Contrariamente a lo que sucede con el diablo (que utiliza muchos nombres para ocultar su condición escurridiza), Dios —en un ejercicio de prudencia absoluta— tuvo mucho cuidado de ocultarnos su nombre en una clave indescifrable para el ser humano.
Sin embargo, contra lo que se nos plantea en todas las religiones, Dios es mucho más bromista y bonachón de lo que parece y en Él no hay —por razones obvias— ningún dejo de vanidad, de celo ni de enojo frente a nuestras debilidades, pues a fin de cuentas Él nos pensó como seres dubitativos y la incertidumbre nos llenó de curiosidad y de preguntas impertinentes.
Dios lo pasa muy bien mirándonos, sabiendo que, a final de cuentas, la ingeniería con la que diseñó el mundo se fundamenta en la causa, el efecto y el azar como co-principios con los que se pretende que los seres humanos no terminen prisioneros del tedio (tal vez la mayor de las desgracias).
Así, mientras el diablo tiene nombres peculiares (configurados en su mayoría con palabras agudas como Satanás, Kisín, Chanchomón o Belcebú), Dios es Dios y nada más.
Como quiera, Dios no carece de sentido del humor y a veces se nos presenta con los nombres más inverosímiles. Un día se puso Charles Darwin y escribió un libro sobre la evolución de las especies.
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