Margarita Robleda Moguel
Foto: Afp
La Jornada Maya
Miércoles 10 de junio, 2020
El espléndido artículo, Pasos de huach, publicado esta semana por este mismo medio, además de disfrutar su manejo del lenguaje, movió recuerdos. Siempre me sentí medio fuereña.
Mi mamá, a pesar de tener padres yucatecos, de vivir bajo la batuta de una madre yucateca, nació en San Antonio, Texas, y aunque se casó con un yucateco, siempre se dijo ante decisiones distintas a los usos y costumbres del medio, que “claro, como era gringuita…”
A los 20 años mi ser no pudo resistir la cantidad de preguntas existenciales que la asolaban y partió a la Ciudad de México en busca de respuestas y de más preguntas para ir descubriendo el camino. En las visitas y ya en el regreso formal, fui descubriendo que ya no era sólo mi mamá la extranjera, yo había sido contaminada y me había convertido en una yuca huach. Alguien que “ya ves cómo son…”
Me fui de Mérida porque mi mamá había crecido con una mentalidad mucho más abierta y nos inoculó. Me dolía la discriminación que sufrían las “muchachas” aunque frisaran los 70 y como se ocultaban los apellidos en maya, se inventaban nombres en inglés y se quitaban el hipil para poder colarse a la modernidad, estatus que les cobraba sangre para poder ser aceptados y ni así.
Somos una sociedad racista. No lo podemos negar. Nunca he podido entender por qué se les sigue llamando libaneses a personas que llevan viviendo en México cinco generaciones, y peor, turcos, cuando Turquía no tiene que ver con Líbano.
Nos escandalizamos por los disturbios de los últimos días en los Estados Unidos… vemos negros y pensamos en África. ¿Cuántas generaciones llevan en ese país? ¿Cuántos de ellos vinieron por decisión y no porque fueron secuestrados para trabajar como esclavos en los campos de algodón? ¿Cuánta sangre más deben verter para recibir ciudadanía del secuestrador?
¡Cuánto dolor esparcidos por las avenidas de Nueva York con sus cristales rotos! ¡Cuánta impotencia! El odio se ha azuzado desde las más altas esferas y pasa la factura.
[b]Los pueblos se cierran[/b]
El coronavirus no ha terminado. Está sacando lo peor de nosotros mismos. El miedo y la ignorancia visten al otro de enemigo. Los pueblos se cierran e impiden la entrada a los ajenos, se entiende, pero también, ese sentimiento impide que llegue información, apoyo, crecimiento.
México abrió sus puertas a los refugiados de muchos países y se enriqueció con el talento de León Felipe, Gabriel García Márquez, Leonora Carrington, Arnaldo Orfila Reynal, entre otros. Nunca me sentí ajena en la capital del país. Es como la madre que nos recibe a todos. Le di lo que tenía para darle y volví a mi tierra.
Sí, todos venimos de África y la sociedad mundial se ha ido bordando de migraciones y mezclas de culturas, que no son otra cosa más que la manera particular de ver el mundo.
Nuestra discriminación habla de miedo a lo desconocido, de la pobreza de nuestra autoestima para aceptar nuestra ignorancia e incapacidad.
Si bien salió lo peor, también saldrá lo mejor. Eso es comprender que todos estamos de paso y en el mismo barco; ser diferente no es malo, enriquece. Sólo si me reconozco podré reconocer a los demás.
[b][email protected][/b]
Edición: Ana Ordaz
Dependemos en demasía de la electricidad; ¿qué pasa con esos rincones del mundo que viven en penumbra?
Rafael Robles de Benito
El instituto electoral deberá emitir una resolución al respecto
La Jornada
La censura intenta destruir la curiosidad humana, pero en los rebeldes, la alimenta
Margarita Robleda Moguel