México podría dedicar 46.1 por ciento de su superficie a las actividades agropecuarias, pero de los 88.4 millones de hectáreas con vocación para el cultivo de plantas y cría de animales menos de la mitad, 32.1 millones de hectáreas, es la que se destina a este uso. Sin embargo, la producción no tiene un crecimiento homogéneo y la cantidad de tierra utilizada ha disminuido en algunas entidades.
El censo agropecuario puede resultar un ejercicio engañoso porque han pasado 15 años desde que se realizó uno similar. En términos de política para el campo esto significa que durante dos sexenios se dejó de medir la más básica de las actividades: la producción de alimentos. Es decir, dejamos de conocer cuánta gente se dedica al campo, la superficie requerida para obtener cereales, hortalizas y frutales, cuánto se alcanza a producir en avicultura y ganadería, cuánto se destina al mercado interno y cuánto a exportación, y el valor de la producción, entre otros índices.
En la presentación de resultados, Graciela Márquez, titular del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), señaló que “el campo mexicano es fuente de seguridad alimentaria, riqueza y puestos de trabajo, pero también es depositario de identidades, tradiciones y expresiones artísticas, por eso merece la pena y es necesario conocerlo a fondo”. Con una valoración tan positiva, podríamos esperar que se establezca una periodicidad menos dilatada para este censo.
Mientras, tenemos un panorama de la producción agropecuaria un tanto disparejo. Con cierta razón puede decirse que 10 por ciento de la superficie “le da de comer a toda la población mexicana”, según expresó Arturo Blancas, director general de Estadísticas Económicas del Inegi, y de 2007, año del pasado censo, a hoy, hay más productores pero menos hectáreas utilizadas, lo que podría indicar dos cosas: 1) el campo mantiene una dinámica de poca tecnificación y 2) se suple la inversión en equipo con el empleo extensivo de mano de obra poco calificada, lo que explica que el índice de escolaridad sea de apenas primaria.
La disminución de superficie utilizada es notoria en Yucatán y Campeche. En esta última entidad se cayó de 843 mil 200 a 508 mil 700 hectáreas en producción, y por las quejas de los campesinos sobre el alto costo de insumos y servicios, se deduce que un sector de la población percibe que no es rentable producir alimentos.
Yucatán experimenta una caída similar en superficie dedicada al uso agrícola, pasando de 628 mil 647 a 454 mil 400 hectáreas. Un dato interesante en el estado es una pequeña disminución en el porcentaje de mujeres productoras, de 11.1 a 9.6 por ciento. Llama la atención porque pareciera que las iniciativas femeninas involucran a menos personas de las que se tuvo hace 15 años o que ellas mismas no se perciben como productoras a pesar de la importante labor que han tenido en mantener en los mercados la presencia de variedades locales de frutas, hortalizas y oleaginosas, por ejemplo.
Y en la presentación faltó un resultado del programa Sembrando Vida, que al principio del sexenio fue uno de los más difundidos. Ojalá no pasen otros 15 años para que un censo nos brinde datos acerca de cómo va el campo mexicano.
Notas relacionadas:
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Edición: Estefanía Cardeña
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