Margarita Robleda
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya
Martes 23 de junio, 2020
Le pido permiso a la maestra Elena Garro para utilizar el título de su maravillosa novela como vehículo de este intento de entender la construcción de recuerdos. Qué mejor que esta adivinanza que nos legó doña Elena. ¿Recuerdos del futuro? ¿De lo que está por venir? ¿En qué momento se tejen las historias, los recuerdos que nos marcan y le dan sentido a nuestra existencia?. ¿En qué instante se hila el tiempo?
En estos días extraños que nos tocó vivir, he estado pensando en los recuerdos que prevalecerán en el recuento. Las noches llegan demasiado pronto y se van bordando una tras otra como en una cadenita de hurdir hamaca. Los días se calcan unos a los otros y mi esfuerzo se enfoca en cómo darme cuerda para inventar algo nuevo que rompa la rutina de un nada sumergido en el entretenimiento de este “por mientras”.
Los primorosos artículos que Elda Peón Molina nos regala en Facebook, cuando le llega la urgencia del recuerdo que salta, nos lleva a los de la generación a sumergirnos en la nostalgia de las historias conjuntas y personales. Es una delicia leerla.
Quizá sean estos tiempos distintos que me invitan abrir puertas clausuradas por la falta de tiempo o interés, pero he estado reflexionando en estos días sobre el momento en que brotan los recuerdos. Elda tiene una memoria asombrosa. Yo recuerdo únicamente detalles, apuntes. Y eso me hace preguntar, ¿Qué hace que uno recuerde esto o aquello? ¿Qué, que lo otro se diluya en el olvido?
¿Qué recordaran nuestros niños de su infancia? Hace unos meses me dolía pensar que sus recuerdos serian ir a dar vueltas los domingos en los centros comerciales, llenándose de enojo de todo lo que no podían comprar. Que quizá les tocaría un helado, un poco para disimular, pero la visita consistía en caminar y caminar sin rumbo, viendo, viendo, viendo. Y lo peor, los parques, a esa misma hora, estaban vacíos, esperando por ellos.
Hace unos días se graduó un sobrino de sexto año. Y la zooomgraduacion, acorde a los tiempos, terminó en llanto. Cuando me lo contaron felicité a los organizadores por haberles dado permiso a los niños y a las niñas a manifestar ese dolor que brotó como fuente de gotitas con sal. Algunos papás hubieran querido un ambiente más festivo con globos y serpentinas, birretes al aire tipo Hollywood. Esas eran sus expectativas. La realidad es que los graduados necesitaban hablar de sus sentimientos y el dolor que les causaba el final de una etapa y la separación de algunos compañeros con los que crecieron y que se mudan de ciudad.
Estoy segura de que, con el paso de los años, cuando los recuerdos emerjan serán en un tono de nostalgia cariñosa; fueron capaces de expresar sus sentimientos, de manifestar el cariño, de reconocer su dolor fruto de la cuarentena, del aislamiento, de los recuerdos compartidos, del temor al porvenir incierto.
Cada vez me queda más claro que el fruto mayor de la cuarentena es el encuentro con nosotros mismos y que en este momento estamos hilando recuerdos muchos más auténticos junto con la esperanza en algo mejor por venir.
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