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Herencia jesuita modernista

Del Sal Ildefonso al templo de San Ignacio de Loyola
Foto: Fundación UNAM

En diversas crónicas hemos hablado de la relevante labor educativa que realizó en la Nueva España la Compañía de Jesús, mejor conocida como los jesuitas, desde su llegada en 1572.

En la Ciudad de México fundaron los colegios Máximo de San Pedro y San Pablo, San Gregorio, San Miguel y San Bernardo. Para alojar a los estudiantes, abrieron una residencia que es ni más ni menos que el Antiguo Colegio de San Ildefonso. Empezaron con 300 alumnos y en 1622 alcanzaban 800, que recibían la mejor educación de la época en magníficas instalaciones, entre las que destacaba una de las mejores bibliotecas novohispanas.

Estas instituciones prácticamente se acabaron con la expulsión de los jesuitas en el siglo XVIII y la puntilla la dieron las Leyes de Reforma una centuria más tarde. Sin embargo, la orden religiosa regresó y conservaron su vocación por impartir educación de calidad y casi 400 años más tarde, en 1938, establecieron el Instituto de Bachilleratos, en Tacubaya, que incluía únicamente secundaria y preparatoria.

Al poco tiempo comenzaron las pláticas con la familia Cuevas, dueña de una enorme propiedad agrícola en lo que sería la colonia Polanco, a fin de que les donara un predio. Aquí fundaron el Instituto Patria, que a partir de los años 40 del siglo pasado formó innumerables generaciones de jóvenes, buena parte de ellos exitosos profesionistas, empresarios, periodistas y un que otro político.

A finales de los años 60 cobró fuerza un movimiento nacional e internacional que llevó a dudar del papel que debía desempeñar la Iglesia dentro de la sociedad. Entre los jesuitas mexicanos se desarrolló una creciente preocupación social que criticaba su labor educativa y el carácter cada vez más elitista de sus colegios, particularmente el Instituto Patria. En 1973 tomaron la radical decisión de desaparecerlo.

Después de polémicas discusiones, el terreno se vendió y en 1997 se inauguró el Palacio de Hierro Polanco, que en 2015 fue reconstruido para levantar El Palacio de los Palacios.

Afortunadamente sobrevivió un notable templo adjunto dedicado a San Ignacio de Loyola –fundador de la orden–, que se inauguró en 1961. Lo diseñó el arquitecto Juan Sordo Madaleno, quien también edificó el gigantesco Palacio de Justicia, en la zona de San Lázaro, y con José Villagrán el Hotel Sheraton María Isabel.

Representante del movimiento modernista, diseñó una estructura totalmente triangular que con un lenguaje simple retoma algunos elementos tradicionales como la forma de cruz. Los muros inclinados se levantan a lo alto hasta encontrarse en el techo formando una cruz y un triángulo isósceles de gran esbeltez, lo que brinda la sensación de más altura.

 

Iglesia San Ignacio de Loyola
Foto: www.sordomadaleno.com
Iglesia San Ignacio de Loyola
Foto: www.sordomadaleno.com

La estructura metálica soporta secciones de concreto armado, cubiertas en el exterior con azulejo vidriado amarillo brillante, al estilo de la talavera poblana. La entrada a la iglesia es por un pequeño atrio jardinado; al ingresar, su sencillez y austeridad ornamental, iluminada por la luz que penetra a través de unos extraordinarios vitrales que concibió el arquitecto Adolfo Wiechers, evocan el misticismo de las iglesias góticas.

Sin duda, la joya del recinto es la escultura de Cristo que cuelga en el ábside: muestra una figura enjuta de una belleza desoladora, con una conmovedora expresión en el rostro de profundo dolor y ternura. En un moderno estilo expresionista, resultaba novedoso y audaz como objeto de culto y también de polémica.

Hay quienes la atribuyen al artista y arquitecto oriundo de Guadalajara Claudio Favier Orendáin, y otros al artista español Pablo Serrano. “Haiga sido quien haiga sido” es una obra de arte excepcional. Mathias Goeritz calificó la iglesia como “el más alto exponente de la arquitectura religiosa moderna… Al entrar a ella se siente uno inclinado a orar, a meditar”. Recientemente tuvo una extensa restauración y recobró su esplendor original.

Para el ambigú de rigor, les sugiero cruzar la calle y subir al tercer piso del lujoso Palacio de Palacios, donde hay una enorme terraza con una vista espléndida de la Ciudad de México y tiene una serie de lugares que le ofrecen comida española, libanesa, italiana, tacos, carnitas de Los Panchos, churros de El Moro y mucho más, que le llevan a la mesa que seleccione junto con su bebida, sea espirituosa o un sano jugo. Fíjese por dónde sube porque es fácil perderse.

Edición: Emilioi Gómez


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