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Felipe Escalante Tió
Foto: Abraham Bote
La Jornada Maya

Martes 31 de marzo, 2020

Si la contingencia por el COVID-19 asemeja a una guerra, es una que también está dejando testimonios de dolor en imágenes, y éstas muestran a qué grado, como humanidad, estamos rotos y la llevamos bastante tiempo así; en algunos casos, hemos estado rotos por siglos.

Rotos, porque desde un inicio, el “quédate en casa” resultó una incongruencia para muchos. Entre quienes veían próximo el período vacacional, ya fuera la Semana Santa o el [i]Springbreak[/i], el hedonismo/egoísmo marcó una diferencia; sin embargo, está también la realidad de quienes no pueden detenerse porque sin el ingreso del día enfrentan el peligro inmediato del hambre. La contingencia se ha planteado también en términos de división social, de niveles de privilegio, y de tanto machacar en ello aumenta la dimensión de la brecha, hasta en el plano simbólico.

En el combate, hemos distinguido a todo el personal de salud y no ha faltado quien quiera convertir a médicos, enfermeras, bioquímicos y hasta afanadores como héroes de esta época. Las imágenes de televisión nos conmueven cuando la población aplaude el paso de una ambulancia o la mera vista de una bata hospitalaria. Sabemos que están enfrentando la amenaza incluso con el riesgo de enfermar ellos mismos, y eso está ocurriendo; el nuevo coronavirus está causando daños en esa línea de defensa y por otro lado también estamos convirtiendo en normal la situación precaria en que muchos de ellos se desempeñan. Duele enterarse que el miedo ha hecho mella en conductores del transporte público que le han negado el servicio a personal hospitalario. Hasta con los que nos cuidan, estamos rotos.

Duele ver, en Italia, el paso de un convoy conduciendo innumerables cadáveres; cientos de personas que murieron sin la compañía de sus familiares. Duele todavía más saber que el número de víctimas sigue aumentando en el país de la bota, porque no hay la capacidad de atención, ni el recurso humano para poner un alto a la infección. Ya estaban rotos.

[b]Duro despertar[/b]

La pandemia ha sido un duro despertar. Nos hemos dado cuenta de que no importa la categoría del país, si se encuentra en el primero o el tercer mundo: la realidad mundial es que no hay sistema de salud capaz de enfrentar los estragos del virus. Ya se ha repetido hasta el cansancio que el COVID-19 no es mortal para una gran mayoría, pero basta un mínimo porcentaje de infectados que necesite hospitalización para rebasar la capacidad de atención de cualquier país. Es duro darnos cuenta que, en todo el mundo, esta capacidad nunca creció conforme a las necesidades de la población; por lo tanto, algo más se rompió.

En el continente americano, causa cierta angustia que sea precisamente Estados Unidos el país en el que se encuentre el mayor número de infectados hasta el momento. Para buen número de mexicanos, esto debiera encender las alarmas. Sin embargo, la añeja división interna que acarreamos desde el siglo XIX nos ha impedido cerrar filas ante el peligro.

México enfrenta la pandemia con varias grietas en su tejido social, las cuales están saliendo a flote en forma de reclamo y hasta como exigencia de un ajuste de cuentas, como si fuera la forma de sanar lo que está roto.

Porque pareciera que los que anteriormente fueron rescatados, bancos y grandes empresas, debieran ser quienes asuman el costo económico de la pandemia. Con el ejemplo de un corporativo como Alsea, que dejó muy claro su desinterés por la seguridad de sus empleados en varias franquicias, se abrió un frente de batalla entre modelos de relaciones de trabajo, pero en el enfrentamiento no hay beneficio para los trabajadores. Al contrario, seguirán siendo los primeros en perder ingresos. Entre grandes empresas y trabajadores, estamos rotos.

Pero la realidad es muy distinta en el ámbito de la economía formal: la pandemia ha dejado claro que en México existen cientos de medianas y pequeñas empresas incapaces de mantenerse activas más de 15 días en este clima de muy baja actividad. Restaurantes, lavanderías, negocios de mantenimiento a equipos de aire acondicionado y hasta granjas porcícolas han tenido que cerrar y esto deja al garete, sin ingresos ni seguridad social, a miles de personas. Se esperaría un plan de contingencia económica que contemple mínimo alguna medida empática por parte del Servicio de Administración Tributaria; que al menos le dé un respiro a estos medianos y pequeños contribuyentes. Por el contrario, no se ve el horizonte algo por el estilo. Entre gobierno y sociedad, estamos rotos.

Pero en la historia ya hemos pasado por estas rupturas y las hemos profundizado. La época tiene un nombre: La gran depresión. El recuento de heridas está en la novela Las uvas de la ira, de John Steibeck, y las medidas que se están tomando parecen ir a repetir el ciclo de cierre de negocios, despojo y criminalización de la pobreza. Algo tendrá que frenarse, algo debe hacerse para evitar que la pandemia nos deje el luto, el resentimiento y mayores rupturas.

[i]Mérida, Yucatán[/i]

[b][email protected][/b]

Edición: Ana Ordaz


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