Yassir Rodríguez Martínez
Iniciamos un nuevo año, 2023, y con ello solemos externar felicitaciones, buenos deseos y prosperidad a familiares, personas cercanas e incluso no tan cercanas. Es un momento del año en el que todos y todas –o por lo menos la mayoría- deseamos que le vaya bien a la gente que nos rodea. Esta “buena voluntad” que impera y se expresa a inicios de cada año, también se encuentra -se podría decir que es parte fundamental- en los proyectos de desarrollo que se ejecutan en nombre de la modernidad, modernización y progreso; estas últimas tres categorías son atributos inherentes al desarrollo y se relacionan con la conceptualización de las poblaciones como portadoras o carentes de ellas.
En este sentido, las acciones o proyectos desarrollistas implementados usualmente se “miran” como acciones generadas para el mejoramiento de la calidad de vida de los sujetos en pobreza, como una “lucha” por llevarles la modernidad y así lograr que los espacios representados como “atrasados” – en tanto, etapas tempranas de inferioridad tecnológica e ignorancia, debido principalmente a la carencia de conocimiento científico- puedan salir de esa condición y alcanzar el tan anhelado progreso. Así, la “buena voluntad” contenida y expresada en los proyectos de desarrollo es una manera de representar a algunas poblaciones como necesitadas, inferiores e incapaces. La “buena voluntad” usualmente deriva en la otorgación de “regalos envenenados”, “regalos” que producen exactamente lo contrario a lo que supuestamente deberían generar.
Allá vamos, otra vez, libro/comic escrito e ilustrado por Oren Ginzburg y publicado por Survival International en el año 2006, da cuenta del momento actual que estamos viviendo en torno a los proyectos desarrollistas en Yucatán. En su obra, Oren Ginzburg retrata un incesante ir y venir de proyectos de desarrollo dirigidos hacia poblaciones y/o territorios indígenas, sin consultarles, y que buscan apropiarse y explotar sus tierras y recursos naturales. En nuestro caso, los proyectos desarrollistas en su mayoría se dirigen hacia la población maya -o por lo menos hacen alusión a ella-, generando una fuerte “presión” sobre su territorio; es innegable que la tierra-territorio es visto por parte de ciertas autoridades y empresarios como un recurso valioso para los procesos de privatización y explotación: desarrollos urbanos, turísticos, energéticos y agropecuarios se han vuelto el pan de cada día en Yucatán.
Así, creo que debemos pensar en este inicio de año como una valiosa oportunidad para reflexionar en torno a la “buena voluntad” que acompaña a los proyectos desarrollistas y mirarlos con ojo crítico; es un buen momento para dejar de pensar en el desarrollo y mejor pensar en alternativas a éste. Dar cabida a otros conocimientos, a otras experiencias y a partir de un diálogo repensar y (re)-crear nuevas prácticas y formas de vida. Esto puede -quizás tendría que decir debe- ser el comienzo de una nueva ruta de vida, en la cual, las “buenas voluntades” trasciendan el desarrollo como premisa organizadora de la vida social, y así quizás, en algún momento no muy lejano podamos dejar de decir: “allá vamos, otra vez”.
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