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Foto: Facebook Marcelo Ebrard

Las posturas discordantes de Marcelo Ebrard entusiasman a opositores al obradorismo porque creen que el saliente canciller representa una posibilidad de ruptura en el esquema unitario que requiere la llamada Cuarta Transformación (4T) para su continuidad posterior a 2024 y porque calculan que, de forzar la postulación de quien dejará su cargo este lunes, habrán conseguido la instalación de un reformismo centrista que significaría la “corrección” o “modernización” del proyecto morenista.

 

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Llegado al poder como frente amplio que dio cabida a disímiles (e incluso contradictorias) expresiones políticas, entre ellas marcadamente las relacionadas con la variopinta escuela priísta, el obradorismo requiere de máxima habilidad para procesar sin rupturas, o con rupturas rápidamente susceptibles de descalificación y estigmatización, la designación de la candidatura presidencial que hasta ahora parece determinada para Claudia Sheinbaum, cuya fuerza política depende enteramente del presidente de la República, y no para Marcelo Ebrard, quien tiene fuerza política propia pero, al mismo tiempo, un historial que, agravado por las adhesiones envenenadas de adversarios cerrados del obradorismo (Rosario Robles, por dar un ejemplo), potencia desconfianzas fundadas.

En el fondo, la decisión 2024, que habrá de tomarse este año, más pronto de lo que el timonel hubiera programado, habrá de optar entre dos características que en esta columna se han planteado desde muchos meses atrás: la eficacia o la lealtad.

 

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Marcelo es eficaz, pero es probable que no cumpla a plenitud los requisitos de confiabilidad que de manera tajante ha postulado el Gran Decisor en materia de contratación de colaboradores: 10 por ciento de experiencia y 90 por ciento de honestidad (que también implica confiabilidad y lealtad), mientras Claudia tiene menos experiencia de primer nivel, sobre todo si se le compara con Marcelo, pero al menos en el círculo cerrado de Palacio Nacional y en muy buena parte de la base dura y activa de Morena se le considera absolutamente leal, confiable.

Una paradoja consiste en que el destino real de Marcelo Ebrard está en manos de una oposición que alienta la ruptura del aún canciller pero, al mismo tiempo, es incapaz de ofrecerle una viabilidad estructurada, que sea aceptable para correr el riesgo de enfrentar la fuerza del obradorismo contra un disidente, desertor o traidor, según el término que se prefiera usar.

Es probable que ni con Ebrard como candidato ("retazo", para usar la terminología del preclaro pensador Alito Moreno), la oposición pudiera tejer una opción con capacidad real de triunfo. La clave no está en ofrecer la candidatura, lo que los opositores podrían hacer sin gran problema, sino en las probabilidades sensatas de triunfo que le ofrecerían a alguien que se convertiría en blanco directo de la artillería cuatroteísta que en su arsenal dice tener proyectiles de calibre línea 12 del Metro, entre otros.

El rango de operatividad de Palacio Nacional para la postulación de su corcholata sucesoria está determinado por el grado de riesgo electoral que la oposición le pueda crear y, hasta ahora, esos adversarios no están en posibilidad de condicionar o forzar nada, aunque con ánimo de crupier manejen estadísticas de presuntos empates numéricos en Coahuila y el Estado de México.

 

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Este domingo, por lo demás, en un episodio que no puede verse sin perspectiva histórica, en el Consejo Nacional de Morena tendrán rol relevante los representantes de las dos corrientes que en 1994, con Carlos Salinas de Gortari como ocupante de Los Pinos, tuvieron una confrontación trágica: el colosismo, del que formó parte destacada Alfonso Durazo como secretario particular de Luis Donaldo, y Marcelo Ebrard como subalterno inmediato de Manuel Camacho, a quien Salinas utilizó como instrumento para desestabilizar la campaña de Colosio y crear condiciones políticas nebulosas que desembocaron en Lomas Taurinas. ¡Hasta mañana!

Twitter: @julioastillero

Facebook: Julio Astillero

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Edición: Emilio Gómez


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