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La tierra de todos

¿Qué estamos haciendo para evitar que Mérida se convierta en la urbe del caos?
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Hace algunos años, fui invitada a dar un taller a maestros de Guayaquil, Ecuador. Era la segunda ocasión y me arrepentía no haber ido en la primera a visita las Islas Galápagos. Esta vez, decidida a aprovechar el brinco, estuve investigando cuáles eran las visitas más adecuadas. Descubrí que, en la mayoría de ellas, los visitantes eran recogidos en el aeropuerto y llevados a un barco-hotel en el que visitaría las distintas islas sin tener contacto con las comunidades.

Mi deseo era tener oportunidad de ir a contar cuentos a alguna de las escuelas, siempre tengo curiosidad de ver si se logra la conexión. Así pues, ante el abundante público del congreso, pregunte: ¿Hay alguien de Galápagos? Una mano surgió por allá, y cuando dije que quería ir a una escuela, respondió compungida: “Ayyy, qué bueno que quieres conocernos, todos vienen a ver a los animalitos, nosotros somos invisibles”.

En mi primera visita, hace unos 25 años, a Costa Rica se le conocía como la Suiza de América con un alto índice de lectores y destacaba por su carencia de ejército, vivía en paz. Hoy, la belleza de su flora y fauna, su selva húmeda y entre nubes, cascadas y volcanes, con el 5% de la diversidad del planeta se oferta como “Pura Vida” y la gente llega a raudales a disfrutar la belleza que se ha convertido en botín para la industria mercantil que venden un slogan que no vi reflejado en las caras de sus habitantes, en las rejas que cubren las casas; hay un halo de tristeza que traduzco como: “algo pasó en la repartición de lo nuestro y a mí no me toco nada”. 

La tierra subió precio, todos quieren una rebanada del pastel, incluyendo los narcos, que quieren esa tierra maravillosa para sembrar y la ausencia del ejército, ayer, una bendición, hoy se ha convertido en su facilidad para la movilidad e impunidad.

Lo vivido me llevo a pensar en Mérida, donde antes de la pandemia se presentó el slogan de venta: “Mérida, ciudad de la paz”. En momentos de angustia existencial las palabras Ciudad de la paz, te abren ventanas de esperanza. Y mientras estuvimos encerrados y nadie se dio cuenta, la ciudad se llenó de torres y las comisarías de bardas y no sé si alguien tenga información sobre la cantidad de fraccionamientos que pululan en el lado norte del periférico. Y no solo aquí, ahora nuestra costa yucateca es presa de la voracidad de los insensatos que no miden consecuencias, al construir sin planeación: de dónde vendrá el agua, la energía eléctrica, el desahogo de las aguas sucias, el manejo de los desechos que, si no los tomamos en cuenta, mataran los manglares que nos protegen de los huracanes. 

No estoy en contra de la migración, todos somos migrantes, lo estoy de la falta de planeación que a la larga nos afectara a todos: a los recién llegados y a los locales. Y me duele ver que, por ambición y avaricia de unos pocos, nuestros jóvenes ven cada vez más lejos más lejos la posibilidad de adquirir una casa, menos en la playa.

En Galápagos, hay un número de habitantes límite para cada isla. Saben la cantidad de agua y servicios que necesitan, cuál es su tesoro y lo cuidan.

En Kenia, prohibieron las bolsas de plástico. Los animales que son el atractivo del país estaban muriendo ahogados al ingerirlas. Cayeron en cuenta que tienen que cuidar su patrimonio razón por lo que va el turismo.

¿Qué estamos haciendo para evitar que Mérida, la ciudad de la paz, se convierta en la urbe del caos? El trafico nos dice que el gobierno tiene que tener una mejor planeación y que nosotros, más tolerancia. La realidad es esta. ¿Qué hacemos al respecto? No hay vuelta para atrás. Participemos todos en construir esa ciudad a la que aspiramos, con respeto, tolerancia, inclusión, gentileza y buen humor. Los locales pedimos respeto y los recién llegados también. Encontremos la manera de intercambiar y enriquecer nuestras culturas que, son en sí, fruto de otras migraciones. Pero tenemos que ganar todos, no, como en este caso, solo las inmobiliarias arrasaron. 

Investiguen más antes de dar permisos para hacer fraccionamientos. Que nuestros tesoros no se vuelvan en contra nuestra. 

Es hermoso Yucatán, y sus habitantes no somos invisibles, nosotros construimos parte de su encanto y magia.

 

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Lea, del mismo autor: Negacionismo en los hechos

 

Edición: Laura Espejo


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