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Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Yassir Rodríguez Martínez y Abrahan Collí Tun

El pasado 21 de febrero se conmemoró el Día Internacional de la Lengua Materna, como parte de un reconocimiento y esfuerzo para promover la preservación y protección de las primeras lenguas, aquellas con las que se aprende a vivir en el mundo, a nombrar y descubrir entornos. Esta celebración resuena ante la situación de riesgo en la que se encuentran numerosos idiomas en la Tierra ante la disminución de sus usuarios y ante las injusticias, violencias, discriminaciones que sufren quienes por primera lengua no tienen al idioma hegemónico de sus contextos. 

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en 1999 proclamó esta conmemoración, de la cual se derivan anualmente —desde distintos ámbitos gubernamentales a escala nacional, regional, local, organizaciones de la sociedad civil, instituciones académicas y demás— acciones para sumarse a los esfuerzos ya mencionados. 

Es innegable que los pueblos indígenas de nuestro país, y entre ellos la población maya yucateca, emplean conocimientos y prácticas en torno a plantas, animales y procesos naturales en general propios de las formas no industriales de apropiación de la naturaleza (Toledo, 2005). Se trata de conocimientos que, ante un panorama que atenta contra los paisajes formados desde las lenguas originarias, están en riesgo. En México, de acuerdo con el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, 64 variantes están en alto riesgo de desaparecer. Dicha pérdida, implicaría la ausencia de repertorios de posibles soluciones a los distintos problemas que les afectan a dichos pueblos y demás grupos humanos (Salas Quintanal, Serra Puche y González de la Fuente, 2013). 

La importancia de revitalizar, fortalecer las lenguas maternas originarias y sus paisajes, no sólo reside en que éstas son el “vehículo” para la continuación de saberes locales, sino porque se posibilita el respeto a los derechos lingüísticos de sus hablantes actuales; se permite que se construyan escenarios más justos y se aminoran los atentados a sus modos de existencia. Pensemos en una pequeña hablante de tojolabal en una escuela donde sus profesores no hablan su lengua; o en un adulto monolingüe de ch’ol en un banco de sangre frente a una burocracia médica que no le comprende; piénsese en un acusado mayahablante en una comandancia judicial sin traductores que medien su proceso.

Casos análogos fueron discutidos en las cuatro mesas del ciclo de conferencias Maayat’aan tu táan u Noj A’almajt’aanil u Páajtalil u T’a’anal Máasewal T’aano’ob, a propósito de cumplirse el 13 de marzo de 2023, los 20 años de la publicación de la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas. Los eventos fueron organizados por el Centro INAH, Yucatán y el CECIDHY de Izamal. Su contenido completo puede verse en sus canales digitales. 

Al respecto, Feliciano Sánchez en su charla del 2 de marzo en dicho foro, señaló que “la responsabilidad del riesgo en que se encuentra una lengua no es únicamente una responsabilidad de sus hablantes, lo es también de las distintos niveles y órdenes de gobierno, pero también de las sociedades que conviven territorialmente con la lengua en riesgo”.  

A 20 años de la promulgación de esta ley, y haciendo eco a las preguntas que los organizadores, panelistas y asistentes hicieron, podríamos trazar caminos y estrategias para el cuidado de las lenguas. Una manera de imaginarlos puede ser indagando respuestas a muchas preguntas: ¿Cuáles son los factores que siguen propiciando la disminución de hablantes de lenguas originarias? ¿Qué hace falta para que las lenguas tengan más presencia en todos los espacios de nuestras vidas? ¿Cómo garantizamos el derecho de un sujeto a ser maternado en el idioma originario de su pueblo? 

Porque es urgente que las lenguas originarias transiten libremente en todos los espacios, configurando paisajes que puedan oírse, verse y sentirse en todos lados. Empecemos tornando a las escuelas como sitios seguros para la reproducción de las lenguas indígenas; insertando a más servidores públicos mayahablantes en hospitales, medios de comunicación, oficinas de registro civil, juzgados y en todas las dependencias públicas, exigiendo el derecho a la información en la propia lengua; alentando a escritores, teatreros en lenguas originarias a participar de la vida artística con salarios dignos y libre de racismos, entre tantas otras tareas urgentes. 

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Sigue leyendo: Contingencia sanitaria: la quema de residuos y sus ''daños colaterales'

 

Edición: Estefanía Cardeña


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