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María de la Luz Delgado Gómez

En la primera parte del artículo, explicamos que las ciudades modernas han sido diseñadas sin considerar los impactos sociales y ambientales que se generan con el tiempo. Un reflejo de ello es la movilidad motorizada centrada en el uso de hidrocarburos cuya base dinámica se sostiene en la construcción de vías y carreteras a costa de millones de hectáreas de selva. Se trata también de una movilidad ajena a las necesidades de grupos sociales discriminados como las mujeres, niñas/os, adultos mayores y personas con discapacidad quienes tenemos desplazamientos diferenciados. 

La punta del iceberg se expresa en el radical cambio del paisaje que Mérida ha padecido en los últimos 10 años, las altas temperaturas por la falta de espacios verdes, la infinidad de placas de concreto, el incremento de la contaminación atmosférica, la falta de accesibilidad al espacio público y a medios de transporte seguros, económicos y el acoso callejero. En resumen, la violación sistemática al derecho a la ciudad sostenible y una vida libre de violencia.

Ante ello, le preguntamos a ciclistas de la ciudad de Mérida cómo viven la desigualdad de género para desplazarse y sus respuestas no distan del diagnóstico latinoamericano publicado por la CEPAL 2019 sobre las determinantes de género en las políticas de movilidad urbana:

“Creo que existe una brecha, desde el punto de que las personas involucradas en el diseño mayormente son hombres y se mueven en automóvil, es decir, no tienen experiencia en moverse en transporte público o bicicleta o no caminan por la ciudad, en lugar de escuchar a las personas que se mueven diariamente por el espacio público en otros medios diferentes al auto; desde ahí ya hay una brecha en la búsqueda de soluciones o de la inclusividad”, señala Abril Carrillo.

 

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“Considero que hay una brecha de desigualdad de género, ya que suele haber discriminación al considerar que las mujeres no sabemos ni de ciclismo o no tenemos educación vial por lo que es común que nos falten al respeto como ciclistas y también sufrimos acoso callejero”, dice Gogo Herrera.

“Empecé a usar bicicleta por la intensa necesidad de dejar de usar el transporte público ya que sufrí acoso, tocamientos y en todas terminaba explotando llorando sola sin ayuda, me ganó el hartazgo”, cuenta Gis.

Para reducir estas desigualdades, algunas acciones cotidianas tienen gran alcance y apuntan a construir mundos más vivibles. Por ejemplo, el urbanismo con perspectiva de género permite diseñar ciudades inclusivas, sustentables y en este caso, señala la importancia del cambio de paradigmas para entender la movilidad urbana a través de la bicicleta, patineta, patines, y demás ruedas. Cabe mencionar que la experiencia genera beneficios a nivel social y personal tales como la oportunidad de despejarse, ahorrar, hacer ejercicio y salir a realizar actividades con las medidas de distanciamiento y cuidado necesarias en tiempos pandémicos.

Sin embargo, la bicicleta como medio de transporte, es una vía que también atraviesa dificultades por la falta de infraestructura adecuada, alumbrado, campañas de concientización y sensibilización vial, escuelas de ciclismo urbano, pacificación de cruces, rehabilitación de ciclovías, señalizaciones, lo que ha costado la vida e integridad de miles de personas. De ahí que en diferentes partes del mundo surgiera el movimiento social Masa Crítica Mundial contra la violencia vial.

Pese a que en Mérida está en marcha el Plan de infraestructura de ciclovías 71.7 km, la movilidad sustentable con perspectiva de género aún es carente, lo que vulnera y violenta triplemente los derechos humanos porque: ¿quiénes usan las bicicletas en Mérida? principalmente son jóvenes, trabajadorxs y mujeres precarizadxs y racializadxs. Además, 72 por ciento de las ciclovías se concentra en la zona norte y nororiente de Mérida, lo que evidencia que existe la brecha de desigualdad en el acceso a la movilidad segura y sustentable para las personas que se movilizan desde la zona sur de la ciudad. 

Finalmente,  es necesario reflexionar cómo las problemáticas sociales y ambientales, están estrechamente relacionadas. Los problemas globales tienen grandes y graves impactos en nuestras vidas cotidianas y evidencian las grandes y profundas brechas de desigualdad para el acceso a derechos como una vida libre de violencias, derecho a la salud, seguridad social, a un ambiente sano, derecho a la ciudad y la movilidad. Por ello, es de vital importancia de incluir las perspectivas de género y medioambiente en las agendas y planes de desarrollo, pero sobre todo escuchar la voz de las personas que viven y experimentan las violencias a fin de que las políticas públicas sean inclusivas, dialógicas y participativas. 

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Edición: Ana Ordaz 


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