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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Raúl Angulo Hernández
La Jornada Maya

Lunes 13 de febrero, 2017

Entonces, me tomaré un trago. Así responde Eliot Ness, caracterizado por Kevin Costner, cuando un reportero le pregunta qué hará cuando concluya la prohibición. En ese momento, el policía acababa de encarcelar a uno de los criminales más perseguidos de la historia: Al Capone. Antes, haciendo que se cumpla la ley, Ness había perdido a innumerables compañeros, y él y su familia habían sufrido diversos atentados. Su figura pasó a la posteridad como la del líder del grupo conocido como Los intocables. La película protagonizada por Costner y por Robert de Niro en estado de gracia es ya un clásico. Fue dirigida por Brian de Palma y estrenada en 1987.

La prohibición de alcohol fue una medida estúpida; que, como ya se demostró, no sólo no redujo el índice de alcoholismo, sino que durante su vigencia —un poco más de una década— 30 mil personas murieron intoxicadas por ingerir alcohol metílico: 100 mil personas sufrieron lesiones permanentes como ceguera o parálisis; hubo 270 mil condenas por delitos federales relacionados con el alcohol; los homicidios aumentaron en un 49 por ciento y los robos en un 83 por ciento, respecto de la década anterior y el crimen organizado se convirtió en un auténtico poder paralelo. Era una ley estúpida, pero era la ley. Y así lo concebían personas como Ness.

A mediados del año pasado, se modificó la Ley estatal de Transporte. Con la oposición de los diputados del PAN y Morena, los cambios fueron aprobados por la aplanadora priísta. Ahí se les daba un plazo a las plataformas tecnológicas que prestan servicios de traslado a particulares a que se registraran ante la autoridad. Esta relación, justificaron las autoridades, era necesaria para llevar un registro de los choferes, en un contexto complicado de la seguridad nacional. Los legisladores del PAN y Morena no estuvieron de acuerdo con estos cambios y recurrieron a la Suprema Corte, que se encuentra estudiando el caso.

Mientras tanto, la gran mayoría de las plataformas que prestan el servicio se registraron, incluida Cabify, muy similar a Uber —la diferencia fundamental es cómo cobra uno y otro. Mientras Uber tiene un costo por kilómetro más un costo por minuto, Cabify no incluye los minutos que dura el viaje en el costo. Vale decir que si tomaras un Cabify y hubiera un embotellamiento, no tendrías que pensar en cuánto se va a encarecer el paseo. La única empresa que no completó el trámite fue precisamente Uber, cuyos choferes también interpusieron amparos. En este punto nos encontramos actualmente.

Una encrucijada, un camino que se bifurca entre lo que es legal y lo que no. No hay de otra. Aunque nos guste el servicio que ofrece Uber, tenemos que admitir que contratarlo es como comprar piratería.

En este enredo hay varios grupos encontrados. Por un lado, están los choferes de Uber, que algunos estiman en varios miles. ¿Reciben ellos apoyo de esta empresa? Por lo que sé, navegaban sin norte hasta hace poco, con cero información de los tiburones que se llevan una comisión por cada vez que alguien solicita el servicio. Copiando el agresivo estilo de su fundador, los chavitos que dirigen la plataforma en México no están dispuestos a ceder un ápice; generales que desde la comodidad de su despacho ordena resistir, a una tropa confundida. Para ellos es muy fácil arengar: No nos moverán.

Igual están los policías —agentes estatales y federales—, quienes reciben la orden de hacer cumplir la ley. ¿Y cómo? Han circulado varios vídeos en los que se observan operativos de detenciones de choferes. En todos, además del que graba, se ve a un policía con su celular, también grabando. Saben que son observados y que su trabajo será juzgado en ese tribunal inclemente que son las redes sociales.

Los taxistas «tradicionales», agremiados en organizaciones como el Frente Único de Trabajadores al Volante (FUTV), son otro ingrediente de este cóctel molotov. Fue por su intensa presión que las autoridades han cerrado la pinza, endurecido el cerco. Es una fuerza de aproximadamente diez mil personas, ya probados en diversos frentes de batalla. El gobierno —emanado del PRI— le debe mucho a este gremio; una deuda histórica que ahora pesa. Tarde o temprano, la figura del taxista tal y como la contemplan [i]Billy[/i] y sus colegas desaparecerá; ellos son los últimos de su especie, el coletazo del dinosaurio; estertores.

Uber tenía dos caminos. El primero era dejar de prestar servicio hasta que la Suprema Corte resolviera el caso, y el segundo era actuar al margen de la ley. Optó por este último. Y la empresa así lo reconoce. Que asuma, entonces, las consecuencias. Por mi parte, si los juzgados le dan la razón a esta plataforma, entonces pediré un Uber. Mientras tanto, no.

[i]Mérida, Yucatán[/i]

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