El otro día recibí una llamada por teléfono, algo bastante extraño porque prácticamente todos mis contactos me envían un mensaje, y además el número me resultaba familiar; es decir, no era ni de extorsión ni del banco, que no son lo mismo pero es igual.
En fin, respondí y para mi sorpresa era de la Secretaría de Cultura, para invitarme al desayuno por el Día del Escritor. “Nada más que tiene que confirmarme ahorita o a más tardar mañana”, me largó la voz femenina al otro lado del auricular. Por mera precaución pedí que me llamaran unos minutos después porque El Kizín se estaba acercando peligrosamente a mi potaje que ya hervía en la estufa y si se le deja la olla para autoservicio los demás nos quedamos sin comer.
Mientras, comencé a cavilar si de verdad debía acudir al desayuno. Claro que no desprecio una invitación a comer, pero la cuestión es la calidad de la compañía.
La primera meditación es si de verdad me considero escritor, porque una cosa es tener algo publicado y otra manejar con cierta destreza el lenguaje. Y no es que uno sea muy ducho en ello, pero nomás de ver que otros de los invitados han contribuido a darle en la torre a la gramática y la sintaxis, el ego queda tentado a decir que se es hasta literato. Pero por las dudas, procedí a consultarle al Alto Mando.
“Anda, corazón”, me dijo con ternura La Xtabay. “Si te invitaron quiere decir que estás en la lista, ojalá eso signifique que pronto te consideren para la nómina, pero mientras, santo que no es visto no es adorado”.
Ese es otro punto, me animé a responder. Llevo un buen rato fuera de circulación, y ni en redes sociales he estado tan activo, así que ni por ahí puedo presumir de algo reciente.
“Lo solucionas. Mira, haz igual que Pablo. Le pides rosca a la directora de La Jornada Maya y regresas a escribir. A lo mejor, después de tanta inactividad, ya estás recargado, el estilo ya está más desarrollado, y luego hasta tu libro compilatorio sacas, así como ¿Qué hacemos con esto?”.
Nada más que el mío se llamaría ¿Dónde tiramos esto? Ya ves que por lo general sólo se me ocurren paparruchas. Y si sale en versión física seguro recibo reclamos por los arbolitos que habrán dado su vida para imprimir eso. Luego empezamos a hablar de la calidad de ciertos libros que hemos visto y ahora sí que, con ojos de amor, La Xtabay insistió en que acudiera.
“Estamos saliendo de la pandemia, necesitas convivir, roce social, intercambiar ideas. Ya sabes que la anfitriona es Margarita Robleda, La Mujer Jaguar; mínimo un cafecito con ella, y luego puedes estar a la mesa con las literatas mayas; imagina compartir con Sol Ceh Moo y Sasil Sánchez al mismo tiempo”.
Por cuestiones de logística, no creo que eso suceda, le comenté. Seguramente a mí me mandarían a una mesa del fondo mientras ellas estarían en el presidium o cerca. Pero prometo que si coincido con ellas, por supuesto que hasta les hago llegar saludos de tu parte.
“Pero vas a reconocer a todos los literatos yucatecos que han recibido un premio. Proyéctate, ya casi se acercan a todas las distinciones que ha obtenido nuestro gobernador; hay que estar ahí, Jhonny; y además también disfrutas de unos huevos motuleños preparados como Dios manda”.
Ahí se acabaron los argumentos a favor. Un destello me hizo ver que en estos tiempos cada chef presenta su “interpretación” de un platillo y en lugar de degustar de la receta creada por don Jorge Siqueff me iban a dar una aversión de la misma, posiblemente minimalista, con la chan tortilla en lugar de tostada, sin chícharos ni jamón. Y además posiblemente servidos hasta tarde porque habría que esperar a que llegue algún funcionario.
Ya con eso fue suficiente para decir que no asistiría. Me costó prometerle a mi adorada que si me dan rosca en La Jornada Maya nos vamos a Motul a desayunar, pero mi conciencia está tranquila. Otro día resolveré si soy escritor o si me importa ser reconocido como tal.
Edición: Ana Ordaz
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