La casa de don Armando Vallado Gamboa es amarilla como la luz del sol a las seis de la tarde. Está llena de flores y frutas que cuelgan de la barra de la cocina. Llegó a los cuatro años a la colonia Pensiones y su casa fue la que se utilizó para inaugurar las primeras 90 viviendas. Justo frente a ella, hay un monumento con dos placas que conmemoran a las 90 familias fundadoras: Ojeda, Corona, Loría, Carrillo, Peniche, Bolio, Vallado…
“Es una colonia creada para burócratas, por la Dirección General de Pensiones Civiles, lo que ahora es el ISSSTE. Estoy hablando del año 1949”, explica desde el otro lado de la mesa. Al principio se planeó para 12 manzanas pero sólo se construyeron tres. Fue hasta 20 años después cuando se hizo la primera ampliación, pero lo que sucedió durante ese intervalo de tiempo, don Armando lo resume así: “Éramos como una familia todas las familias”.
Armando Vallado tiene que dibujar el croquis de una ciudad vieja para ilustrar cómo los jóvenes de la época jugaban béisbol de segunda fuerza en lo que ahora es la avenida de Circuito Colonias con Alfredo Barrera Vázquez. “Se nos ocurrió que donde estaba el triángulo, podíamos bajar el cerro de la maleza para jugar béisbol. Un sábado nos reunimos como 20 chamacos para desyerbar, una tarea de titanes”, cuenta.
Un licenciado de la administración de la colonia les ayudó a meter dinamita para que esa zona quedara pareja. Jugaban con equipos de Cholul, San Damián, la García Ginerés y los novios de las muchachas de Pensiones que eran de Santiago. Formaron una liga con árbitro pagado, coordinador y reglamentación. Todo sin campo de béisbol ni complejo deportivo: lo que ahora es el atrio de la iglesia era el Home Run, la óptica era la base del bateador, y la segunda y tercera base estaban en la calle atravesada. Los domingos después de misa, las familias sacaban sus sillas y se quedaban a ver el juego. Así durante cinco largos años.
En su artículo Pensiones: 60 años de juventud, el escritor José Díaz Cervera escribe sobre la colonia como “ejemplo de vitalidad, solidaridad y creatividad”. En una plática posterior, dice que el aislamiento de la colonia se contrarrestó con una gran solidaridad entre los vecinos: “Hay historias muy interesantes en ese sentido como, por ejemplo, la de una de las pocas personas que tenían automóvil y solía trasladar a Mérida a cualquier vecino que enfermara en la madrugada”, explica.
Otros vecinos cuentan cómo se utilizó un gallinero para habilitar una escuela primaria y el breve pero emblemático Bar-Kinder o Kinder-Bar (según a quién preguntes). Un espacio que por la mañana funcionaba como kinder y al mediodía, por el garaje, se convertía en bar clandestino. Era atendido por don Grullo Ojeda y visitado por las personas de San Damián, pues a los vecinos de la colonia Pensiones no les encantaba la idea.
Esto también lo menciona José Díaz en su artículo: “Una joven profesora, hija de una de las familias más respetables del lugar, Julia Mora, decidió formar un kínder, y el dueño del bar (conocido como “El Grullo” Ojeda) le facilitó las instalaciones para su funcionamiento. Así, las sillas y las mesas que por la mañana se poblaban de hojas y de crayolas, después del mediodía lucían pletóricas de tarros y de botana”.
Armando y sus amigos se iban de pinta a la calle de Tanlum que hoy es conocida por las “gasolineras gemelas”. En esa época sólo habían casitas de huano con paredes de tierra prensada, tejabanes y bejucos pero estaban abandonadas. “Nosotros hacíamos una parranda. Bajábamos mangos y tamarindos de los árboles: ésa era la parranda”, dice riendo.
Por ahí había una desfibradora de henequén y una plataforma con carrito hacía un recorrido desde la desfibradora hasta las haciendas cercanas. Los jóvenes como Armando se subían a la plataforma y se echaban todo el recorrido por las haciendas. “Era nuestra diversión”, dice.
Quien escuche su historia puede imaginarse la vitalidad de una colonia llena de jóvenes que se reunían en un sólo auto sin capote para llevar serenata a las madres el 10 de mayo. “Nos metíamos en un carro y cantábamos por las tres calles de la colonia. Cosas así se nos ocurría”.
Cuando se hizo la primera ampliación, la convivencia cambió completamente. “Se volvió más impersonal, muchas familias se fueron disgregando porque rentaban las casas y después consiguieron la suya en otro lado”, dice.
Seguida de su perrita “Nena”, la esposa de don Armando entra al comedor: Silvia Solar Bolio, un apellido igual de radiante que su hogar, cuenta que también vivió muchos años en Pensiones.
“La colonia hizo que me casara”, dice Armando. Vivían a media cuadra uno del otro y formaban parte de un mismo grupo de amigos. “Nos juntábamos en las posadas y los bailes. Me sacó a bailar un día y así empezó el romance, cuando teníamos 15 años”, cuenta Silvia.
Tienen 56 años de casados y apenas hace cinco años se mudaron de la colonia para dejar la casa a uno de sus hijos. Se mudaron a una colonia menos ruidosa, a una casa con mata de limón indio con la que Silvia hace agua de pepino y limón. Una colonia cuyo nombre, curiosamente, pertenece a un fondo de pensiones en Colombia (el primer resultado de una búsqueda en Google) y que encierra en su etimología la luz de un tiempo futuro: el Porvenir.
Edición: Laura Espejo
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