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Normando Medina Castro
Foto: Pablo Ramos
La Jornada Maya

Lunes 27 de febrero, 2017

La desconfianza creciente hacia los partidos políticos parece incontenible y tal parece que nada ni nadie podrá revertir esta situación en un futuro cercano. Las causas podrían limitarse a una afirmación: en México todos los partidos políticos son buena oposición, algunos mejores que otros, pero son de regulares a pésimos a la hora de gobernar. No se debe a que sus plataformas políticas sean inviables, o a que sus principios doctrinales sean retrógrados o sus programas de acción resulten muy distantes de la realidad. Hay algo mucho más profundo en los procesos personales que siguen los hombres y mujeres de la política que, al llegar al poder, los convierte en títeres de sus pasiones desbordadas y presas fáciles del cáncer que corroe todo lo que toca: La corrupción.

La política mexicana tiene mecanismos de ascenso demasiado mezquinos. La meritocracia es mínima o, inexistente en muchos casos. Todo se basa en vinculaciones, en relaciones con los poderosos en turno. El servilismo y la chabacanería son fundamentales para llegar a los más altos peldaños. La capacidad personal, la preparación académica y ética junto con el aprecio a la dignidad propia y la de los demás sirven de poco y, a veces de nada.

El arribo de la tecnocracia al poder, con su neoliberalismo y su enorme fábrica de pobres, también trajo consigo otra práctica nefasta, amargamente ya muy común en todos los partidos políticos; la aparición de personas que nunca hicieron ¨talacha¨ y bajo la justificación de que eran técnicos expertos desplazaron a muchos con años esperando una oportunidad de su instituto político. Gente sin contacto con las necesidades de la gente de a pie, sin sensibilidad política. Los resultados los ha sufrido y los sigue sufriendo nuestro país. Están a la vista, con su legión de más de 50 millones de pobres. Habrá que darle la razón a Fernando Savater cuando indica que los problemas de la política sólo se pueden solucionar con mejores prácticas políticas. Ni siquiera basta con la ética para transformar la política y hacerla más eficiente en su fin último en el que coinciden todos los politólogos clásicos: la búsqueda del bien común.

En las democracias el pueblo es soberano y sus representantes en el parlamento y el gobierno se deben a él. Tienen la obligación de servir a sus representados. Sin embargo, en su camino hacia el ascenso político esa asignatura la reemplazaron en la práctica por la de servirse a sí mismos y a sus cercanos.

En todas las campañas políticas vemos lo mismo. Una enorme capacidad para denostar a los opositores. En ese afán se dispendia gran cantidad de recursos. Poco espacio dejan para propuestas y presentación de proyectos viables que sirvan realmente al pueblo soberano. Lo que hay son ataques feroces de unos contra otros y, promesas vacías. Siempre será más fácil ver la paja en el ojo ajeno.

Ahora el pueblo soberano ya está cansado de los partidos políticos. Triste soberano que nunca le han permitido ejercer el poder. Como bien dijo José Saramago durante una conferencia que dictó en el Tecnológico de Monterrey, publicada por los Cuadernos de la Cátedra Alfonso Reyes. “En otro inalcanzable lugar está el poder. El poder real. El poder económico. Ese cuyos contornos podemos percibir en filigrana tras las tramas y las redes institucionales, pero que invariablemente se nos escapa cuando intentamos acercarnos y que, invariablemente contraatacará si alguna vez tuviéramos la capacidad de reducir o disciplinar su dominio, subordinándolo a las pautas reguladoras del interés general”.

Eso explica que ante el descrédito de los partido políticos , en el Estado de México ya hay un listado de 10 aspirantes “independientes” entre los que hay excolaboradores del gobernador Eruviel Ávila y otros vinculados con el corrupto exgobernador Arturo Montiel. Pulverizar el voto para impedir que Delfina Gómez gane la elección, parece la consigna, y con eso frenar el avance de Andrés Manuel López Obrador rumbo a la Presidencia del país en 2018. Eso es lo que parece.

[i]Chetumal, Quintana Roo[/i]

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