y, finalmente, la época postmoderna, contemporánea, llena de incertidumbre y crisis de valores con la consecuente inestabilidad marital y generacional. En la descripción de esta evolución seguiremos las investigaciones sobre historia de la vida privada o historia de las mentalidades, y entre otros historiadores con esta perspectiva, al argentino José Luis Romero ([i]Estudio de la mentalidad burguesa[/i], 1987) y al inglés Edward Shorter ([i]El nacimiento de la familia moderna[/i], 1975), así como diversos autores franceses.

[b]La pareja premoderna, medieval. El tabú del incesto y la exogamia[/b]

En la época medieval la pareja no estaba singularizada, era un componente más de la familia extensa que buscaba ser autosuficiente y funcionar como una unidad productiva y reproductiva. La familia y la comunidad donde se ubicaba solían ser el ámbito de relaciones posibles para sus integrantes y la mayoría no conocía más del mundo. En estas condiciones, la tendencia a la endogamia era fuerte y de ahí que apareciera una primera regulación social, el tabú del incesto que, según Levi-Strauss (Las estructuras elementales de parentesco, 1949) busca, en esencia, romper esta tendencia a la endogamia y favorecer el intercambio entre los grupos sociales, sobre todo a partir de las mujeres, esto es, la exogamia.

Pero los intereses económicos pusieron, y siguen poniendo, limitaciones a la exogamia. Se busca la circulación de las mujeres sin que ello produzca la circulación de los bienes. Las uniones maritales eran planteadas como alianza de linajes donde los cónyuges tenían poca o nula participación y representaba la unión de intereses de dos grupos familiares. La pasión amorosa y sexual, la individualidad y la subjetividad tenían ahí nulo o mínimo espacio, e igual sigue sucediendo en aquellas familias y parejas contemporáneas donde se mantienen estos usos feudales que favorecen la conservación de los bienes materiales.

[b]El nacimiento del amor romántico: el amor cortés extraconyugal[/b]

Más adelante, entre el siglo XI y XII, en el seno de esta estructura hegemónica surge la contradicción: el nacimiento del amor romántico en la forma de amor cortés extraconyugal expresado mediante la lírica trovadoresca, una poesía en la que se expresa una nueva forma de amor dirigida a una mujer idealizada, que no es la propia y que implica el adulterio. Si bien se ha idealizado a la mujer, no se trata de un amor platónico sino sexualizado y pasional, generalmente adúltero que por ello también implica, como norma caballeresca, la discreción absoluta del amante en relación con la dama que le ha otorgado sus favores.

[b]La etapa moderna: el individuo y la revolución sentimental en familias y parejas[/b]

El advenimiento del capitalismo en la Edad Moderna (consolidado en el siglo xvii y xviii), genera un nuevo “contrato social” que introduce el concepto de la sociedad como un conjunto de productores libres y, en consecuencia, se producen la nociones de individuo, subjetividad y libre albedrío, conceptos que van a modificar todos los ámbitos de la sociedad, incluyendo naturalmente aquellos microsociales relacionados no sólo con la formación institucional del matrimonio, sino con la más subjetiva de la elección de pareja. El capitalismo requería de los conceptos de individuo y libre albedrío para fines contractuales económicos, por eso los impulsaron, pero entraron en contradicción con la visión humanista de los filósofos de la Ilustración sobre los mismos conceptos, contradicción y complementariedad que se mantienen hasta la actualidad.

La nueva organización social y económica implicó el paso de la visión teológica a la visión humanística y tecnológica, e hizo que muchas de las funciones antaño propias de la familia pasaran a ser cubiertas por el Estado, y sólo quedan bajo su tutela, como espacio privilegiado, los cuidados tempranos del niño y, por tanto, la conformación de los aspectos primarios afectivos. Es decir, dada esta distribución social de funciones, la subjetividad afectiva pasó a ser, esencialmente, tarea y responsabilidad de las familias.

Por otra parte, las normas de la Iglesia cristiana declararon como único espacio legítimo para el ejercicio de la sexualidad el matrimonio y eso dio lugar a otras novedades históricas: la valoración de la pareja en el seno de la familia y la sexualidad ubicada a partir de entonces bajo el signo de la intimidad y de la vida privada.

Se generó así lo que Shorter ha denominado una revolución sentimental, con novedades como la separación de las parejas de las familias de origen, el surgimiento del amor romántico, de la domesticidad, de la privacidad y el predominio de lo emocional en las relaciones padres-hijos.

La pareja tradicional se ubicaba en el ámbito de lo público. Su unión se determinaba por razones patrimoniales y de linaje en ámbitos exteriores a la pareja, por las familias de origen. No se pretendía la satisfacción emocional, sino la integración de la pareja en un orden social firme con lazos de interés con la parentela y la comunidad.

