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''Amainó un poquito la ausencia; se acomodó donde duele bonito''

La gata de Sergio prefirió morir en la soledad, irse en silencio de este mundo
Foto: Pablo Cicero

Cada uno tiene un carácter distinto, posee rasgos únicos, irrepetibles. No hay patrones; incluso, no hay coincidencias. Las únicas certezas que se han cosechado en siglos de convivencia son que los que tienen tres colores son, muy probablemente, hembras y que los que son únicamente blancos sufren, por lo general, sordera. En lo demás, cada gato es un universo. 

El color, en esas ocasiones, sí los define. Sin embargo, hay quienes aseguran, por ejemplo, que los rubios son más intrépidos. Otros juran que los albinos, sumergidos en su silenciosa galaxia, son más hogareños. Eso, tal vez, motivó a las señoritas Alonzo a albergar en su casa de Itzimná a toda una dinastía de gatos blancos, qué generación tras generación heredaban el nombre, Mozo, seguido por el orden de su llegada al mundo: I, II, III y IV, como borbones o película de Stallone. 

El gato más común es el europeo, de pelaje atigrado. Sus orígenes se remontan a Mesopotamia, cuando de tanto merodear aldeas y maullar por comida, terminaron convirtiéndose en parte de la familia. Los felinos compensaban el pan de cada día con su feroz control de plagas. Ya estaban ahí, aunque poco pudieron hacer, cuando Moisés conjuró aquellas siete que asolaron Egipto. Acompañaron a las legiones romanas, se colaron en los drákars de los vikingos y ronronearon cuando Colón divisó tierra. 

Uno de esos gatos atigrados acompañó a Sergio Avilés las últimas dos décadas. Una eternidad, como la de enero pasado, teniendo en cuenta que, por lo general, los gatos viven sólo hasta los 12 años. La de Sergio era hembra, y lo acompañaba a todas partes; se acostaba en su escritorio mientras él escribía, viéndolo teclear con indiferencia sus locas historias. Para hacer cuajar ideas, Sergio la acariciaba, y ella respondía con ronroneos. 

“Me siguió a todas partes durante veinte años”, recordó hace poco, haciendo un paréntesis en la promoción de su nueva novela, Joyas de la familia (Alfaguara, 2023). “Hace unos meses desapareció; nos quiso ahorrar lo inevitable”. A los gatos le pesan los años tanto como a nosotros. Su personalidad cambia: se irritan con más facilidad, dejan de acicalarse, comen poco, vomitan... Libran como nosotros la última batalla y, como nosotros, siempre la pierden. 

La gata de Sergio prefirió morir en la soledad, irse en silencio de este mundo; dejar que su cuerpo, descompuesto, se abrazara con la tierra. “Pasó el tiempo”, narró el escritor. “Amainó un poquito la ausencia; se acomodó donde duele bonito”. Su presencia fue entonces más sutil, la de un recuerdo. Esa con la que la memoria nos juega bromas, y nos hace ver y escuchar y sentir cosas que ya no existen. Mientras Sergio escribía, creía ver la sombra de su gata. 

Pero esta historia, como salida de la imaginación de Sergio, no acaba con esta muerte. “Hace unos días, en la ventana por donde se fue, por donde llegaba todos los días a comer y apapacharse, apareció una bebé”. Y al tejer esta historia, en hilo precioso, comparte una foto de la que se fue y de la que recién llegó. La primer foto es granulosa, descolorida, de aquellas que se revelaban con la magia de la alquimia. La segunda imagen es de un celular. 

Las dos gatas son idénticas, dos gotas de agua. Las rayas del pelaje de los gatos atigrados son como nuestras huellas dactilares: nunca se encontrarán dos iguales. La que recién llegó a casa de Sergio y que ahora lo acompaña a atrapar historias presume los mismos patrones que los de la otra gata, ya arropada por flores silvestres en su tumba desconocida. Ante estas evidencias, el narrador se rindió: “Si no tienen nueve vida los gatos, por lo menos reencarnan”. 

Sólo un escritor como Sergio podría ser el protagonista real de una historia que comparte argumento —pero sin los escalofríos— con los cuentos de Edgar Allan Poe. Y vale la pena compensar el hurto de esta anécdota señalando que Joyas de la familia es igual una extraordinaria novela; un experimento híbrido de géneros, en los que cada frase es un descubrimiento. Mejor que yo, Guillermo Arriaga, colega y cómplice de Sergio, resume la obra: “Con gran destreza literaria, nos conduce por los laberintos de la historia y de la mente, y página tras página nos presenta hechos emocionantes, a momentos como un thriller vertiginoso y, en otros, como una exploración profunda de la naturaleza humana”.

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Lee, del mismo autor: El cometa de tus ojos

 

Edición: Estefanía Cardeña


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