El futbol mexicano y la teoría de los campos (3)

El campo futbolístico es un mediador importante de la acción gerencial del poder sobre la gente. En él la influencia de las industrias del entretenimiento ha jugado un papel relevante, donde los jugadores con mayor capital simbólico han devenido en figuras mediáticas con un estatus similar al de los cantantes de moda o los actores más populares.

Sin la consciencia de que su carrera puede verse acortada dramáticamente por alguna lesión, el futbolista mexicano desarrolla “habitus grupales” entre los que el alarde estrafalario y la ostentación se constituyen en formas de vida. Desclasados y convertidos en celebridades de pacotilla por la televisión, los futbolistas se confunden y olvidan en muchas ocasiones que son deportistas de alto rendimiento; su carácter de ídolos mediáticos les impide asumirse como ejemplo y en cambio se convierten en modelo para una sociedad que pondera el éxito, aunque sólo sea efímero.

El campo del futbol mexicano ejerce cierto tipo de “acción pedagógica” sobre los jugadores —ya para estimular algunos de sus comportamientos o bien para desalentarlos— y ello es claro cuando nos percatamos de los niveles culturales e intelectuales de la mayoría de los jugadores, así como cuando se hacen visibles las perspectivas ético-morales que asumen, en las que las ideas de bienestar se vinculan muchas veces con la posesión de un automóvil lujoso o de una serie de símbolos de estatus que les permitan proyectar su condición de personas pudientes aunque superficiales y vacías. La “acción pedagógica” fundamental que circula en el campo del futbol mexicano se asocia con el inmediatismo de “vivir el momento” sin considerar nada más. Esta “enseñanza” termina permeando también en la subjetividad del espectador y lo pone en disposición para consumir la basura que se le ofrece.

En ese sentido, el diseño del campeonato nacional supone una traición flagrante al espíritu deportivo pues en él no gana el mejor sino el que tiene más suerte. En la escala de valores que se promueve a través del torneo nacional, un equipo puede obtener poco más de un tercio de los puntos posibles y ello le permite entrar a una especie de ruleta donde el azar lo puede convertir en campeón, lo que implica que no siempre gane quien haya mostrado constancia, disciplina o perseverancia, sino el que hace el esfuerzo de último minuto. Cada seis meses los dueños del balón juegan sin escrúpulo alguno con las emociones del espectador que sólo puede oponerse a la burla de que es objeto gritando “¡putooo!” desde la tribuna o mentándole la madre al entrenador y a los jugadores cuando pierden o al árbitro cuando sus decisiones son dudosas.

Se ha puesto el interés comercial por encima del interés deportivo (ya ni siquiera hay ascenso y descenso entre las diversas divisiones) y ello ha generado una crisis severa aunque las alarmas aún no se encienden para los dueños del balón pues México será subsede del próximo Mundial y los jerarcas apuestan al olvido y a la “nobleza” del aficionado sin importar que en nuestro futbol no se dominen situaciones elementales del juego como, por ejemplo, las estrategias para defenderse en una jugada “a balón parado” o el aprovechamiento cabal de las situaciones claras de gol que se generan frente al arco rival. 

Todo apunta a que el futbol mexicano seguirá en el tobogán y que su crisis se hará más profunda en lo deportivo, aunque esa crisis no tocará los bolsillos de quienes tienen el poder económico en ese campo. (Continuará…)

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Edición: Ana Ordaz