La pareja moderna sufre un deslizamiento de lo público a lo privado. La unión es determinada por los cónyuges mismos en función de lazos amorosos y sexuales. Se substituye a la propiedad por el sentimiento. Y, consecuentemente, si el amor es lo que une a la pareja, ésta se disuelve cuando el amor desaparece. Es decir, la modernización de la vida familiar ha dado lugar a lazos más inestables y a la necesidad de la figura jurídica del divorcio. Cambia de las familias extensas, propias del orden feudal medieval, a la familia nuclear que, junto con la reducción de personas que viven en un hogar, establece nuevas formas de vinculación cada vez más subjetivizadas y contractuales, es decir, definidas por los afectos y el libre albedrío individual.

[b]Postmodernidad y la segunda revolución sexual[/b]

En el siglo XX, después de las guerras mundiales, se produce un nuevo cambio: el pasaje a la postmodernidad, época signada por la inestabilidad y pérdida de certidumbres, y de movimientos sociales importantísimos como el feminismo y la creciente incorporación de la mujer al mundo laboral en un creciente plano de igualdad con el hombre.

Otro factor contemporáneo que incide de forma importante en las relaciones de pareja y en las costumbres sexuales es el desarrollo y fácil disponibilidad de una tecnología médica eficaz para el control de la fertilidad. De esta manera, la sexualidad y la reproducción pueden diferenciarse con toda facilidad y la sexualidad puede ejercerse con fines exclusivamente ligados al placer. Al mismo tiempo, la anticoncepción permite a las parejas elegir entre tener hijos o no, y si deciden tenerlos poder planearlos en el tiempo.

En palabras de Shorter, a la primera revolución sexual que en el siglo xviii originó la “sexualidad afectiva”, signo de los tiempos modernos que substituye a la vieja “sexualidad instrumental” medieval, le sigue la segunda revolución sexual, en la década de los sesenta, que enfatiza el placer y el hedonismo.

El hedonismo, el escepticismo y la rebeldía se perfilaban ya como un cambio progresivo de actitudes sociales desde el período posterior a la primera guerra mundial, y llegó a su clímax en los movimientos políticos y contraculturales de 1968. La paradoja contemporánea es que frente a las tendencias liberadoras de estas “revoluciones sexuales” reaparecen, con la pandemia del sida, las tendencias conservadoras: el mantenimiento de la monogamia, la restricción de la sexualidad exploratoria, el ataque a la minoría homosexual, etcétera.

Un factor más, nada despreciable, es el incremento en las expectativas individuales de vida que hace que las parejas puedan convivir durante un gran número de años, dando lugar a inéditos problemas consutanciales a este incremento en el plazo de convivencia posible.

La mejoría de las condiciones materiales de vida en algunos países y clases sociales, y el énfasis cultural actual en el confort y la diversión, son factores igualmente importantes.

Por otra parte, hay también cambios en relación con la parentalidad. La familia queda a cargo de los aspectos primarios de la “educación sentimental” y los aspectos educativos formales van saliendo cada vez más del ámbito familiar para ser funciones realizadas por agencias del Estado, privadas y/o de la Iglesia, con una importancia cada vez mayor de los medios de difusión masiva. Estos y otros cambios generan la ruptura de muchos de los controles sociales que la pareja podía ejercer antes sobre sus hijos.

Estos elementos dan lugar, según Shorter, “a la crisis de la familia postmoderna. De una parte, al aparecer agentes no familiares que socializan y controlan al joven afectan la continuidad de las generaciones, y de otra, al perder fuerza las instituciones exteriores en la conformación de las parejas, hombres y mujeres pueden unirse y separarse con amplia libertad, dando lugar a una mayor inestabilidad de las uniones”.

Los separados/divorciados que establecen nuevas uniones conyugales acompañados de sus respectivos hijos dan lugar al fenómeno cada vez más frecuente de las “familias compuestas”. Y en el polo opuesto, los estudios sociológicos muestran un incremento en el número de individuos (sobre todo masculinos) que no tienen interés en formar una pareja de convivencia estable o tener hijos.

Si el pasado medieval hizo énfasis sobre el nivel institucional de la relación conyugal, la época moderna puso énfasis en la satisfacción del nivel pulsional, afectivo, sexual y comunicacional, lo cual ha implicado nuevas y severas exigencias a sus integrantes que, en algunos casos, no están suficientemente preparados para cumplirlas. El espíritu postmoderno se caracteriza por un enfoque amoroso más ligero y menos comprometido como signo de la época que tiende a un relajamiento de los vínculos interpersonales y sociales por su énfasis en el individualismo y el narcisismo.


Lo más reciente

Suecia aprueba una controvertida ley de cambio de género

La nueva reglamentación facilitará las cirugías de afirmación y el cambio de sexo en el estado civil

Afp

Suecia aprueba una controvertida ley de cambio de género

Ecuador suspende labores por dos días por falta de agua

El presidente Daniel Noboa señaló que el problema se debe a "actos inauditos de corrupción y negligencia"

Ap / Afp

Ecuador suspende labores por dos días por falta de agua

La apicultura ante retos ambientales

Editorial

La Jornada Maya

La apicultura ante retos ambientales

Van 45 viviendas dañadas por explosión en Tlalpan, CMDX

Un flamazo lesionó a dos ciudadanos en la colonia Agrícola Oriental, Iztacalco

La Jornada

Van 45 viviendas dañadas por explosión en Tlalpan, CMDX